Amaramara, publicado en octubre pasado, aún huele a trazos de óleo, a corazones que se exponen, se encuentran y tribulan. Huele también a letras que siguen vivas con ese amor tan inmenso que tuvo Gelman por su amada Mara. Es que sí, además de un regalo de vuelo poético inmenso en el cruce de disciplinas, el libro es un anagrama. Por donde se comience a leerlo se encuentra la lógica a lo absurdo, y un nuevo significado, como el amor mismo.

Rivera ve en el amor facciones juveniles y sombras, expresiones que desorientan, circunstancias. También ve la cara más oscura, donde el amor quizás se asemeje a la muerte que juega con los vivos, entre moscas, esqueletos, cuervos y cangrejos. En las miradas de cada joven, el amor de Rivera es esquivo. Y el amor a Mara, amor de Gelman que inunda la obra, sólo le deja lugar al desconcierto. Será que “el emperrado corazón amora”, es acción empecinada.

 

 

Debajo

Crujen las cartas que nunca te escribí.

Matan al perro

En mi memoria siempre.

¿Quién le da de comer? Una

anticipación de la mañana

Talla tu rostro en mí. Respirás

A mi lado. En los agujeros

De lo que toca vivir hay

La marea del tiempo, lleva

Dolores a su basura inútil. El sudor

Del pasado golpea

Su páramo roto, la

Vida continúa, los

Pensamientos con plomo debajo.

 

 

Si bien el cruce de obras se da a conocer ahora, fue el propio poeta argentino el que reunió sus textos en un diálogo de imágenes e intenciones con el mexicano, en pensamientos sobre el amor a la mujer, pero también en una coincidencia de visión desencantada sobre la sociedad.

La conversación

En la jaula del pensamiento no cabe

El amor que no dan.

La mentira cubre el planeta. Hay

Visitas que no llegan

Y parientes prestados. Una hija

Aniquila a su padre,

Un tenor canta La Traviata.

La voz se recuesta en la sangre

Como existir bajo el sol. Pasa

El poder vestido de célebres venenos.

Del otro lado estamos tristes,

Con furias dudosas, tristes, y

Amores llenos y vacíos que

Marchita la indignación ¿Eso

Explica la prosa del mundo?

A veces ceso titalmente y se abren

Los pedacitos del amanecer

En un ricón de la lengua.

Las mujeres bellas de Rivera miran de reojo, meditan con péndulos, contemplan, lloran, gritan aturdidas, seducen con inocencia, se peinan, se burlan del pintor, envejecen y se endemonian. Mientras sus otras obras rompen con lo fácil de amarlas, interpelan con ojos vendados de gasas, desnudan sus esqueletos de animales extraños, putrefactos, con las moscas que los vigilan como satélites.

Baile

De la cintura bajan

Arrabales de adentro

Como impaciencias del amor.

¿Qué es esa moneda

Que tu bailar acuña?

En la colina del deseo

Sobra el sol.

Seguridad es tu hermosura,

Bella que el tiempo apagás

En laberintos de Eros donde

Es triste el que no sabe.

Amarte es preciso, vivir no.