Volvernos argumento: el cine frente al espejo del algoritmo
Sexta entrega de Paren el scroll, el ciclo que indaga cómo la tecnología reconfigura nuestras formas de ver, crear y sentir. Esta vez, una conversación con el crítico Leandro Arteaga sobre el impacto de la inteligencia artificial en el cine. ¿Puede el algoritmo escribir una buena película… o solo repetirnos a nosotros mismos?
Hace casi dos años, Netflix se permitió una confesión velada. Fue en el primer episodio de la sexta temporada de Black Mirror, Joan is Awful, donde Salma Hayek interpreta una versión deepfake de una mujer común, convertida en protagonista de una serie diaria generada por una inteligencia artificial. (En su momento escribí “Cómo recobrar el aroma a café recién servido”, un breve comentario sobre el capítulo) Cada escena, cada diálogo, cada conflicto es modelado a partir de su vida real, escaneada por los ojos invisibles del streaming. El capítulo retrata, con el humor ácido que caracteriza a la serie, un mundo donde los contenidos ya no imitan la vida: la suplantan. La ficción, personalizada al extremo, ya no sorprende: confirma.
Aunque parezca hipérbole distópica, la escena que pinta Black Mirror está más cerca que nunca de la cotidianidad. Hoy los algoritmos no solo organizan lo que vemos, sino que comienzan a participar en la creación misma de las imágenes que consumimos. ¿Qué riesgos y potencialidades se abren para el cine en este escenario? ¿Cómo repensar la creatividad cuando el libreto puede ser escrito por una máquina que aprendió de nuestras búsquedas, gustos y errores?
Estas preguntas se vuelven urgentes en el ciclo Proyecciones de Futuro, una propuesta del crítico de cine y periodista cultural Leandro Arteaga, que combina análisis fílmico, inteligencia artificial y degustación de vinos en el espacio cultural Nexo. Sí, películas e IA con copa en mano, porque si el futuro es incierto, al menos que nos encuentre brindando. En diálogo con RosarioPlus, Arteaga desmenuza las tensiones que cruzan al cine en tiempos de automatización narrativa.
“El ciclo surge de una invitación del centro cultural para pensar la IA desde el cine, y propuse tres encuentros con abordajes distintos: uno desde el tema del doble y los mundos paralelos, otro con películas que ya tematizan la IA directamente como 2001: Odisea del espacio, y un tercero sobre cómo la IA interviene en el estatuto de la imagen”, explica. Le interesa especialmente el cruce entre sensibilidad y tecnología, y sobre todo, la pregunta que late en el fondo: ¿qué queda del hecho estético cuando una máquina interviene en su génesis?
Para Arteaga, crítico agudo y cinéfilo impenitente, el problema no es la IA en sí, sino el uso que se haga de ella. “Me parece que no hay que tenerle tanto miedo y ver en ese sentido qué posibilidades ofrece la inteligencia artificial y y cuáles otras viene a limitar, a condicionar. Por eso también la preocupación, claro está, de tantos guionistas de una manera tradicional de trabajar que viene a ser puesta en entredicho. Si se trata de una herramienta que viene a accionar de una manera proactiva en el trabajo, la labor, valga la redundancia de los trabajadores de la industria del cine, en este caso los guionistas, bienvenido sea. Ahora, si es una herramienta facilista para justamente quitar de por medio un lugar fundamental para la realización audiovisual, como es la tarea del guionista y en ese sentido abaratar costos es una barbaridad y creo que nadie debiera estar de acuerdo”.
La amenaza no es solo técnica: es política y estética. ¿Quién decide qué historias merecen ser contadas? ¿El autor o el cálculo? “Un algoritmo nos indica qué podría gustarnos, no solo en función de lo que venimos viendo en plataformas audiovisuales, sino también a partir de nuestras búsquedas en redes sociales, en los navegadores, en todo lo que consultamos. La creación de contenidos que llevamos adelante, muchas veces sin darnos cuenta, termina alimentando a ese mismo algoritmo. Es un ida y vuelta donde, creo yo, el principal beneficiado es el mercado. Y ese beneficio es enteramente económico: se trata de adelantarse —en lo posible— a los gustos de quienes somos definidos como consumidores, o incluso de pautar y programar esos mismos gustos de antemano”.
El mercado audiovisual ya no solo produce películas, también modela deseos. El algoritmo sugiere, acomoda, predice, filtra, y el riesgo es que termine funcionando como una prótesis de gusto. Nos entrega lo que ya sabíamos que queríamos, antes incluso de que lo deseemos. Es el fin de la sorpresa, de ese momento mágico en que el cine nos descoloca. “¿Dónde quedaría la sorpresa en el hecho estético, en el hecho cinematográfico? ¿Dónde quedaría eso de decir: “yo miro cine porque amo el cine, porque el cine me sorprende, porque me lleva a experimentar historias o propuestas estéticas que hacen que mi horizonte mental, o lo que fuere, se abra de maneras inusitadas”? ¿Dónde quedaría todo eso cuando, de pronto, ya estoy viendo exactamente lo que pagué por ver, sin posibilidad de sorpresa alguna? Ese es un peligro palpable, que por supuesto tendrá sus contraejemplos y formas de resistencia, pero eso no quiere decir que deje de estar. Es, diría, una amenaza cada vez más presente”, sumó.
La industria, sin embargo, no se rinde. “Se resiente, claro, pero también resiste. Hollywood ya ha sobrevivido a otras crisis y sabrá apropiarse de esto también”, dice, con lucidez crítica. El problema, como siempre, es qué pasa fuera del paradigma estadounidense. En países como el nuestro, donde el cine ya está desfinanciado, la irrupción de la IA aparece como amenaza secundaria, aunque no menos real.
Frente a este panorama, Arteaga propone volver a una idea casi revolucionaria en tiempos de entretenimiento total: defender la formación, el trabajo intelectual, la sensibilidad. Reivindicar el cine como lenguaje, no como producto. “Si la IA puede abrir nuevas formas de mirar, de sentir, de contar, bienvenida sea. Pero que no nos quite lo más importante: la posibilidad de ser sorprendidos”.