El gobierno alemán afirmó la semana pasada que los exámenes toxicológicos realizados
al político opositor ruso revelaron la indudable presencia de un agente nervioso del grupo
del Novichok.

El opositor al gobierno de Vladimir Putin había sido trasladado en coma desde un hospital
en Siberia, Rusia, después de sufrir un colapso. Inmediatamente comenzó a sospecharse
que había sido envenenado.

Tras la confirmación, el gobierno alemán expresó su condena en los términos más serios
posibles al ataque contra Navalny y requirió una explicación urgente a su par ruso. La
información sobre el ataque con Novichok será puesta a disposición del resto de países
de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
para establecer una posición conjunta.

Tuve tu veneno

Alexei Navalny comenzó a sentirse mal poco después de abordar un vuelo que lo llevaría
a Moscú. Había sido fotografiado en el aeropuerto bebiendo un té negro. Poco después
de despegar, el avión tuvo que aterrizar de emergencia en la ciudad de Omsk dado que
Navalny había sufrido un colapso entre terribles dolores. La aerolínea en la que viajó,
confirmó que no comió ni bebió nada a bordo. El opositor fue ingresado en un hospital
local en el que los médicos negaron presencia alguna de veneno en los distintos análisis
toxicológicos, pese a las denuncias de sus allegados. Durante dos días, Navalny
permaneció en ese hospital, ya en coma, pese a la insistencia para trasladarlo a un
nosocomio en Berlín. La portavoz de Navalny sostiene que la demora para trasladarlo
tuvo por objetivo ganar tiempo para evitar que pudiera detectarse la sustancia actuante en
su organismo.

Novichok, que en ruso significa recién llegado, designa a una familia de armas químicas
que fueron desarrolladas en laboratorios secretos de la Unión Soviética hacia el final de la
Guerra Fría con el objetivo de superar los mecanismos y métodos de protección y
descontaminación de los militares occidentales y dificultar la detección de su uso. Se
considera que los agentes de esta familia son más peligrosos y sofisticados que el Sarín
o el VX.

Las sospechas respecto de la participación del gobierno ruso se acrecientan debido a que
en 2018, el exagente de espionaje ruso Sergei Skripal y su hija también fueron
envenenados con Novichok.

Clave geopolítica

La pregunta que subyace es si Putin -o su gobierno- es responsable del envenenamiento
de Navalny y, como se estableció más arriba, no faltan elementos para sospechar.
Las reacciones diplomáticas no se hicieron esperar. Desde la UE y los Estados Unidos se
extendieron mensajes de apoyo al Navalny, mientras que desde Alemania y Francia se le
ofreció asistencia médica y asilo.

La clave geopolítica del caso Navalny se encuentra en que más allá de las
especulaciones sobre si el envenenamiento fue o no ordenado por el gobierno ruso, la
escena que retrata es la misma de los últimos 20 años. Para Occidente, la Rusia de Putin y el propio líder ruso son inescrutables y, por lo tanto, resulta harto difícil saber cómo
actuar.

Por su parte, Occidente ha sido bastante elemental en su forma de conducirse respecto
de la Rusia postcomunista. Se limitó a incumplir las promesas de no avanzar sobre la
antigua esfera de influencia soviética. De hecho, al día de hoy, a través de la presencia de
la UE en lo que se refiere al avance económico y comercial y de la OTAN en lo atinente al
plano militar, Occidente nunca estuvo tan cerca de Moscú. Hace tiempo que Putin tomó la
determinación de frenar el avance occidental.

El opositor

La respuesta del gobierno ruso ante el caso Navalny roza el humor negro. Un portavoz del
Kremlin se limitó a desearle una rápida recuperación y agregó: como a cualquier
ciudadano de nuestro país. Es evidente que Navalny no es cualquier ciudadano.

Navalny representa a un sector por ahora minoritario de la sociedad rusa que quiere un
país distinto. Todavía no supone una amenaza directa para el control que Putin ejerce
sobre el país, pero sí es una amenaza indirecta en tanto denuncia periódicamente la
corrupción, la mayor debilidad del régimen y el tema -quizás el único- que une a toda la
población. Desde los nuevos ricos hasta los obreros, todos han padecido la corrupción.
Navalny intenta construir un movimiento político sobre la base de este cuestionamiento.

Es actualmente la figura opositora más popular en Rusia. Se hizo conocido entre la
opinión pública durante las elecciones legislativas de 2011 con unas publicaciones virales
en su blog, donde denunciaba la corrupción en las élites cercanas a Putin y los
negociados electorales. Anima a una nueva generación de jóvenes rusos desencantados
con el statu quo.

Comenzó como bloguero y luego incursionó en la política. Es carismático y elocuente, y
ha sabido traducir los millones que lo siguen en sus redes sociales en multitudinarias
marchas en las calles. En algún momento coincidió con opositores de extrema derecha,
pero fue moderando su discurso ideológico y centrándose en la corrupción, lo que lo ha
llevado a pasar más de una docena de veces por la cárcel, la última en 2019.

En 2013, fue candidato a la alcaldía de Moscú, donde obtuvo un 27 por ciento de los
votos y nunca reconoció la derrota. En 2018, quiso enfrentar a Putin en las urnas, pero se
le prohibió presentar su candidatura por haber sido condenado a cinco años de prisión en
suspenso por una supuesta estafa en 2009.

Putin viene de ganar un referéndum constitucional que le abrió las puertas de la
reelección hasta 2036, pero su figura está en mínimos históricos de popularidad, según
señalan sondeos de opinión no oficiales. Es por eso que, al momento del
envenenamiento, Navalny se dedicaba a promover la participación en los comicios
regionales previstos para el 13 de septiembre con giras como la que hizo en Siberia para
dar su apoyo a jóvenes líderes opositores.

¿Pudo entonces tratarse de un ataque perpetrado desde el gobierno o podría tratarse de
algún otro enemigo de la larga lista que Navalny se ha hecho con sus denuncias? Es
difícil encontrar una respuesta definitiva a esta pregunta, pero es sencillo reconocer un
patrón concreto: un enemigo de Putin es misteriosamente envenenado. Los exespías
Alexander Litvinenko y Sergei Skripal, el político Vladímir Kara-Murza, el productor de la
banda punk Pussy Riot, el activista Piotr Verzílov, y el propio Navalny en otras dos
ocasiones, son algunos antecedentes.

Este modus operandi es heredado de la vieja escuela del espionaje soviético y Putin fue
director de la KGB, es decir, jefe de los espías. El veneno siempre tuvo una doble virtud
para los ocupantes del Kremlin porque les permite negar cualquier responsabilidad
sabiendo que nadie les creerá. El resultado es un mensaje amenazador para piensen
desafiar sus intereses.

Por eso al gobierno ruso no le interesa que la situación se aclare. Si fue responsabilidad
propia o de algún aliado, oculta su rastro. Si es ajeno al hecho, se beneficia de los efectos
del supuesto envenenamiento en un momento en el que Putin necesita más que nunca
que los rusos no vean alternativas políticas.

Semanas atrás, las manifestaciones en la vecina Bielorrusia contra la reelección de
Alexandr Lukashenko -aliado de Putin- tenían a Navalny muy atento. Allí las exitosas
huelgas de trabajadores lograron involucrar a las autoridades locales y sumarlas a las
protestas. Su movimiento, el Fondo de Lucha contra la Corrupción, monitoreaba las
tácticas y estrategias de los bielorrusos y auguraba el mismo escenario para Rusia en las
presidenciales de 2024.

Mientras tanto, Putin confía en su estrategia y en que nada hace indicar que el caso
Navalny vaya a producir un cambio de estrategia en Occidente sobre Rusia. Como no
ocurrió ante ninguno de los anteriores incidentes. Al fin y al cabo, nunca se sabrá
realmente lo que pasó, aunque no resulte difícil conjeturarlo.