La crueldad como contenido en la era digital
Sexta entrega de "Paren el scroll": una mirada crítica sobre la espectacularización del dolor en redes sociales, con aportes de Rita Segato y Franco "Bifo" Berardi.
La influencer estadounidense Natalie Reynolds cobró notoriedad cuando se viralizó un video que despertó preocupación y repudio generalizado en redes sociales. En la grabación de TikTok, Reynolds se acerca a una mujer en situación de calle en Austin, Texas, y le propone un reto: lanzarse a un lago local a cambio de 20 dólares. La mujer no sabe nadar. Se lanza. Grita. Se ahoga. Y finalmente debe ser rescatada por los bomberos, mientras la influencer se retira entre risas junto a su equipo.
La escena se difundió a través de sus propias redes. Fue ella quien subió el video. El repudio fue inmediato y masivo: su cuenta de TikTok fue suspendida. Pero lo que no se borra tan fácilmente es el fondo de esta historia: una máquina de crueldad disfrazada de juego, un espectáculo digital donde el algoritmo siempre pide un poco más.
La violencia en redes sociales adopta muchas formas: discursos de odio, acoso, desafíos humillantes, insultos. Este hecho viral no se trata solo de un “caso aislado”. Según un informe de UN Woman / UNESCO, el 41% de los adultos en EE.UU. ha sufrido violencia verbal online, y el 25% ha sido víctima de formas graves de acoso. En el caso de mujeres y niñas, el 67% ha sido objeto de violencia digital. En Argentina las cifras se repite. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el 59% recibió VGD y el 70% de ellas modificó su uso de las plataformas tras sufrir abuso o acoso digital.
El entretenimiento basado en la humillación del otro tiene una genealogía larga: desde las cámaras ocultas hasta los reality shows. Pero hoy su escala es inédita: millones de personas pueden ver, repetir y monetizar un acto de violencia simbólica en segundos. Lo nuevo es que cualquiera puede convertirse en productor de esa violencia. El semiocapitalismo, como define Franco "Bifo" Berardi, convierte todo en signo intercambiable. Incluso el sufrimiento.
Las redes sociales no solo distribuyen contenido: distribuyen sensibilidad. La cultura de la viralidad impone una lógica de recompensa inmediata, donde lo que más circula es lo que más impacta, sorprende, hace reír o escandaliza. En ese contexto, el "like" funciona como una unidad de valor afectiva: legitima, ordena, premia.
Bifo advierte que el flujo constante de signos ha generado una anestesia empática: la autonomización del signo rompió el vínculo entre lenguaje y afecto. “No sentimos más porque no paramos más”, sostiene. Darle "me gusta" a un video violento ya no es una decisión moral, sino un reflejo automático. Así se construye una cultura donde la crueldad se vuelve entretenimiento.
Segato define las pedagogías de la crueldad como prácticas sociales que enseñan, que inscriben la desigualdad como escarnio y espectáculo. Hoy las redes son el gran escenario en donde esto sucede. El castigo no es físico, sino simbólico. No se trata de matar, sino de humillar. No se trata de ayudar, sino de exponer. Lo que se graba no es solo un cuerpo mojado: es una jerarquía que se reafirma. La que tiene cámara y seguidores le dice a la que no tiene casa ni voz qué hacer. Y eso es lo que se celebra.
Reynolds lloró frente a las oficinas de TikTok al enterarse de la suspensión de su cuenta. "Esto es mi vida", dijo. Lejos de conmover, su frase expone la fragilidad psíquica de la subjetividad digital. La crueldad no solo va de quien filma a quien obedece: también recae sobre quien necesita filmar para existir. Como afirma Bifo, “el problema no es solo la explotación, sino la imposibilidad de sentir”. La subjetividad está rota: se produce al ritmo del algoritmo y colapsa cuando se desconecta.
Frente a estas pedagogías de la crueldad, Rita Segato propone una política de lo sensible: reaprender a mirar, a escuchar, a vincularnos. Y Bifo llama a recuperar el cuerpo, el silencio, la lentitud. Desacelerar. Desobedecer el mandato de producir sentido todo el tiempo. Tal vez se trate de eso: de apagar la cámara. De no grabar. De no subir. De no convertir al otro en contenido. O de apuntar hacia lo que duele, sí, pero también hacia lo que puede sanar.