En reconocimiento a su trayectoria y a sus continuos aportes en materia cultural, la Universidad Nacional de Rosario dio a conocer que otorgará el título de Doctora Honoris Causa a la ex ministra y secretaria de Cultura María de los Ángeles “Chiqui” González.

La propuesta fue apadrinada por la Facultad de Humanidades y Artes, y dicho reconocimiento fue aprobado por unanimidad el pasado 15 de abril por el Consejo Superior de la UNR. No hay fecha confirmada de la entrega del título, que se espera sea en pocos días.

La“Chiqui” González, nacida en Rosario, ocupó lugares claves para la transformación cultural colectiva y popular de la ciudad y luego de la provincia, con preeminencia en la educación en las infancias desde los espacios públicos.

Fue secretaria de Cultura de Rosario y ministra de Innovación y Cultura en la Provincia de Santa Fe, cargo que inauguró ya que se trata de un Ministerio que comenzaba a funcionar a partir de la decisión del entonces gobernador Hermes Binner, desde 2017.

Durante su recorrido por la gestión pública municipal se ocupó del diseño, marco conceptual y dirección de las muestras y dispositivos lúdicos del “Tríptico de la infancia” de Rosario, integrado por la Granja de la Infancia, el Jardín de los niños y la Isla de los Inventos.

Como ministra inauguró junto a destacados equipos de colaboradores el “Tríptico de la Imaginación” en la ciudad de Santa Fe: nuevos ámbitos de participación, construcción, juego y aprendizaje, abierto a toda la ciudadanía.

La líder en la cultura y la educación fue consultada sobre este título honorífico desde la universidad pública de la ciudad que la vio nacer y hacer su carrera, que tiene frutos y proyección internacional.

¿Qué significa para vos recibir el máximo reconocimiento que otorga la Universidad Nacional de Rosario?

Es un honor enorme recibir este reconocimiento en mi propia tierra, mi propio lugar de formación al que he recurrido y vuelto permanentemente, llevando adelante la lucha y la admiración por la Universidad Pública y por todo lo público en general.

Significa muchísimo porque la Universidad Nacional de Rosario fue mi universidad. Me recibí de abogada, atravesé en ella toda mi militancia política universitaria y volví a ella veinte años después a hacer la Especialización en Derecho de Familia y Minoridad. Como verán, la infancia aparece académicamente allí. Fui ayudante de Derecho Penal I durante tres años (ya en la calle Córdoba) y fue mi iniciación en la docencia universitaria. Luego de esto, me anoté en la carrera de Filosofía en Humanidades. Eran épocas tremendas porque eran épocas de dictadura, pero era mi verdadera vocación. No obstante ejercí el Derecho durante treinta años, pero la carrera de Filosofía me apasionaba y me sigue apasionando.

En la UNR encontré grandes amigos. Y en ese mismo lugar, desaparecieron grandes amigos. Desde ahí salí: desde la propia calle Córdoba, de la propia Facultad de Abogacía y RRII en aquel tiempo con las columnas del Rosariazo.

A la Facultad de Humanidades he ido cinco años gracias a la Licenciatura en Teatro dando la materia de Metodología del Actor Creador. También trabajé 26 años en la UBA dando Estética del cine y dirección de actores. Volver a Humanidades me pareció maravilloso. Allí di muchas clases aisladas de Gestión Cultural, de Filosofía, de Educación, además dirigí muchas tesis. Es decir, estuve toda una vida unida a la Universidad Pública, política, gratuita e irrestricta y sin examen de ingreso.

Invité varias veces desde el Estado a personas de la UNR a disertar, a ser jurados de distintos concursos y también he disertado en el aula magna de la Facultad muchas veces. La última vez fui invitada por Juan Giani para hablar sobre la figura del gaucho, donde traté la relación de Juan Moreira sobre lo teatral y lo cinematográfico de Leonardo Favio. He hecho obras adentro de la universidad, como La Vida Perdurable, en la maravillosa biblioteca. Fue la puesta más arriesgada y de ensoñación que yo recuerdo.

-En un contexto de pandemia como el que estamos atravesando, ¿cómo reinventamos la cultura?

-Esta es una pregunta difícil porque hay que mirar el futuro y el pasado. Sobre todo mirar este 2020 y 2021 y ver cómo se teje, no solo la posibilidad de los trabajadores de la cultura de seguir con su tarea, sino también el propio concepto de cultura. En esto último, para mí, aunque suene disparatado, es beneficioso.

Cuando fui ministra de Innovación y Cultura no tenía especialidad en innovación tecnológica aunque la estudiaba. La palabra innovación estaba porque lo que me pedían era que fuera un concepto de cultura innovada. Es decir, que me encontré con una sociedad que todavía seguía pegada al concepto de cultura vinculado al de espectáculo, de arte y del patrimonio, de las formas de exposición y de relación del público con los museos, y algunas cosas más: las artesanías, la parte del folklore encerrado en la propia música. Eso en la pandemia se ve en proporciones enormes.

Es verdaderamente doloroso y desconsolado para mi ver que nunca cuando se habla de la cultura se pone lo simbólico adelante de la cultura, salvo en las universidades. En el mundo político, el verdadero uso del símbolo se lo queda la comunicación y los gobiernos centrales, nacionales, provinciales, regionales. Creo que la pandemia va a aflojar esto y que a la hora de hacer una intervención social la cultura es enormemente significativa, en una posición absolutamente transversal. Creo que no hay manera en que se puedan trabajar las soluciones, las enfermedades, la alimentación, la pobreza, lo vinculado a niños y a adolescentes sin un proyecto de vida, sin un proyecto creativo. La pandemia ha dejado claro que la cultura atraviesa los campos de las políticas sociales, de salud y culturales.

En este contexto se ha retomado una epistemología equivocada. Decir presencial y virtual es tomar el fenómeno con muchísima superficialidad. Para mi que vengo de la teatralidad, la presencia no es solo estar presente con tu cuerpo, que sería bueno después de todo, en el país de los desaparecidos. Estar presentes es un acto de fe y de verdadero compromiso.

En este sentido, la pandemia supone un uso distinto del lenguaje. La presencia es el hecho de estar en el mundo, de vibrar con el mundo mismo. Y la virtualidad es un complejo del lenguaje muy interesante no solo para comunicarnos, sino para entender cómo se transmite la presencia. Entonces la virtualidad sirve también para trasladar el tiempo, el espacio, la emoción, los objetos, la acción, la relación con la naturaleza, las percepciones, las sensaciones. Por lo tanto no hablamos de dos cosas enfrentadas sino de la presencia de estar en el mundo y de la manera de crear presencias en los lenguajes electrónicos.

Creo que es muy difícil gobernar en pandemia. Yo sé lo que es la pobreza y también las otras pobrezas: las simbólica, la cultural. Sé la tarea que tenemos. Entonces creo que la pandemia puede inaugurar cambios en la educación, una mayor aproximación a la presencia en los medios virtuales, agujeros contra el capitalismo y aproximación a paradigmas que están muy pulverizados pero que están mucho más cerca de la naturaleza.

La pandemia nos obliga a ocupar territorio, nos obliga también a otra idea del conocimiento, algo que la Facultad de Humanidades ya está haciendo. Es lo que llamamos una escuela de todas las cosas, donde reine la diferencia de edades en los grupos, donde reine el mutuo aprendizaje y donde todo el mundo tenga acceso a cursos, cultura y compañía.

Es difícil hacer cultura en la pandemia pero también es la oportunidad de lanzar ideas muy particulares. Algo que la Facultad de Humanidades y Artes y toda la Universidad Nacional de Rosario se está animando. Su tarea no es solo académica de carreras universitarias sino que es ganar el territorio y atraer hacia sí toda la cantidad de saberes y compartirlos y repartirlos como el pan. Es decir, inaugurar un sistema de comunidades libres que tengan cierto reparto de su propio poder.

-¿Cómo se vinculan, en tu trayectoria, la educación y la docencia con la cultura y el arte?

-Esto es un punto clave. Yo me recibí en quinto año de maestra normal y ejercí durante quince años de maestra de grado mientras estudiaba teatro, mientras era actriz. Dividía el día entre las dos cosas. Seguí como maestra y profesora en el secundario en una escuela piloto pública, por supuesto, siempre pública. Después pasé a la Universidad cuando ya empecé a ejercer direcciones de centros culturales. Siempre entendí que allí estaba la clave de la transformación y el cambio.  Por eso me honra mucho reconocimiento: porque alguien vio que la historia de mi vida es estar en esta paradoja de la educación y la cultura. Tal es así que gente de la cultura que gobernó conmigo no entendía qué hacía yo con los trípticos. Yo siempre estuve convencida de que no se podía realizar un Ministerio sin una relación con la educación. Porque la educación transmite la cultura.

Hay una cultura del otro, hay una cultura comunitaria que necesita confluir en valores, en vínculos, en trabajo y creación. Hay que crear cultura, crear las redes donde los grupos no dependan tanto del subsidio de los partidos y que sientan que pueden. Eso me gusta: la palabra empoderar. Todo esto tiene que ver con el reparto del poder y la riqueza. Es la hora del territorio, es la hora de los grupos comunitarios, y es la hora de que el estado promueva una gran cooperativa o mutualidad donde el estado integre, pero no haga asistencialismo.

La educación tiene que salir del siglo XVII y XIX, absolutamente ligada al capitalismo y al mismo cuadro científico de esa época. Pero para eso tiene que dejar atrás las divisiones de las materias, de la ciencias, y también las divisiones en el seno de la condición humana (cuerpo y mente como dos cosas distintas). No hay ningún contenido transmisible sin forma. Entonces tiene que haber reconciliación epistemológica entre cuerpo y mente, forma y contenido, teoría y práctica.

La Universidad ya ha empezado a ser parte del territorio e intervenir en proyectos que son comunitarios, a enseñar a mayores de edad sin título, a poder poner una escuela libre. Hay que crear una escuela primaria y secundaria con multilenguajes. Todo lenguaje es expresivo. Si no expresa, no es lenguaje. El lenguaje es lo más democrático. Hay que apelar al uso total e irrestricto del lenguaje de parte de todos, como decía Gianni Rosario, no para que todos sean artistas sino para que ninguno sea esclavo. Los discursos políticos deben poetizarse, deben acercarse a las poéticas de las comunidades. Deben aprender los lenguajes de las distintas multiculturalidades porque sino el discurso político es un cliché que se repite sin poner en dudas y en preguntas (nuestras grandes aliadas) cómo es el rol del estado en el reparto de conocimiento.

La educación debe cambiar muchísimo para entender que transmite múltiples lenguajes, fórmulas y recorridos teóricos, la práctica y la investigación, el juego, el deseo de aprender, la solidaridad, la forma de vivir en grupo. Tiene que cambiar el espacio de las clases, el tiempo de las clases y el modo. La universidad ya lo ha empezado a hacer, pero yo quiero que llegue más lejos. La escuela tiene que cambiar, porque sin ella no hay cambio. Hay que salir al territorio a intervenir.