El Colo Abella ya pisa los cuarenta años, y desde los 12 encontró en el atletismo una forma de escapar a los problemas que tenía en su casa materna. Nació en Ramallo y sus padres lo obligaban a salir a vender bolas de fraile en la calle. Lo castigaban si no volvía con la plata que pretendían. Hasta que un día se “tomó el piro”, como el dice. Escapó, se subió a un camión y llegó a Granadero Baigorria dónde vive feliz desde entonces.

Hace 16 años que trabaja en una empresa de recolección de basura. Durante los primeros 8 años todavía no habían contenedores en la ciudad, así que tenía que correr al lado del camión y cargar puerta por puerta las bolsas. Ese entrenamiento le sirvió para correr varias maratones y lograr sus mejores tiempos. 

Hoy el Colo dejó definitivamente atrás su dolorosa infancia gracias al deporte. Tiene una familia que ama y lo apoya, y no pierde oportunidad para transmitir su mensaje: “Siempre se puede, hay que soltar lo que nos hace mal y rodearse de gente sana. Es la única forma de ser felices”.