Por esa cosas del destino, Mario Piazza murió este jueves 23, en el Día del Cine Nacional. Testigo lúcido y dedicado a registrar su tiempo y su entorno, este realizador audiovisual partió a los 67 años y dejó consternación en el ámbito del cine local.

Neoyorquino de nacimiento, pero rosarino de toda la vida, Piazza dejó una huella que abrió camino para todos y todas quienes quisieron sumergirse en el oficio de mirar el mundo a través de una cámara y dejar testimonio con arte. 

No solo como cineasta y documentalista, también como docente en la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario, de cuya fundación participó en 1984.

Pero las inquietudes del “Sordo” venían de antaño. Lo acredita aquel film Sueño para un oficinista, que realizó en 1978, a los 21 años, y que retrataba el clima aciago de esos tiempos hostiles pero que enriquecía los recitales del grupo Irreal, aquel del bisoño Juan Carlos Baglietto.

Luego siguieron Papá gringo (1983), la referencial La escuela de la señorita Olga (1991) el mejor homenaje a la maestra de maestras Olga Cossettini. Otro film imprescindible, Cachilo, el poeta de los muros (2000) para aquel entrañable linyera y su poesía surrealista escrita con tiza y ceritas en las paredes del centro.

Más piezas inolvidables de su obra: Madres con ruedas (2006), inspirada en su compañera Mónica Chirife, ya fallecida, y Acha, acha, cucaracha, sobre el célebre grupo performático Cucaño.

El Concejo Municipal lo declaró Cineasta Distinguido en 2004, presidió la Asociación Rosarina de Documentalistas, y produjo y editó el boletín independiente para cineastas rosarinos porque quiso mantener vivo el ámbito cinematográfico de Rosario.

Hoy es ese mismo ámbito el que lo despide con dolor. Se ha ido un testigo de su tiempo.