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“No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en lo cual lo sido se une como un relámpago al ahora en una constelación”. Walter Benjamin

En el presente encuentro una verdad: me duele la espalda. Deslizo la yema de los dedos por la parte baja de la columna y toco un nudo. Por un momento me seduce la posibilidad de publicar una descarga autorreferencial en Facebook para intentar conjurar el aislamiento y que parientes y amigos me lean, pongan “me gusta” o pregunten qué me pasó, pero finalmente desisto. Está cayendo la tarde y casi no he salido. Las lecturas, los apuntes y este escrito incierto me mantienen engrillado al escritorio con las manos y los ojos sobre las pantallas. Frente a mí destaca una versión de tapa dura de La República, siempre uso ese libro, la mayoría de las veces para apoyar el mouse cuando deja de funcionar sobre la superficie lisa de la madera. Casi nadie ignora una microscópica ficción dentro de ese texto en la que, para entrar en contacto con la verdad, el héroe platónico tiene que desatarse del dispositivo que lo obliga a ver sólo tramposas apariencias. Con dolor, según lo relata Sócrates (el ágrafo), se escapa de la infravivienda del error para salir al encuentro de lo que no cambia, dejando atrás a los otros cohabitantes. ¿Se dan cuenta? Salió al aire libre para encontrar la verdad, no se quedó inmóvil frente al saber como nos enseñaron en la escuela. Aunque con escritura, la de Platón, era una época sin libros.

Actualmente, circulan imágenes que ilustran esta escena. En una de ellas se lo puede ver al iniciado filósofo (a quien se le asignará un rol político de vital importancia) arribando a un bellísimo paisaje donde hay un sol radiante, el césped tan prolijo que parece un billar, a lo lejos un disimulado despuntar de montañas (como los que se ven llegando a Salta por tierra) y más cerca unos árboles bien podados mientras que, surcando el cielo, se dejan ver unos pájaros en pleno vuelo… ahí quiero estar yo ahora. No me importa si no encuentro ni una sola verdad en ese paraíso si al menos puedo llevarme la reposera, unos mates y despojarme de la que ya cargo de tanto estar enclaustrado e inmóvil frente a la pantalla.

Scriptorum

Me lo imagino a Calcidio, quien en los albores de la Edad Media trataba a Platón con la prudencia y el respeto que merece, con la misma dolencia dorsal mientras comenta y traduce El Timeo del griego al latín. Si un juguetón Duchamp del tiempo lo arrancara de su escena pretérita para colocarlo a mi lado en este momento, estoy seguro de que no sólo estaríamos de acuerdo en que nuestras dolencias son similares sino también, y mucho menos extrañado que un mingitorio en un museo, comprendería sin dudas la situación que presencia. El mobiliario rodeado de páginas y sobre todo el gesto corporal que se constituye no difieren demasiado de su actividad. Quizás lo desorienten un poco las teclas y la pantalla luminosa de la notebook, pero no le caben dudas de que me encuentro abalanzado sobre páginas en un lugar para para escribir: scriptorium.

Calcidio está a la vanguardia tecnológica, escribe en un formato muy innovador para su época: el Códice. Aún somos profundos deudores de aquel medio que como ustedes saben significó una revolución tecnológico cognitiva fenomenal. Representó un desprendimiento radical del texto escrito respecto de su precedente, el papiro. A diferencia de este último cuya materialidad y estrategia de inscripción estaban regidas por la oralidad, es decir, se practicaba una escritura como una oralidad por otros medios, el códice inaugura una nueva metáfora, la de un espacio semiótico visual discreto: la página. Ya no la oralidad enrollada del papiro sino lo escrito como visualidad pura, como cuadro. He ahí el héroe epónimo de la pantalla.