Entre las referencias culturales y los productos de consumo que tiñeron los noventa, pero bajo el halo desmitificador que generó la crisis de 2001, los cuentos de “Nada nos puede pasar”, el primer libro del director de cine y escritor Nicolás Teté (1989), se apropia de los grandes temas que marcan el pulso de la generación que pasó de mirar la pantalla de la televisión a la del celular.

“A fines de los noventa, las novelas juveniles nos mostraban un relato de cómo era ser adolescente y después nos dábamos cuenta de que la cosa no era así. Hoy pasa algo parecido en las redes”, compara el autor de estos veinte relatos editados por Blatt & Ríos que logran dar cuenta de esas transiciones.

Teté estudió dirección cinematográfica y es egresado de la Universidad del cine (FUC). Fue productor, director y guionista de películas como “Últimas vacaciones en familia” (2013), "Ónix" (2016) y "Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet" (2020) y participó de festivales como BAFICI, Mar del Plata, Punta del Este, San Diego Latino y San Pablo Latino.

“En forma paralela a mi carrera en cine siempre escribí. Trabajé mis textos en los talleres de Enzo Maqueira, Florencia Abbate y Gabriela Bejerman. Hace unos años me puse a revisar archivos y me di cuenta de que tenía una buena cantidad de cuentos. Le escribí a Leandro Avalos Blacha, hice una clínica de obra con él para corregir y completar esa serie”, reconstruye Teté sobre como surgió “Nada nos puede pasar”.

Descubrió en ese momento cierta complementariedad entre el oficio de director y el de escritor que confirmó después, durante los días de confinamiento: “Cuando el mundo del cine se puso muy árido durante la pandemia porque no se podía filmar, me di cuenta de hasta qué punto la literatura es un refugio”, dice Teté en una entrevista brindada a la agencia de noticias Télam.

Tu formación y tu carrera es audiovisual, pero la publicación de tu primer libro abre otra veta ¿Cómo conviven o dialogan los lenguajes?

Se ayudan entre sí. En cuanto a lo más concreto, el cine tiene tiempos muertos: desde la idea del guión hasta que la película se estrena pasan muchísimos años y en el medio hay baches. Naturalmente, escribir literatura fue ganándose un espacio en mi rutina y en un punto ya no lo cambio por nada. Son lenguajes que se nutren y entre los dos abren más el camino porque la literatura me permite cosas que el cine no. En cine, por ejemplo, poner a unos personajes a bailar una canción de Bandana me costaría mucho de derechos y en un cuento, no. En ese aspecto es liberador escribir cuentos porque cuando escribo cine no puedo dejar de pensar como productor y director. Sé diferenciar bien entre las ideas que tengo: cuál es para mí una película, cuál un cuento, cuál una obra de teatro. Pienso que no podría adaptar al cine los cuentos, salvo uno que me empezaron a dar ganas, pero le haría cambios.

¿Qué encontrás de tentador en el formato del cuento?

Me da mucha satisfacción el formato corto. En cine no me sale y por eso no hice muchos cortometrajes, todas las ideas audiovisuales que tengo son para largos. Entonces, la literatura me entró por el cuento, creo que me enganchó cuando escribí la primera versión de uno en una sentada, me produjo mucho placer. Y un placer que al escribir un guión no consigo porque en cine, cuando termina el guión, empieza todo el proceso de producción. El guión en sí no es una pieza acabada, pero un cuento sí. Ahora trabajo en una novela que empezó como un guión de cine: cuando escribí el tratamiento le empecé a agregar cositas y me di cuenta de que era una historia que me abría un mundo mucho más interesante. Mientras, no abandono los cuentos; tengo otro libro casi terminado.

Lo que la familia implica, la complejidad de las relaciones y los “detrás de escena” forman una suerte de hilo conductor de las historias; lo complejo es narrado con economía. “Alan me pregunta si ya estuve con otros chicos, no quiere ser el primero porque no quiere que me enamore de él. Lo lamento, Alan, fuiste el primero pero por supuesto que te mentí, así te relajabas. Y finalmente me besaste”, recuerda el protagonista del cuento “Primer año en Buenos Aires”.

Nicolás Teté: “El cine y la literatura se nutren y abren el camino”

¿Por qué elegiste este recurso?

Me gustan las elipsis y poner el foco en el detrás de escena de la vida. Que uno pueda hacerse la imagen de la historia pero no tener todo de una. A lo complejo suelo escaparle. Me gusta el lenguaje simple, lo coloquial, me gusta escribir como hablo y es también lo que me gusta leer. No fue un recurso pensando, intento que el texto quede natural y que mantenga la esencia de la primera escritura por más que lo corrija bastante. Estos cuentos los escribí entre los 23 y 28 años y no quería que mi yo de treinta años los corrigiera y rompiera algo de lo que eran mi mundo y mis pensamientos de ese momento.

Los personajes son parte de la generación que se crió mirando televisión y que vive su juventud habitando redes sociales, en otra pantalla. ¿Por qué ese recorte? ¿Qué cuestiones del registro de la voz de los personajes te interesó plantear?

Mi generación, o por lo menos la parte que me atravesó a mí, pasó la infancia viendo televisión y empezó a tener contacto con internet un poco más tarde. Tuve las dos formas de consumo y es algo que me atraviesa mucho. Lo relacionado con la televisión fue como un escape de la infancia: volver del colegio para ver "Muñeca brava" era hermoso. Es un poco lo que me hizo ser quien soy, me pasaba el día inventando historias de posibles novelas, hacía una revista con recortes de Natalia Oreiro que después repartía en el colegio, escribía un blog sobre cine argentino. Creo que es por eso que muchas cosas que hago están en mi contacto con ese mundo, me dio una vía para expresarme.

Hay mucho para contar al respecto y es interesante ver cómo fueron cambiando esos consumos que son parte de nuestro día a día. A fines de los noventa, las novelas juveniles nos mostraban un relato de cómo era ser adolescente y después nos dábamos cuenta de que la cosa no era así. Hoy pasa algo parecido en las redes: muchos adolescentes y niños quieren ser influencers o youtubers cuando sean grandes. ¡Y es algo posible! Cuando era chico, en cambio, no pensaba que podía estar en la televisión de esa forma, con un par de clics.

"Verano del 98", "Causa común" y "Homeland". Las historias de “Nada nos puede pasar” crecen y cobran veracidad y cuerpo alrededor de consumos culturales. ¿Por qué se repite esta operación en los cuentos?

En algunos casos el cuento se desarrolla en base al programa de tele o con la figura como disparador. En otros casos, son menciones, pero que ayudan a contar la historia. Me gusta nombrar las cosas sin muchas vueltas porque vivimos rodeados de esos consumos culturales y nombrarlos le da veracidad y cuerpo a la historia. Sería como tapar el logo de Coca-Cola en una botella para que no se vea en una película, me parece ridículo. Todos sabemos que es una Coca-Cola. Y es, además, un recurso que me saca una sonrisa cuando estoy leyendo un libro y lo hacen. El otro día leía ‘’Poco frecuente’’ de Ana Montes y cuando hace una referencia a Luisana Lopilato me pareció maravilloso porque solo la mención pone en contexto de un montón de cosas, mil imágenes.