Javier Hereñú es docente y director de la escuela Leandro N. Alem, en la isla El Charigüé. Viaja cada semana desde Victoria a cumplir sus tareas. Lo hace en micro hasta el peaje del puente Rosario-Victoria, donde un lugareño lo pasa a buscar para seguir en lancha por media hora más. En medio de la discusión sobre el dictado de clases en pandemia, su historia merece ser contada. 

“Cuando se me complica me voy a Rosario, salgo por el lado de La Fluvial y después me tomo un micro en la terminal. Los días de lluvia son difíciles, hay que esperar que pare, pero lo más peligroso es el viento, sobre todo si hay que cruzar el río”, explica. Y agrega sobre su estadía en las islas: “Yo estoy una semana entera, muy rara vez me vuelvo antes”.

“Siempre fue mi idea trabajar en una escuela de isla. A mí me encanta esta vida. Estar solo a veces es bueno, no estar rodeado de tanta gente. Sí extraño a mi familia, porque se suele estar muchos días fuera de casa. Yo tengo nietos, hijos y mi señora, tengo 53 años y me quedan unos pocos años para jubilarme, hasta los 58 voy a trabajar”, devela Javier para despejar cualquier duda sobre su vocación.

Entre el verde paisaje isleño de picadas y albardones este docente victoriense es el referente de una comunidad de 20 familias que lejos del ruido de Rosario trabaja en la ganadería, la agricultura y la pesca, además del cuidado, la jardinería y la limpieza de las flamantes casas steel framing de algunos rosarinos que eligen este espacio los fines de semana para dar un corte al clima citadino.

La escuela es grande, de material, montada sobre pilotes, como todas las construcciones de la zona. La energía se obtiene de los paneles solares, no hay luz eléctrica en este paraje. Hereñú es un experimentado. Antes de llegar al Charigüé había sido director de la escuela flotante Francisco Ramírez,  frente a  la ribera de Villa Constitución, además de vivir en la isla en su niñez y, como sus alumnos, haber tomado clases en un aula escuchando el canto de los pájaros como música de fondo.

Vuelta al mundo por el Charigüé, arroyo Lechiguana, río Paraná.

El humedal 

En este cordón verdoso de tierras inundables del humedal del Pre Delta todas las escuelas, salvo la del Espinillo, pertenecen a jurisdicción de Entre Ríos. Esta isla tiene unas 245 hectáreas, de las cuales solo 10 pertenecen a la provincia de Santa Fe. En 1947 esa porción fue expropiada y destinada al Ministerio de Educación santafesino, para garantizar el funcionamiento de la escuela 1.139 Marcos Sastre, que lleva 76 años en el mismo lugar y que actualmente tiene 18 alumnos.

En cambio El Charigüé es entrerriana en los límites y papeles, pero históricamente tiene un fuerte vínculo con Rosario y los rosarinos, incluso parte de sus habitantes jamás fueron a Victoria. Está ubicada frente a La Fluvial, en el kilómetro 428 del río Paraná, a la izquierda de la isla El Banquito. Se ingresa por la desembocadura norte del riacho Los Marinos, para arribar luego al arroyo Las Lechiguanas, a tan solo 15 minutos en lancha de la ciudad.

Al llegar, entre un paisaje bucólico, se puede ver la comisaría, después un asentamiento de familias, la escuela, el dispensario y el museo del artista plástico rosarino de fama mundial Raúl Domínguez. Reconocido como el pintor de las islas, quien supo retratar en sus obras la vida de estas comarcas del agua que habitaron los chanaes y luego los gringos. Tierra de limo, donde los horizontes nunca terminan, el agua se empodera y se vuelve mansa o ruda según el clima.

Sin embargo remotamente, la ciudad parece conspirar con esta tranquilidad y la vida despojada de los isleños.

La educación, la pandemia, la vida, según Javier, el maestro de la isla

La juventud emigra

Hereñú asegura que los jóvenes se van a trabajar a Rosario y rara vez regresan, sólo lo hacen para visitar a sus padres. Muchos prestan servicio en las terminales portuarias o la construcción, es el caso de los varones. Las mujeres eligen la actividad comercial o la labor doméstica en casas particulares. Si bien, desde que está a cargo de la escuela, una sola alumna sigue una carrera universitaria, tiene la esperanza de que muchos la imiten y opten por ese camino. “La vida urbana la eligen porque en la isla no hay laburo más allá de cuidar animales o cortar el pasto”, lamenta el maestro.

"Los varones sólo quieren campo, salir a pescar, y si le hablas de estudiar no quieren saber nada. No ven la hora de terminar la escuela para irse a trabajar al campo con el padre”, sintetiza Hereñú. "Las nenas tienen otra expectativa y quieren terminar la escuela para conseguir un buen trabajo en Rosario, por ejemplo en un supermercado o de empleada en algún negocio. El tema es que en la isla la mujer no tiene muchas oportunidades y no es muy considerada, generalmente se casan con un isleño y se quedan ahí”, describe.

Educar en la isla y en pandemia

Hoy tiene a su cargo 20 alumnos que van desde el primer grado al tercer año de la secundaria. “Del primario hasta tercer año me encargo yo, desde cuarto año en adelante va una profesora que en este contexto les da clases virtuales. A los demás los agrupé por edad y ciclo. Los que están en primero, segundo, tercero, cuarto y quinto grado les doy clases una semana y, a la otra semana, a los más grandes hasta tercer año del secundario”, describe el docente, sobre cómo es organizase en el regreso a la escuela en el marco de la pandemia.

“Cuando están en la casa les doy actividades, a veces vienen los padres a buscar la tarea o se las alcanzo yo. La mayoría vive cerca, es una escuela de jornada simple, por ejemplo en invierno si hace mucho frio damos clases de tarde. Lo que está suspendido en este momento por la pandemia es el comedor y la copa de leche que se suspendió para evitar que los chicos se junten, se les da a las familias un bolsón de alimentos mensuales”, explica luego.

“No estamos muy bien que digamos, pero estamos trabajando. Yo les digo a los padres que se hace lo que se puede porque se debe cumplir un protocolo que nos bajan desde el Ministerio. En esa zona es un poco complicado trabajar a distancia, si bien hay señal es mejor que vengan algunos días de la semana. Hay lugares donde mandar un audio o un video es imposible” reconoce sobre la situación actual.

Cabe considerar, por otra parte que en la pandemia de 2020, cuando no hubo clases presenciales, Hereñú viajaba desde Victoria cada quince días, donde vive con su mujer, hijas y nietos, para llevarle las actividades a sus alumnos, además de los bolsones de mercadería que entrega la provincia de Entre Ríos por el cierre del comedor escolar de la escuela.

Ahora, más allá de la llegada de la segunda ola, ya se perdió el miedo y algunos cruzan el río: “Yo les decía que eviten eso por lo peligroso que es, que fueran si es urgente, una necesidad de tener que ir al médico o algo indispensable que no se puede evitar. Ahora todos estamos con mucha confianza, pero la cosa está complicada”. Antes de eso, en los meses más álgidos de la pandemia, evitaban ir a Rosario y, para no desabastecerse, se organizaron para que cruzara el río una sola persona por semana y trajera los artículos de primera necesidad para todo el poblado. Así lograron mantenerse aislados del coronavirus, a pesar de que un miembro de la comunidad sí acabó contagiado y falleció.

La vida no es fácil en la isla. Sus habitantes vienen un año bravo por las quemas, la sequía y el desastre ambiental que siguió. "Estamos preparados para las inundaciones porque las casas se construyen sobre pilotes, el problema son los animales que no hay donde dejarlos y se mueren. Las quemas fueron terribles las llamas estuvieron cerca de las casas y también de la escuela”, recordó el docente.

Más allá de mirar a Rosario como esa gran ciudad, donde la desigualdad es parte de lo cotidiano, el maestro deja en claro que en la isla no hay pobreza estructural, la gente sabe subsistir con lo que les da la naturaleza, además de compartir. “En esa zona donde yo estoy no pasan hambre ni miseria. Ellos crían animales además, tienen pollos, corderos o pescan”, define, y valora al fin y al cabo su lugar en el mundo.