La epidemia de malaria contagió a 247 millones de personas y causó más de 619.000 muertes en el mundo en 2021, casi todos en África, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es una enfermedad pandémica que se propaga a través de los mosquitos del tipo anófeles que ya estén infectados, y si bien puede ser mortal, también es prevenible y curable, y es por eso que científicos de todo el mundo trabajan en vacunas y en mutaciones genéticas como posibles soluciones.

La Universidad Hebrea de Jerusalém, fundada por Albert Einstein, cuenta en su sede de la ciudad de Rehovot con su Facultad de Agricultura. Allí trabaja desde hace cinco años la genetista Flavia Krsticevic, una científica rosarina que padeció la llamada “fuga de cerebros durante el macrismo”, y que se encuentra realizando su pos Doctorado en Senior Bioinformática en el Departamento de Entomología del laboratorio de Phi Papathanos.

A diferencia de las investigaciones en busca de una vacuna que cure a las personas que se hayan enfermado de malaria, Flavia fue contratada junto a otros genetistas del mundo para secuenciar el genoma de este mosquito específico, con el objetivo de modificar su genética para que al reproducirse con una hembra, sólo nazcan machos de sus huevos, y bajo este método, que ya se utiliza en algunos países con éxito, se frenaría el avance de la malaria que castiga a la población en los países africanos, sin generar mutaciones que puedan ser agresivas para el ecosistema. 

“¿Hacemos un mate con nana?”, fue lo primero que dijo Flavia, visitada por esta cronista de Rosarioplus.com en su laboratorio israelí. Y tras armar el equipo, cortó unas hojitas de menta de la huerta que agregó a la yerba, y luego paseó por los edificios y laboratorios, plazas, club deportivo y viviendas para estudiantes e investigadores, para contar sobre su trabajo en una moderna cafetería estudiantil.

“En la facultad tenemos especies de árboles del mundo, a modo oasis de especies representando otros ecosistemas. Los laboratorios y aulas son compartidos entre varias facultades: la de agricultura, la de veterinaria, alimentación y nutrición, biología vegetal y animal”, destacó, y aclaró después: “Mi trabajo es de genetista pero desde la informática, es decir que mayormente trabajo con letras en computadora, aunque también hago un poco de laboratorio con los mosquitos". 

Con fondos de Melinda Gates 

Este laboratorio trabaja en varios proyectos internacionales. Uno de ellos es el del control de mosquitos anopheles gambiae, que son los de la malaria. “Ganamos un subsidio de 5 millones de dólares de la Fundación de Melinda Gates (esposa de Bill, el fundador de Microsoft), para proyectos innovadores en la salud mundial, y esto costea toda la investigación”, destacó.

El proyecto consta en producir mosquitos que sean capaces de controlar el crecimiento poblacional en ambientes naturales. “Nosotros modificamos la genética de los machos para que solo tengan descendencia masculina. De esta forma la siguiente generación no se podría reproducir y la población de mosquitos de la malaria declinará en la siguiente generación”.

A esto se le llama “distorsionador de sexo”. En ambientes naturales suele ir fluctuando de acuerdo al tamaño de la población, y hay casos de éxito como en islas de Singapur y en Florida (Estados Unidos), y lugares donde ya se ha testeado, y “la idea es aplicarlo en África, que es donde está el mayor problema de la malaria”.

Flavia tenía la experiencia en el asunto y por eso fue contratada en 2019. “El laboratorio recién se fundaba, éramos tres investigadores y ahora somos 26”, destacó.

Una rosarina en la fuga de cerebros 

Flavia realizó su maestría y doctorado en la Universidad de Río de Janeiro, justo durante el tiempo que se secuenció el genoma de una mosca: “En el 2000, cuando se secuenció el genoma humano por primera vez, también el logro fue simultáneo con el de la mosca drosophila melanogaster. Mi jefe era el encargado del ensamblaje del genoma Y fue pionero en desarrollar técnicas de bioinformática en el cromosoma Y”.

Luego Flavia decidió retornar a Rosario, donde fue contratada en el Conicet: “Trabajé en Cifasis (Centro Internacional Franco-Argentino de Ciencias de la Información y de Sistemas), donde desarrollamos herramientas que estudian genoma. Como ya tenía la experiencia de Brasil aplicamos la tecnología de secuenciamiento en un proyecto con el que logramos crear una empresa (Argentac) y una patente, dentro del grupo de Agrobio informática”.

Alli estuvo cuatro años trabajando con la directora Elisabet Tapia. Pero cuando Mauricio Macri asumió la Presidencia de la Nación, muchos científicos quedaron en la calle por los recortes aplicados al presupuesto de ciencia y tecnología. 

“Yo me quería quedar en Rosario, hacía algo que me encantaba, pero no aceptaban ingresos en el sistema. Trabajaba como investigadora asistente contratada por cuatro años, y cuando debía pasar a planta como investigadora adjunta, pasé todo un proceso a nivel nacional, pero no fui efectivizada por el Gobierno Nacional. Fue duro porque presenté muchos proyectos y pasé muchas instancias. Entonces me volví a Brasil a hacer un pos doctorado en torno a virus, y unos meses después salió la oportunidad de venir a investigar en Israel”.

Flavia durante sus horas de trabajo con sus compañeros, en la oficina donde secuencian los genomas del mosquito junto a otros bioinformáticos.

Para este trabajo, Flavia inmigró a Israel junto con su hija, quien se adaptó muy bien al idioma en la escuela. Hoy realiza campamentos mensuales en la naturaleza con sus amigos del club social. El contrato de Flavia para investigar en este laboratorio estará vigente hasta 2028. Aunque en enero del año entrante se renovaría, y ella no duda en que quisiera quedarse cuatro años más y seguir criando a su hija en Rehovot.

“Acá nos recibieron de manera inmejorable. Vinimos con mi hija con dos valijas, y en seguida se hicieron redes, de vecinos, en grupos de Facebook para inmigrantes. Personas que ni conocía me dieron dinero y donaciones, todo lo que necesitara para instalarme. Mi hija acá está muy adaptada y las dos nos sentimos incluidas”, aseguró en torno a su vida actual en este país de idioma completamente desconocido.

Entonces señaló que en Rosario vivió muchas veces un racismo estructural: “Me considero no blanca, aunque no me considero negra ni aborigen. Yo tengo origen aborigen y croata (de ahí el apellido), con familiares viviendo en Croacia, por lo que tampoco es que soy anti europeísta. Pero sí fui víctima de racismo de muchas formas en Argentina por no ser blanca. Una discriminación que acá nunca experimenté, aun sin tener origen judío. Yo sentí que la gente en Argentina es más violenta que acá. En Brasil ya me di cuenta, los únicos no blancos en mi laboratorio eramos los de limpieza y yo. Con la llegada de Lula entró más una diversidad de etnias, pero ahí estuve menos de un año. Entonces cuando volví al Cifasis me percaté de que no había ningún científico no blancos”.

Sin embargo cuando se puso a pensar en su argentinidad, Flavia reconoció: “Extraño el asado de carne argentina, la comida en general. Las reuniones familiares en los domingos. Acá la gente se reúne los viernes a la noche, pero no es lo mismo. También extraño el año nuevo, que acá no se celebra. Extraño el trabajo en equipo, en Argentina se trabaja más en grupo, tirar todos para el mismo lado a nivel científico. Acá y en Brasil es más competitivo, individualista cada cual por su propia carrera. Pero en lo social hay buenos grupos”.

La parte de laboratorio del Departamento de Entomología del laboratorio de Phi Papathanos, visitada por estudiantes.

Malaria y coronavirus

Consultada entonces sobre el proceso de su labor cotidiana, Flavia explicó: Trabajamos con machos y hembras de insectos, lo hacemos con el cromosoma de los machos que es Y, y como se desconoce el genoma de las hembras, esto trae más dificultad. Secuenciamos, analizamos los genomas, los ensamblamos como si fuese un rompecabezas, se selecciona un gen de esas piezas y se direcciona específicamente introduciendo o mutando genéticamente en esta especie de mosquito”.

Lo que se suele usar es una técnica de los años ‘40 del mosquito estéril: “Se someten las poblaciones a radiación. En sus gametas se generan muchas mutaciones porque se quiebra el ADN. Esos machos irradiados no se pueden reproducir, y eso es lo que se suele hacer si se quiere controlar la población. Pero con estas nuevas técnicas genéticas, eliminando el cromosoma X, o logrando que el macho no tenga ese cromosoma en sus gametas, para que su descendencia sea masculina. La ventaja es que no es necesario irradiarlos”, aseguró.

Como genetista que ha trabajado mucho también con virus, Flavia fue consultada en torno a su opinión sobre el polémico origen del coronavirus: “Hay artículos publicados. El primero que salió oficialmente explica que realmente fue un virus de laboratorio, pero que el origen era de murciélagos. Eso es real. Pero en ningún momento se avanzó con investigar la hipótesis de que haya ocurrido una fuga del laboratorio. Eso es muy fuerte, decir que es una falla y que viene desde Wuhan. Lo que no se puede decir es si es artificial o si fue liberado como un arma biológica.  Claro que los laboratorios internacionales se enriquecieron después con las vacunas, porque no fueron gratuitas”.