Aylan Kurdi se convirtió en la imagen que ilustró con nombre y apellido la atrocidad del drama migratorio que viven cientos de miles de personas que huyen de guerras, “limpiezas” étnicas o religiosas y de la miseria. Se ahogó y apareció en una playa de Turquía junto a su hermano y su madre, y al menos otras 12 personas procedentes de Siria, cuando intentaban escapar a Grecia.

Se hizo carne aquello de que “una imagen vale más que mil palabras” y la fotografía en la cual se ve a un agente de la policía turca transportando su cuerpo dio la vuelta al mundo, avivando la polémica sobre la crisis migratoria que enfrentan Europa y el mundo. Ni siquiera los dos camiones encontrados en Austria la semana pasada con casi un centenar de inmigrantes irregulares muertos en su interior causaron semejante impacto.

Los funcionarios de la Unión Europea (UE) se rasgaron las vestiduras cuando, a comienzos de este año, naufragó un carguero en el Mediterráneo en el cual murieron más de 800 personas procedentes del norte de África dejando al descubierto la crisis. Sin embargo, las preocupaciones se diluyeron al poco tiempo.

Pero esta vez, en todo Occidente, la muerte dejó por un momento de ser abordada como una cuestión cuantitativa y volvió a ser mirada como una cuestión cualitativa. Esta vez se trató de un niño pequeño, con un nombre y con un futuro que ya no existen.

La inmigración irregular procedente de África y Asia con destino a Europa es constante desde hace tiempo. Sólo en 2014, 218 mil personas migraron a Europa y unas 3 mil quinientas perdieron la vida en el intento. Desde enero de 2015, la cifra de migrantes superó las 350 mil personas, de acuerdo con datos ofrecidos por la Organización Internacional de Migraciones (OIM). El mismo organismo indica que en el mismo período murieron al menos 2600 personas.

La cuestión migratoria es de larga data, pero recientemente se agravó por distintas causas.

Libia y Siria, el costo de intervenir en todas partes

Lo que se dio en llamar “primavera árabe”, fenómeno observado en Occidente con una visión un tanto romántica -por no decir naif- supuso la caída de varias viejas dictaduras para dar lugar a supuestas democracias florecientes. Esos procesos estuvieron bien lejos de ser fenómenos locales, y tanto las potencias europeas como los Estados Unidos interfirieron para inclinar la balanza a favor de sus propios intereses económicos, políticos y estratégicos.

En concreto, la violenta guerra civil y el derrocamiento del dictador libio Muammar El Gadafi, provocó que el país del norte africano quedara a expensas de bandas armadas que pasaron a controlar la mayor parte del territorio y redujeron la presencia del Estado a una mínima expresión. De ese modo, los europeos y sus aliados estadounidenses expulsaron del poder violentamente a un hombre que nunca engañó a nadie -siempre fue un dictador- pero que fue aliado o enemigo de acuerdo a la conveniencia ocasional de los líderes políticos de turno en Europa y los Estados Unidos. Así, Libia se convirtió en poco tiempo en el vehículo ideal para recibir por sus fronteras  permeables a miles de migrantes de origen africano y asiático que encuentran en sus costas la salida más apta para huir con rumbo al Viejo Continente. La Libia de  Gadafi era, por mal que pueda sonar, el país más próspero del norte africano y asimilaba parte de la inmigración irregular, o bien la contenía, porque había un Estado capaz de controlar sus fronteras. Ahora eso ya no existe y Libia se convirtió literalmente en un “embudo” que desemboca en el Mediterráneo y, por lo tanto, en Europa.

En Siria sucedió algo parecido, con la diferencia de que el régimen del dictador Bashar Al-Assad, mantiene una sobrevida que no tuvo Gaddafi. La guerra civil siria aún continúa. Pero algo inusitado ocurrió. Europeos y estadounidenses -una vez más- alentaron y apoyaron a fuerzas insurgentes para que derrocaran a Al-Assad. Una de las facciones insurgentes se desprendió y comenzó un proceso de ocupación territorial en Siria y en el vecino Irak, y se apropió de pozos petroleros. Se fortaleció vendiendo petróleo barato de manera clandestina y comprando armas. ¿Su nombre? ISIS. O Estado Islámico.

Como consecuencia de la guerra civil, al menos dos millones de sirios huyeron desde 2011 a la fecha. Los países vecinos, como Líbano, Jordania, Turquía, Irak y Egipto alegan encontrarse saturados de refugiados. Las cifras oficiales en cada uno de esos países oscilan entre más de 100 mil personas en Egipto y más de 700 mil en Líbano. El destino alternativo más próximo es Europa.

A río revuelto, ganancia de las mafias migratorias

A raíz de lo anterior, se produjo un auge de organizaciones criminales que trafican personas y que desarrollaron precisos mecanismos para quedarse con el dinero y la documentación de aquellos a quienes trasladan sin ofrecerles la menor garantía de seguridad. De hecho, los tripulantes son los primeros en abandonar las naves en el caso de ser interceptadas por guardacostas o, peor aún, de hundirlas para salvar sus propios pellejos, dejando que las personas transportadas alcancen la costa por sus propios medios, si es que pueden.

Dichas organizaciones mafiosas conocen la legislación europea, se informan con la prensa europea, se aprovechan de todos los flancos débiles de la Unión Europea (UE) y de sus miembros, y también negocian con organizaciones criminales europeas, como la mafia italiana. El negocio es multimillonario y se calcula que arroja ganancias por más de 650 millones de dólares al año.

Europa y la administración del caos

Europa en su conjunto y la UE en particular, presenta serios problemas para contener la situación.

El primero de ellos es que el bloque regional carece de una política común ante la inmigración irregular. El año pasado los países miembro acogieron a poco más de 7 mil personas, frente a los millones de refugiados que residen en los países vecinos de Siria e Irak. En lo que va de 2015, se distribuyeron 40 mil refugiados y están en proceso de discusión para ver cómo proceden con 120 mil personas más. Pero mientras los funcionarios europeos discuten en Bruselas qué medidas adoptar, cientos de personas mueren a diario.

En este contexto, las diferencias entre los países del norte y del sur europeo conspira contra eventuales soluciones. Los del sur -Italia, España, Malta, Grecia y Bulgaria- se quejan de la falta de compromiso de los países del norte -Alemania, Holanda, Bélgica y los países nórdicos- porque no lidian con el patrullaje de las costas del Mediterráneo y no tienen que asumir la responsabilidad por las muertes. Los países del norte le endilgan a los del sur el fracaso para contener los inmigrantes irregulares, reprochándoles que una vez ingresados al continente, buscan asilo en los países del norte porque tienen una legislación más accesible para el asentamiento en su territorio. A este conflicto se le agrega otro entre el este y el oeste europeo. Países como Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, presentan un principio de acuerdo para blindar sus fronteras y no dejar pasar inmigrantes irregulares procedentes de Asia y África. De ese modo, vuelcan toda la responsabilidad de la acogida en los países del oeste del continente.

Como si eso fuera poco, en toda Europa se encuentra en ascenso la ultraderecha que clama por restricciones a la inmigración irregular y promueve las deportaciones y la intolerancia. Hace de los inmigrantes verdaderos chivos expiatorios de todas las dificultades de la población local, jaquea a los políticos moderados y progresistas que eventualmente adoptarían medidas receptivas con los inmigrantes pero que no se animan a hacerlo por temor a perder votos.   

Alguna vez hay que hacerse cargo

El hombre blanco y europeo y sus descendientes avanzaron por todos los rincones de la Tierrra imponiendo su estilo de vida, su cultura, sus sistemas económicos y políticos, explotaron a los nativos y usurparon sus recursos. Provocaron y avalaron guerras y dictaduras para luego combatirlas. Gozaron de un festín que parecía ilimitado. Pero llegó el momento de “pagar la cuenta”. Llegó el momento de hacerse cargo de la rapiña de tantos siglos. Pero al momento de ofrecer albergue y trabajo, aflora el chauvinismo y la xenofobia, profundizando el conflicto que el europeo y sus descendientes originaron.

Si la muerte y la imagen de Aylan Kurdi muerto, sirven para que la opinión pública tome conciencia y asuma su responsabilidad de presionar a la dirigencia política a adoptar medidas concretas, entonces no habrá sido en vano. Lo cierto es que mientras los gobiernos europeos no ofrezcan rutas  aptas, regulares y adecuadas rumbo a Europa y, posteriormente, medios de acogida, millones de personas seguirán eligiendo la inseguridad de un futuro incierto en vez de la seguridad de la muerte a causa de la guerra civil, la persecución religiosa o el hambre.

El conflicto migratorio es lisa y llanamente infame. Infamia significa maldad, vileza, deshonra. La migración irregular se convirtió hace tiempo en una deshonra. Para Europa. Para el mundo. Para la condición humana.