En estos días en los que la educación intenta abordar sus propias problemáticas para encontrar verdaderas soluciones  a la enseñanza y el aprendizaje, algunas autoridades adhieren a experiencias exitosas de otros lugares del mundo y las “compran” creyendo que la mera aplicación de un sistema probado en otro lugar del mundo pueda corregir y/ o reparar las dificultades educativas.

Al igual que nuestros próceres, quienes veían a Europa como portadora del florecimiento y del progreso, los gobiernos esperan encontrar en dichas experiencias la solución de los problemas que nos aquejan.

 

Civilización o barbarie

Domingo F. Sarmiento fue un político controvertido, sin lugar a dudas; un hombre de su tiempo, signado por fuertes contradicciones. Sostenía que uno de los problemas que debía afrontar nuestro país en su momento histórico estaba sometido a un dilema: civilización o barbarie. En una de sus obras emblemáticas plasma dicha contradicción e identifica a la primera con la ciudad, la vanguardia, con lo europeo y, a la segunda, por el contrario, con el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho.

 

En dicha obra, “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”, refiere al gaucho como un ser que vive en un mundo de idealizaciones morales y religiosas, mezcladas con hechos naturales que son comprendidos desde tradiciones supersticiosas y groseras. Identifica al gaucho malo como un salvaje de color blanco, proscripto por las leyes, divorciado de la sociedad y depravado como el resto de los pobladores.  Asimismo, en la obra, sostiene una fuerte división entre Buenos Aires, la ciudad que se creía continuación de Europa, con el resto de la población del interior del país caracterizada por lo salvaje. Y, si bien fue quien promovió la educación primaria y fue propulsor de la primera Ley de educación, la ley N° 1420, la cual consolidó la igualdad y laicidad en la educación argentina, a la hora de mostrar el modelo de país que promovía, deja en dudas algunas ideas democratizadoras.

 

¿Cómo quien queremos ser?

Por otro lado, en la actualidad, al igual que Sarmiento y sus contemporáneos, hemos puesto la mirada en los países europeos con la vana ilusión de ser como ellos, civilizados.

 

Pareciera que los 150 años de historia que nos separan no nos sirvieron para romper con el europeocentrismo, no nos alcanza para darnos cuenta que la construcción de una nación es mucho más que algunas ideas aplicadas de afuera hacia adentro o de arriba hacia abajo.

 

Finlandia, país de excelencia educativa, está ubicado en el hemisferio norte del planeta y Argentina en la latitud sur del continente americano. La población del país nórdico supera apenas los 5,4 millones de personas, mientras que nosotros somos unos 43,5 millones.

 

Allí, el acceso a la educación es completamente gratuito, donde el almuerzo y los libros también están incluidos. Las tareas casi que no existen, la currícula se puede modificar y la felicidad del alumno es un objetivo primordial. Tienen 4 horas de clases diarias y, cada 45´, poseen un recreo de 15´. “Fomentan que se despejen al aire libre, que jueguen, se muevan y se vuelvan creativos y que no se aburran” señalaba al portal Infobae un estudiante de una Universidad argentina, quien se encuentra en Finlandia realizando un intercambio.

 

Sin embargo, hay muchos lineamientos similares: Libertad, en el marco de normas claras, con una currícula nacional que se respeta, pero permite que cada escuela tome sus decisiones respecto de ella.

 

La pregunta obligada es: ¿Qué es lo que nos diferencia de Finlandia más allá de su idiosincrasia?

 

Ellos promueven una formación docente de calidad, con más y mejores programas, pero, además, el desarrollo del ejercicio de la profesión con un alto grado de autonomía. Y he aquí unos de los secretos de su éxito. No alcanza con que Finlandia asesore a la Argentina en el diseño educativo y la formación docente, tal como plantean los acuerdos entre ambos países.

 

Creo yo que nos alcanzaría con revisar la enseñanza por disciplinas, modelo de educación traído de la Francia napoleónica; bastaría con dejar de tener cursados con materias atomizadas para dar lugar a una nueva mirada que aportan los mismos docentes con sus investigaciones.

 

Las nuevas pedagogías que necesitamos son aquellas que revalorizan las prácticas docentes y que lleva a maestros y profesores a estudiar, debatir, cuestionar e interpelarse en su trabajo cotidiano.

Dejaremos de plantear el dilema civilización o barbarie cuando, por ejemplo, analicemos los resultados de las pruebas “Aprender” sin referirnos a la excelencia académica en Buenos Aires versus la pobreza del capital cultural de los estudiantes del interior de nuestro país.

Si planificamos una educación para todos, respetando las diferencias regionales, si fortalecemos ambientes escolares inclusivos, con políticas de prevención de la violencia, si fomentamos la inclusión de los jóvenes al trabajo, quizás podremos ir cumpliendo nuestros objetivos. Si mejoramos las relaciones entre las instituciones de educación superior y otras instituciones donde los futuros enseñantes hacen sus prácticas pedagógicas, con intercambio de saberes y experiencias, incluyendo un diseño e implementación de sistemas de evaluación con el objetivo de obtener información estratégica para la toma de decisiones y el fortalecimiento de las instituciones educativas, seguramente muchos de nuestros problemas encontrarían solución.

 

La civilización no la podemos importar de Finlandia como tampoco podremos desterrar la barbarie ya instalada en el imaginario social referida especialmente a ciertos sectores sociales.

Un dilema solo nos conduce a caminos opuestos sin posibilidad de solución. Por lo tanto, se torna necesario tener políticas públicas que incluyan a todos planificadas a largo plazo, más allá de los gobiernos de turno. Un Estado preocupado y ocupado en sus ciudadanos encontrará caminos alternativos para que la educación logre la sociedad mejor que todos queremos ser.

 

(*) Doctora en Ciencias de la Educación (UNR)