Distintos medios de comunicación -especialmente europeos- sostienen que Jair Bolsonaro sufrió lo que se denomina un golpe blando a manos de los militares y exagentes de fuerzas de seguridad que conforman el ala dura de su gobierno. No se trata evidentemente de un golpe de Estado cívico-militar al viejo estilo Latinoamericano, el cual hubiera reclamado la inmediata condena internacional, sino de algo mucho más sutil, como lo son las actuales formas de avasallar la democracia. Lo cierto es que el primer mandatario fue desplazado informalmente del poder.

En pocos días, el presidente pudo observar como se vaciaban irremediablemente de contenido sus funciones ejecutivas. El comienzo de la crisis política puede buscarse en la subestimación que hizo del coronavirus Covid-19 desde que comenzó la pandemia, la cual puso a la sociedad brasileña en un gravísimo riesgo. Prueba de ello es que en los últimos 10 días Brasil prácticamente duplicó la cantidad de contagiados y de muertos por el virus. 

Los sondeos de opinión indican que solamente el 18 por ciento de los brasileños cumple rigurosamente con las condiciones de aislamiento social preventivo, pese a que el 76 por ciento de la población se manifiesta a favor de la implementación nacional de una cuarentena (Datafolha).

Por el momento, sólo algunos gobiernos estatales y municipales han adoptado esa medida y, hasta hace poco tiempo, Bolsonaro la combatió en nombre de la santosacra economía, aunque queda claro que lo hizo más específicamente en defensa de los intereses concretos de los grupos de poder que lo llevaron a la presidencia. El mandatario se enfrentó duramente a su ministro de salud, Luiz Henrique Mandetta, médico y militar, quien recomendó desde el principio que se adoptaran medidas de distanciamiento social. Finalmente, el grueso del gabinete, especialmente los 11 ministros exmilitares y los titulares de las carteras más relevantes concluyeron por llevar adelante el vaciamiento de funciones de la presidencia de la República para depositar el ejercicio del poder ejecutivo en manos del jefe de la Casa Civil -cargo equivalente al de Jefe de Gabinete- el general Walter Braga Netto. El militar ingresó al gobierno a mediados de febrero de este año, cuando aún se desempeñaba como jefe del Estado Mayor del Ejército. En un comunicado del 31 de marzo, firmado por el ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva y por los comandantes del Ejército, la Marina y la Aeronáutica, se anunció formalmente el desplazamiento de Bolsonaro: “En cuanto dure la situación de crisis (por el impacto del Coronavirus) el Presidente Operacional de Brasil será el general (Walter) Braga Netto". 

El mecanismo

La explicación que desde la cúpula del gobierno se hizo correr acerca del desplazamiento de la autoridad electa, fue que con este mecanismo se lograba reducir el grado de exposición del presidente, quien había sido objeto de duras críticas tanto en el Congreso, como en todo el espectro partidario y en los medios de comunicación. Los militares sostienen incluso que la decisión fue acordada con el propio Bolsonaro.

La pregunta que subyace es ¿cómo pudo el presidente haber acordado un recorte casi absoluto de sus funciones justamente en momentos de una crisis que es cuando más se requiere de su protagonismo? Resulta difícil pensar que un hombre con el desapego que Bolsonaro tiene por las consideraciones y las opiniones ajenas haya aceptado dar un paso al costado para someterse voluntariamente al ejercicio de una presidencia estrictamente nominal o decorativa. 
La explición quizás se encuentre en que independientemente de sus errores y su personalidad muchas veces exasperante, el presidente se encuentra jaqueado por distintas situaciones. Un primer hecho a considerar es que las opiniones de los brasileños en las encuestas indican que el presidente goza actualmente de sólo un 32 por ciento de popularidad, mientras que el ministro de salud alcanza un 76 por ciento. Mandetta se ha convertido en el funcionario mejor considerado de todo el gobierno seguido en popularidad por un 58 por ciento correspondiente a los gobernadores, un 50 por ciento los intendentes municipales y hasta por un 37 en el caso del ministerio de economía, una cartera habitualmente antipática, mucho más desde que adoptara medidas de contenido claramente impopular como la reforma del sistema de jubilaciones y pensiones.

Otro hecho a tener en cuenta es que actualemte hay en el Congreso siete pedidos de juicio político contra el presidente. Al no gozar de mayoría propia en ninguna de las Cámaras, es posible que la presión sobre Bolsonaro haya llegado bajo la forma de una amenaza de dejar avanzar un juicio político en su contra. Recuérdese que actualmente el presidente no tiene actualmente ni siquiera un partido político propio. Y no son pocos los enemigos del mandatario en el Poder Legislativo, que recuerdan claramente cómo se comportó él cuando era diputado y votó a favor del deplazamiento de Dilma Rousseff.

Un tercer hecho es que el entorno familiar de Bolsonaro, especialmente sus tres hijos, son investigados por distintos motivos. También es posible que las presiones hayan llegado por ese camino, sobre todo si se tiene en cuenta el fastidio de varios militares -especialmente del vicepresidente, Hamilton Mourao- con el excesivo protagonismo que los hijos del presidente han tenido hasta ahora.

Un café para el presidente

La rebelión en el gabinete contra Bolsonaro es profunda. El ministro de economía, Paulo Guedes y el ministro de justicia, Sergio Moro -otrora dos de sus hombres fuertes- también dieron su apoyo manifiesto al ministro de salud y al nuevo esquema de poder encabezado por Braga Netto. 

Las consideraciones del mandatario respecto de que el virus Covid-19 era una simple gripecita o un resfriadito y todo el daño que provocó en la sociedad brasileña -y muy específicamente sobre su salud pública- sólo podrá determinarse con el tiempo. Algunos síntomas ya pueden apreciarse a través de la cantidad de infectados y muertos. Algunos analistas vaticinan que la situación de Brasil tornará peor que la de Italia en su momento más difícil. Ese hipotético escenario constituiría un peligro para la Argentina, que mantiene una frontera con Brasil de características permeables.  Especialmente en la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil. En ese caso, el gobierno argentino deberá mantenerse alerta y acordar políticas comunes de seguridad y de salud pública con su par brasileño. 

Un ejemplo del vacío de poder al que fue sometido el presidente puede advertirse con claridad mediante la siguiente anécdota. La semana pasada, Bolsonaro convocó a las autoridades del poder legislativo a almorzar con él en el palacio del Planalto. Sin embargo, los jefes de ámbas Camaras legislativas prefirieron almorzar con el ministro de salud. Nadie desairaría así a un presidente  poderoso. En los microclimas políticos bien se sabe que cuando un funcionario pide un café y nadie se lo lleva es porque su poder se evaporó. 

La dimensión que cobre la pandemia en Brasil, el país más grande de Latinoamérica y el más afectado por el Covid-19, que se enfrenta a un eventual colapso de su sistema de salud en breve, determinará si en el futuro cercano se decidirá un desplazamiento definitivo de Bolsonaro, ya fuera mediante juicio político o mediante una renuncia pautada. En cualquier caso, los antecedentes institucionales son graves y en el caso de asumir el vicepresidente, Hamilton Mourao, el poder continuaría en manos de militares, cuyo protagonismo ha vuelto al escenario político latinoamericano de manera preocupante y para nada casual.