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Steve Davies no había terminado aún su tercera cerveza cuando Lee Chapman, el nueve de su equipo a quien había insultado sin pausa durante los sesenta minutos que se habían jugado, cayó lesionado. Su amado West Ham United estaba enfrentando al Oxford City en un partido amistoso de pretemporada y, como siempre, su banda de amigos y él decían presente para seguir de cerca al suyo.

“Por fin sale este burro”, le gritó Steve al entrenador Harry Redknapp, míster de la vieja escuela inglesa de entrenadores burreros, bebedores y bravucones.
 
- ¡Ey! ¡Sí! ¡Vos: el que no para de putear! ¿Pensás que podrías hacerlo mejor que él?- retrucó el técnico.
- Sí, por supuesto- respondió el hincha, mientras sorbía un fresco trago de birra.
- Calentá, que entrás- tiró, fulminante, el DT.
 
Davies no lo pensó ni medio segundo: acompañado por un ayudante del cuerpo técnico, fue al vestuario y volvió vestido con el uniforme oficial con el dorsal número 3 en la espalda. “Primero no reíamos, luego intentabamos creer que realmente estaba sucediendo. Pasamos un momento de alucinación. Estaba por cumplir el sueño de todos”, comenta uno de sus amigos años más tarde sobre aquel momento.

Y el Loco Steve entró.

En sintonía con la demencia del entrenador, como quien entra a un bar a pedir un café, Davies entró a la cancha a jugar con la primera división del West Ham United. “No podía creer la velocidad con la que jugaban”, comentará después. Lo cierto es que no desentonó… tanto.

Ni bien ingresó, la voz del estadio se acercó al banco de suplentes de los hammers y preguntó quién era ese flaquito que había reemplazado a Chapman: “¿Qué? ¿No lo reconocen? Es el gran goleador bulgaro Matador Tittyshev, el que jugó el Mundial”, tiró Redknapp, aguantándose la risa.

Desorientado, pero muy animado, Tittyshev desobedeció la orden de su técnico, quien le había pedido que colaborara con la marca y distribuyera rápido a sus compañeros: “Fuck that”. No se iba a perder la oportunidad de jugar de punta.

Sus amigos, desde afuera, no sabían si tirarse cerveza en la cara para despertarse o invadir el campo de juego para reclamar su oportunidad. Lo cierto es que Steve no paraba de mirarlos desde adentro del campo, como mandándoles saludos desde el paraíso.

Hasta que, de repente, todos los relojes del mundo hammer se detuvieron a los 71 minutos de partido.
Luego de algunas participaciones accidentadas y varias faltas cometidas, Tittyshev encontró un espacio a las espaldas del lateral izquierdo del Oxford y, con un gesto técnico inexplicable, bajó un centro de su compañero Matty Holmes; quedando mano a mano con el arquero y la historia,  Steve Davies mandó a dormir la pelota al fondo de la red del arco del Oxford, haciendo realidad el sueño de todos los hinchas de fútbol del mundo.

Sólo Dios y Steve saben qué sintió en ese momento.

Más notorio y público fue el sentimiento que lo abordó cuando vio que el juez de línea sostenía, como un puñal bañado en sangre fresca, el banderín en alto para anular el gol por posición adelantada: “Me cagaste, hijo de mil putas”, fue la piedra angular de la argumentación del búlgaro ante el árbitro asistente, que tuvo la grandeza de no pedir su expulsión.

El partido terminó y Steve volvió a su vida normal después de que Redknapp se riera ante su propuesta de seguir jugando para el club.

Veintidós años después, hoy es una leyenda entre los hinchas del West Ham United, de quien sigue siendo acérrimo seguidor. Es prácticamente imposible verlo vestido con alguna vestimenta que no contenga las divisas de su club. En más de una oportunidad se volvió a encontrar con Redknapp, quien le dedicó una copia de su biografía con la leyenda: “Para Steve… ese día fuiste mejor que Chapman”.

Alguna vez, entre pintas y escoceses, le contará a sus nietos sobre su tarde de gloria. No existe cantidad de dinero en el mundo que pueda comprarle a alguien la alegría que sintió Steve Davies cuando cumplió con lo que soñó toda su vida. No se puede saber si fue mejor que Chapman, pero sí que fue el mejor de los nuestros.