En estos días, se vio al músico Gustavo Cordera – un líder de los jóvenes- en una entrevista en una institución con futuros periodistas con ciertos comentarios sexistas que tira por la borda, debido a su masiva llegada, el trabajo de políticas públicas que se viene haciendo al respecto.

Hay cierta ideología, afianzada y arraigada en las creencias, en las prácticas sociales y en el lenguaje, que promueve estructuras familiares patriarcales y relaciones verticalistas que, generalmente, son sostenidas por todos, hombres y mujeres. Es común escuchar decir: “los hombres no lloran”, “las nenas deben ser delicadas”, “Los varones no juegan con muñecas”, entre tantas frases que marcan una mirada un tanto rígida acerca del género. Desenmascarar las palabras podrá ayudarnos a empezar a tomar conciencia de la gravedad de nuestros pensamientos.

La violencia de género no sólo es provocada por golpes físicos, sino que también las sostenemos  desde formatos culturales que creemos válidos, la cual incluye violencia psicológica y verbal, ya establecidas en nuestra forma de relacionarnos. Sólo si desnaturalizamos el lenguaje y si reformulamos ciertas prácticas, podremos cambiar la mirada por sobre la mujer, hoy protagonista de ámbitos públicos y privados.

Vale mirar algunas publicidades, tales como las de Marcos y Claudia, representando un conocido Banco, o algunas marcas de cerveza para tomar conciencia de algunos estereotipos que conviven en nuestra cotidianeidad. Si no los analizamos, nos quedamos con un comercial simpático y divertid, por cierto, pero que nos cristaliza en modelos rígidos.

Los roles de género, creados por la sociedad y aprendidos de una generación a otra, son constructos sociales y se pueden cambiar para alcanzar la igualdad y la equidad entre las mujeres y los hombres.

Las desigualdades de género socavan la capacidad de las niñas y mujeres de ejercer sus derechos. Por tanto, asegurar la igualdad de género entre niños y niñas significa que ambos tienen las mismas oportunidades para acceder a la escuela, así como durante el transcurso de sus estudios.

Respecto de ello, el Observatorio de igualdad de género  de América latina y el Caribe (CEPAL), sostiene que la autonomía de las mujeres es un factor fundamental para garantizar el ejercicio de sus derechos humanos en un contexto de plena igualdad. El control sobre su cuerpo (autonomía física), la capacidad de generar ingresos y recursos propios (autonomía económica) y la plena participación en la toma de decisiones que afectan su vida y su colectividad (autonomía en la toma de decisiones) constituyen tres pilares para lograr una mayor igualdad de género en la región.

Hablar de autonomía, en relación con el género, es pensar en el  grado de libertad que una mujer tiene para poder actuar de acuerdo con su elección y no con la de otros. En tal sentido, hay una estrecha relación entre la adquisición de autonomía de las mujeres y los espacios de poder que puedan instituir, tanto individual como colectivamente. La dimensión de reconocimiento se vincula directamente a la subordinación cultural y social de ciertos grupos debido a su posición o estatus. En el marco de la supremacía del patrón androcentrista dominante, lo femenino es depreciado y se privilegian y valoran los rasgos asociados a la masculinidad.

Planificar avanzar hacia un nuevo parámetro cultural, que permita un nuevo contrato social, es plantear el  desplazamiento de la violencia y sustituirla con este otro modelo estratégico que tenga un impacto real sobre la realidad; es promover líneas de investigación para profundizar sobre la naturaleza, causas y consecuencias de la violencia y en nuevas propuestas de intervención que permitan avanzar en su erradicación. Estas líneas de trabajo, responsabilidad del Estado, sin dudas, también necesita de la toma de conciencia de la sociedad civil a fin de romper con una visión cristalizada en una sociedad que replica estereotipos definidos de antemano. Asegurar la igualdad de género entre niños y niñas, significa educar en las mismas oportunidades, los mismos derechos y deberes, desafío  para continuar en la senda de los derechos humanos, con plena inserción en la sociedad en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres.