Durante cuarenta días un grupo de ocho hombres y siete mujeres vivieron de manera voluntaria en una cueva de Lombrives como parte de un proyecto de 1,4 millones de dólares llamado Deep Time, que se propuso explorar los límites de la adaptabilidad humana al aislamiento. El proyecto, liderado por el Human Adaption Institute, finalizó este sábado.

Los científicos querían medir la capacidad de adaptación del cerebro humano a los cambios drásticos en su entorno normal, y estudiar cómo se desarrollaban las interacciones sociales en condiciones extremas de aislamiento

Con grandes sonrisas en sus rostros pálidos, dejaron su aislamiento voluntario en la cueva de Lombrives con una ronda de aplausos y disfrutaron de la luz mientras usaban lentes especiales para proteger sus ojos después de tanto tiempo en la oscuridad.

Qué ocurre con 15 personas en una cueva por 40 días sin luz ni celulares

Durante su tiempo en la cueva, los voluntarios durmieron en tiendas de campaña y hicieron su propia electricidad con una bicicleta de pedales ya que no había luz natural. También sacaron agua de un pozo de 146 pies debajo de la tierra.

Aislados, sin luz solar ni relojes ni contacto exterior, rápidamente perdieron el sentido del tiempo. De hecho un voluntario dijo que pensaba que había estado bajo tierra durante 23 días. Y si bien algunos en varios momentos sintieron necesidad de salir de la cueva, otros participantes aseguraron que tenían ganas de permanecer más tiempo aislados. 

“Por una vez en nuestras vidas, fue como si pudiéramos presionar la pausa”, dijo Marina Lançon, una de las siete mujeres que participaron en el experimento que también admitió sentirse feliz de estar al aire libre y volver a escuchar el canto de los pájaros. “Por una vez en nuestras vidas, tuvimos tiempo y pudimos dejar de vivir y hacer nuestras tareas. Fue genial”.

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El director del proyecto, Christian Clot, que también formaba parte del grupo, dijo a los periodistas el sábado: “¡Y aquí estamos! Nos fuimos después de 40 días. Para nosotros, fue una verdadera sorpresa”, citó The Guardian .

En asociación con laboratorios en Francia y Suiza, los científicos monitorearon los patrones de sueño, las interacciones sociales y las reacciones de comportamiento de los 15 miembros del equipo a través de sensores. Un sensor era un pequeño termómetro dentro de una cápsula que los participantes tragaban como una pastilla. Midió la temperatura corporal y transmitió datos a una computadora hasta que fue expulsado de forma natural.

La actividad cerebral de los voluntarios también se recopiló antes y después de que ingresaran a la cueva. “Nuestro futuro como humanos en este planeta evolucionará”, dijo Clot después de salir de la cueva. “Debemos aprender a comprender mejor cómo nuestro cerebro es capaz de encontrar nuevas soluciones, sea cual sea la situación”.

Los científicos detrás del proyecto dicen que les ayudará a comprender cómo las personas pueden adaptarse a condiciones de vida extremas y estar en completo aislamiento.