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Después de su traumática salida de la Selección Nacional, el colmo de las frustraciones, no había para Edgardo Bauza un mejor refugio que Rosario Central, el club de sus amores y de sus máximos esplendores como destacado defensor/goleador. 

Y en Central, este jueves mismo, en Mendoza, el Patón Bauza alcanzó un privilegio reservado para pocos: ser campeón con la camiseta de sus devociones, como jugador (en 1980 y 1987) y como director técnico.

Valga reponer, para jóvenes, desmemoriados o despistados, que se alude a uno de los cuatro defensores que más goles ha convertido en la historia del fútbol profesional, del segundo máximo anotador de Central sólo superado por el mismísimo Mario Kempes y del principal anotador canalla del clásico rosarino.

No serán tales, por cierto, las únicas marcas relevantes de un genuino animal futbolero, puesto que ya puesto en el rol de conductor de planteles llevó de la mano a la conquista de la Copa Libertadores a Liga Universitaria de Quito y San Lorenzo de Almagro. En ambos casos se trató de acontecimientos bautismales, excepcionales, de los que supieron dejar huella por encima de la vertiente estética de los equipos.

Ofensivo para ser defensivo, defensivo para ser ofensivo, inclasificable para algunos y amarrete para otros, Bauza se reveló como un astuto diseñador de estrategias para competencias cortas, o relativamente cortas, en las que la aparente cautela de hoy será la provechosa cosecha de mañana.

No tuvo el mismo suceso a la hora de dirigir a la Selección Argentina, tal vez desbordado por la entidad del compromiso, tal vez demasiado alejado de su propia orilla, de la impronta que, para bien o para mal, con sus más y con sus menos, representaba su capital de prestigio. Tampoco prosperó al frente de las selecciones de Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudita, las dos en la etapa previa al Mundial de Rusia. Tampoco le fue bien en San Pablo de Brasil y no faltaron los apurados en cerrar las cuentas que dieron por descontado que Bauza era ya un director técnico otoñal y final.

Otoñal puede ser, en la medida que el 26 de enero próximo cumplirá 61 años, pero final, a la vista está, seguro que no. Pese a las dificultad de terminar de dotar a Central de algo parecido a una identidad reconocible e incluso pese a la impaciencia, cuando no el rigor de buena parte de la tribuna, tuvo el gran mérito de sobrellevar los momentos de marea baja, de meter mano cuantas veces fuera necesario y de refundar en sus dirigidos el tono anímico adecuado.

El resto lo hicieron ellos, sus dirigidos, los jugadores que con un poco de todo (buenos momentos de juego, templanza, una dosis de viento favor y un arquerito, Jeremías Ledesma, que se las trae) nunca dejaron de creer que llegar muy lejos era posible. 

Capitán, líder y viejo zorro al fin, el Patón Bauza lo hizo.

Télam