Maradona, vestido de rojinegro, con la camiseta Yamaha, aquella de la publicidad de motos que pasó a ser simplemente <la del Diego>, con las manos en la boca expulsando un beso y los ojos achinados de felicidad. Aquel beso era circunstancialmente para los leprosos que festejaban su llegada a Newell's, pero también para todos los argentinos que lo recibían de su retorno de Europa. 

Ahora el punto es el mismo, el Coloso, pero para la despedida. La dirigencia del club decidió abrir las puertas del estadio al público para que los rosarinos puedan venerar a Diego al pie del mural que tiene en una de las paredes. De a poco se fue llenado de flores, de ofrendas y de besos con las dos manos y ojos achinados pero esta vez de tristeza. 

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