Los rumores comenzaron a circular a partir del 15 de abril, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Kim Il-sung -abuelo del actual presidente Kim Jong-un- quien fuera el fundador del país. La ausencia del líder en la celebración más importante para los norcoreanos dio lugar a que se profundizaran las especulaciones sobre su salud, que no eran nuevas. Si bien se sabía que Kim tenía que ser sometido a una intervención quirúrgica, no había mayor información respecto del tipo de intervención en cuestión. Medios de comunicación de Corea del Sur especializados en la política norcoreana, afirman que Kim habría sido sometido a una intervención cardiovascular. Entre los antecedentes del paciente se encuentran la obesidad, la adicción al tabaco y el estrés. Sin embargo, resulta imposible saber con precisión cuál es el estado de salud real del líder norcoreano debido a que se trata de uno de los regímenes más herméticos del planeta, quizás el más cerrado de todos. 

Impacto y alcance

El hecho, aparentemente un fenómeno de estricta implicancia local, cobra sin embargo ribetes regionales e incluso globales. Eso se debe a que Corea del Norte es un país con despliegue de tecnología misilística y nuclear, es decir que tiene el poder de producir y lanzar misiles de mediano y largo alcance capaces de alcanzar la costa oeste de los Estados Unidos y, además, ha desarrollado armas nucleares. Si bien la intensidad de la producción de combustible nuclear habría disminuido a partir de los encuentros y la distensión entre Kim Jong-un y Donald Trump, la tan anunciada desnuclearización de la península coreana es todavía un sueño lejano. 

La falta de información fehaciente acerca de la salud de Kim abre un período de incertidumbre e inestabilidad en Extremo Oriente dado que Corea del Norte limita con Corea del Sur -aliado estratégico de los Estados Unidos-, con China y Rusia al norte, y el mar apenas la separa de Japón. Del otro lado del Océano Pacífico se encuentran -ni más, ni menos- los Estados Unidos. 

La antigua tendencia del régimen norcoreano de chantajear a la comunidad internacional a través de la amenaza armamentista y de la reanudación de un conflicto bélico en una región tan volátil, es lo que le ha permitido obtener del resto del mundo lo que necesita y no produce, a saber: energía, alimentos, medicamentos. Es por todo esto que una eventual crisis sucesoria para decidir quien reemplazaría a Kim Jong-un en el hipotético caso de que dejara su cargo, ya fuera por incapacidad o por muerte, desataría una dura pugna por el poder, en el marco de un régimen totalitario. 

Sucesión

Hay quienes se apuran a señalar a la hermana del líder, Kim Yo-jong, como posible sucesora. Es considerada una mujer implacable, bien formada a la par de su hermano, y con una creciente imagen pública. Estudió en Berna, Suiza, al igual que el dictador y se estima que tiene entre 30 y 32 años de edad: tal es el grado de cerrazón informativa que impera en el régimen norcoreano que ni siquiera la edad de una de sus de sus principales figuras puede conocerse en detalle. Sin embargo en un país con fuerte tradición patriarcal y machista, para muchos analistas resulta improbable que algún día ella lograra quedar al frente del gobierno. También parece poco probable que Kim fuera sucedido por su hijo mayor que contaría aproximadamente con 10 años de edad. Y parece también descartado el nombre del hermano mayor de la actual dictador, Kim Jong-chol, dado que nunca ocupó ninguna función de Estado y dedicó su vida a convertirse en un guitarrista. La grilla de potenciales sucesores incluye el nombre de Kim Han-sol, sobrino de Kim Jong-un, nacido en 1995. 

El inconveniente central de una disputa hereditaria en torno a Kim Jong-un deriva en que cualquier reafirmación interna de liderazgo, conllevaría una consecuente demostración de poder hacia el mundo y, en la tradición norcoreana, esas demostraciones de poder se realizan militarmente, es decir, mediante pruebas de misiles o mediante detonaciones nucleares subterráneas. También podría reabrirse el conflicto entre Corea del Norte -país que siempre encontró respaldo en China y en Rusia- y los Estados Unidos junto a sus aliados: Corea del Sur y Japón. Es bien sabido que en un eventual conflicto nuclear, Corea del Sur, país próspero y pujante que ha dado claras señales de su crecimiento no sólo económico y tecnológico sino respecto de su sistema político democrático y de la idiosincracia de su pueblo en lo que fue una reacción colectiva inteligente frente a la pandemia de Covid-19, podría llevarse la peor parte. Su capital, Seúl, con 25 millones de habitantes, podría ser en cuestión de minutos borrada del mapa. 

Este encadenamiento entre la resolución local de una cuestión sucesoria en el marco de un régimen totalitario podría desencadenar un conflicto regional con impacto global porque involucraría a las tres mayores potencias nucleares del planeta, es decir, los Estados Unidos, Rusia y China. En la actual situación ambientalmente dominada por la pandemia del Covid-19, y una economía global prácticamente paralizada, la incertidumbre abierta en torno al liderazgo norcoreano no aparece como un dato alentador.

Quizás la noticia en sí misma tenga otras funciones puntuales. Una de ellas es mostrar que en el mundo actual los espacios se han contraído sutancialmente y, por más lejos que Latinoamérica se encuentre del Extremo Oriente, un conflicto allí impactaría también en nuestra región. Porque no puede soslayarse que los Estados Unidos son la potencia hemisférica y tampoco puede soslayarse que China tiene un protagonismo económico creciente en estas latitudes. 

Por otra parte, la apertura de un conflicto con un enemigo tradicional como Corea del Norte o con Irán -el presidente Trump ya dispuso que los barcos iraníes que hostigaran a barcos mercantes estadounidenses debían ser hundidos- podría ser la manera que el mandatario estadounidense utilice para crear focos de atención que desvíen la mirada de la pésima gestión en materia de salud pública realizada por su gobierno ante la pandemia del Covid-19.

El objetivo sería modificar los titulares de la prensa y el impacto sobre la opinión pública global -y especialmente sobre la propia- dado que los Estados Unidos enfrentan un proceso electoral que culminará el 3 de noviembre con las presidenciales que determinarán la continuidad o la interrupción de la era Trump, siempre y cuando el mandatario no encuentre argumentos para suspender esos comicios.