Juan jugaba todos los miércoles al fútbol con sus compañeros de trabajo, y después comían su tradicional choripán en la parrilla. Lucila tenía el desayuno del sábado a la mañana en ese bar de ventanales a la peatonal con sus amigas. Celeste tenía su espacio personal, ese cuarto propio por fuera de la familia y el trabajo, en el taller literario de cada jueves a la tarde, donde compartía con amigos lecturas, escrituras y también sus vivencias personales. Perla también tenía ese espacio, pero en el club donde jugaba al burako. El legendario asado de Tomás era un poema para sus diez amigos, como un broche de oro a la semana cada viernes a la noche.

Las rutinas sociales que dan sentido a la vida, pastillas de felicidad sin prescripciones, el 20 de marzo de 2020 se desvanecieron con el aislamiento social obligatorio. Con total extrañeza cada argentino vio transcurrir un año y chirolas de su vida desde aquel momento, y aunque creímos que no sobriviviríamos sin ‘el sabor del encuentro’-retomando la famosa publicidad de Fogwill- con la suspensión de la vida entre los cuerpos, ahí están aquellos grupos sociales, unidos por el deporte de los amores, los intereses intelectuales o ideológicos, los estudios, el laburo, la música. Algunos, desintegrados por completo decantaron en la extinción, pero muchos sobreviven luego de una especie de ‘atomización’, como si ahora la vida social que habíamos conocido fuese una extraña mutación del cuerpo social. Una caricatura que muestra la realidad social que antes nos era velada. Pero ahí están los grupos sociales, porque el deseo de sociabilidad no deja de ser parte del ADN nacional.

En los primeros meses que se pensaba que la reapertura de la vida como la conocíamos estaba a la vuelta de la esquina, soportábamos los zoompleaños, mandábamos regalos con el cadete amigo, los grupos de Whatsapp furiosos compartían apreciaciones de la realidad frustradas, fake news, emojis, stickers de Alberto Fernández versión simpsoniana con un palo de escarmiento para los transgresores.

Sin mucha decisión, los grupos se subdividieron, se apagaron, se volvieron algunos más informativos en las fechas de cumpleaños y nacimientos de pandemials, y otros se fortalecieron y se volvieron más fluidos y concentrados en los intereses de nicho. Como un gran tamiz de la verdad grupal, un espejo donde cada miembro de este cuerpo social se encontró con su confinamiento en soledad o en su burbuja íntima, para apreciar o no, los grupos sociales decantados en el abismo del futuro.

En Semana Santa se esperaba que el país explotara nuevamente con el turismo interno. Por esos días, justo antes de la segunda ola, me senté a escuchar un podcast en el bonito balcón del bar VIP frente al Monumento a la Bandera. Abstraída en la historia auditiva, no pude evitar el murmullo que traía el exterior, y apagué el celular con resignación. Las tres chicas sentadas a mis espaldas hablaban entusiasmadas, y la poca distancia social garantizada por las mesas me incluyó en su burbuja. “A Romina hace un año no la volvimos a ver, y viste que ella sigue reuniéndose con las otras, sube historias en su Instagram”. “Y.. nos pasó lo mismo, la verdad es que nos vemos solo entre nosotras, y tiene lógica”. Las tres chicas coincidían en lo evidente: su grupo se había subdividido en dos grupos más chicos, que decantaron por afinidades. Se sorprendían, pero a la vez, no.

Los grupos sociales con la pandemia se atomizaron, y se reformularon o se afianzaron. Porque ya se sabe que no volveremos a ser los mismos, y aun así lo que viene es un misterio lleno de deseos de viajar en grupos, de festejar ese aniversario redondo con la familia ampliada, de volver a sentirse parte de la masa sintónica de los recitales, y en algunos casos de volver pero sólo eligiendo más y mejor a esos cinco (amigos) indispensables, que les dicen como los dedos de la mano. Lo seguro es que estos grupos sociales siguen siendo compuestos por sujetos deseantes del abrazo, la gastada, el ritual del vino con soda, fernet con coca, Amargo Obrero-pomelo, porque el sujeto argentino no se define sino en comunidad.

La atomización de los grupos sociales fue puesta bajo el escáner de una socióloga y docente de la UBA y UNGS, dos egresadas del Instituto Rosarino de Estudios Psico Sociales ‘Enrique Pichon-Rivière’, y una psicoanalista de la UNR y de IUNIR que investigó sobre algunos de los efectos del confinamiento en la subjetividad de la época. Cada disciplina aportó términos propios, como ‘competencias de interacción’, ‘sujetos bio-psico-sociales’, ‘adaptación activa’ o ‘espiral dialéctica’. Y cada consultada conjeturó sobre cómo se viene ese proceso de resocialización pos vacunaciones y en ese futuro cercano que algunos refieren como ‘nueva normalidad’.

Las habilidades sociales que se perdieron

La socióloga Carla Del Cueto investigó al comienzo de la pandemia sobre las trasgresiones al encierro, y ahora, que cada fin de semana se conoce de una nueva ‘clandes’ (fiesta clandestina), se preguntó sobre las dificultades que aparecen en las interacciones sociales, ya que la sociedad en su mayoría realmente se confinó y dejó de reunirse en los grupos habituales, y detectó en torno a ellos “cierta dificultad para recomponer situaciones o para procesar conflictos como grupalidad”.

Algo que estudió Erving Goffman son las competencias que se desarrollan en la interacción humana, como por ejemplo la de no tocar temas delicados. “Algunos las manejan mejor que otros, pero es una serie de saberes que se ponen en juego siempre en los grupos. Y sospecho que eso va a ser un problema, que perdimos las competencias de sociabilidad. A mí a veces me pasa que tenía unas ganas locas de reencontrarme con alguien, y cuando me encuentro, siento que me agoto, que perdí las competencias”, aseguró la socióloga e investigadora de la UBA, quien especuló: “Probablemente en los grupos haya consecuencias, que en el corto plazo debamos aprender nuevamente a interactuar”.

Si bien estos tiempos de segunda ola son de reaperturas intermitentes, y hay más bares y clubes donde se pueda reencontrar un grupo social, Del Cueto asegura que los espacios de sociabilidad están muy acotados, y se reemplazan por situaciones que son artificiales, con videollamadas o un encuentro al aire libre, de lejos ó solo un rato”.

Un grupo de amigos se saca una selfie en el parque de la costanera. Todos sonríen debajo del barbijo, eso se aprecia o se intuye en el ambiente, y el indicio está en las facciones junto a los ojos que se achican.

Del Cueto precisó que Goffman investigó en su momento sobre las interacciones cara a cara, sobre el lenguaje corporal ya que el rostro comunica muchísimo, y la socióloga lo retomó ahora en el encuentro presencial: “Una parte grande del rostro está tapada: la del habla y la sonrisa, es una parte que transmite mucho. Ante la imposibilidad de las relaciones frente a frente, hay mucho que se pierde. En un encuentro cara  cara se puede desencadenar una cascada de fantasías, y eso se pierde ahora, porque se pierden esa interacción en una videollamada ó en el tapabocas”.

La socióloga adelantó que junto a sus colegas dialogaron sobre la posibilidad de investigar en un futuro cómo se reconfigura la sociabilidad con los cambios en la forma del saludo. “Históricamente en Argentina todos nos besábamos y nos abrazábamos, eso no se hace más, por lo menos en lo público está mal visto. Si ese nuevo código se rompe, alguien suele decir en voz alta ‘y bueno, lo rompo’, y con eso notamos que la norma está. Incluso cuando contás en tu burbuja que te juntaste con tal persona, vos terminás aclarando solo que estaban en un lugar abierto, o con distancia o siempre con barbijo, porque sabés que has estado trasgrediendo la norma”.

La suspensión de la vida entre los cuerpos

“Un aspecto del confinamiento que impacta fuertemente en nuestra vida anímica es lo que llamo la suspensión de la vida entre cuerpos. La vida habitual está hecha de dispositivos presenciales que implican la presencia del cuerpo del otro. La facultad, actividades deportivas, el consultorio, la escuela, las reuniones afectivas, asistir al trabajo, son todos espacios que nos recuerdan que la vida transcurre y sucede entre cuerpos”, recordó la psicoanalista María Florencia Harraca en su investigación sobre el confinamiento, que presentó en un congreso de la UBA a fines del 2020.

La realidad desafiante la llevó a cuestionarse lo que ocurre cuando no hay presencia de los otros, y en reemplazo de los cuerpos hay ‘hiper virtualidad’: individuos aislados que a través de aparatos electrónicos conforman una red de reuniones virtuales. “Es un término del filósofo coreano Byung Chul Han (en su libro ‘En el enjambre’, ya en 2014), y esa hiper virtualidad se trata de un enjambre digital constituido precisamente por individuos aislados. Este homo digitalis es el sujeto neoliberal; lo que caracteriza la actual constitución social es la soledad, la atomización, al reducirse los espacios de acción común y de lazo social, según Han”, precisó Harraca.

A Han algunos le dicen pesimista pero para Harraca es certero en su análisis social, donde plantea que aquel Enjambre implica las personas separadas, los sujetos aislados, entonces no está ese ‘nosotros’ tan potente como para lograr una acción común. Al sistema no le conviene que se vean sus propias fisuras porque en definitiva le conviene esta atomización: los individuos hiper conectados que se exacerbó con el encierro, aislados pero subiendo cada actividad que hacemos a nuestras redes, y no el otrora fenómeno de masas tradicional. Entonces “no hay apertura a lo reflexivo, uno lo puede ver en alguien que va viendo el inicio de noticias de Instagram pasando el dedo en la pantalla de su celular. Es una cosa más del orden de la impulsión, de tocar con el dedo índice la pantalla, sin detenimiento en la posibilidad del silencio, de tranquilidad. Con el bombardeo de las redes, todo es estímulo y no se encuentra ese vacío propicio a la reflexión, a lo afectivo ni lo perceptivo”.

La suspensión de la vida entre cuerpos es parte del tan mentado ‘quedate en casa’, y bajo esa consigna, cada sujeto buscó restituir todo ese mundo real que perdió, ese mundo que ahora es fuente de peligro de contagio del virus. Para restituir lo social fue necesaria la hipervirtualidad: tomás clases de Yoga por Instagram, Funcional por Youtube, la facultad por Meet, los congresos laborales por Zoom.

La investigadora en psicoanálisis precisó que el concepto de la burbuja se implementó en Nueva Zelanda por primera vez, como estrategia principal para salir de la cuarentena, y después se fue adaptando a la realidad en cada país. En Argentina se vivió de forma surrealista: “Los argentinos somos muy afectivos, muy del tacto. Esto para nosotros implicó en la dinámica de grupos una metamorfosis en el sentido más kafkiano del término: el cuento de Kafka habla de las consecuencias que podemos sufrir a partir de una bruta transformación de la realidad, hay aislamiento, culpa, soledad y conflicto en las relaciones con los más cercanos. No nos hemos convertido en un insecto como Gregorio Samsa, pero sí se desataron dramas familiares, y sí se desató algo monstruoso y traumático, ya que no podíamos hacer nada para detenerlo cuando tampoco sabíamos de qué se trataba. Vivíamos un absurdo kafkiano: como cuando llegábamos de la calle, metíamos la ropa directo al lavarropas y rociábamos lavandina a cada paquete de galletitas que comprábamos, cada alfajor, es un delirio”.

Es innegable que la falta de reuniones afectivas y de contacto con el otro tiene efectos devastadores, y desde la clínica, Harraca observó que “hubo gente que la pasó muy mal, estando muy sola. Estamos atravesados todos por el miedo, y este se vive diferente en cada persona y en otra etapa de la vida: no es igual en un adolescente que en un mayor. El riesgo de morirse aísla y encierra a mucha gente. Otro cantar es el síndrome de la cabaña que es la agudización del encierro en las personas más antisociales, que ahora la realidad ‘les da la razón’ y cuesta el doble que salgan de esa espiral de temores”.

Los sujetos sociales como la cinta de Moebius

Cada sujeto no es sin sociedad, sin vínculos. Se representa claramente en una cinta de Moebius donde están completamente ligados el adentro y el afuera. Es un sujeto bio-psico-social, y esto lo entiende la psicología social como marco teórico que analiza esa relación del adentro con el afuera. Los grandes impactos sociales generan un movimiento interno (y este es un movimiento planetario), en una situación tan confusa para cada sujeto, que va a llevar un tiempo entenderlo, tanto en lo micro como en lo macro. Así lo analizan la psicóloga Corina Bonvechi y Alina Volpe, ambas egresadas en Psicología Social del IRDES, quienes se animaron a pensar alunas ideas sobre esto de la atomización de los grupos sociales.

“Es un trauma que sufrimos en la vida cotidiana que estamos viviendo y llevará un proceso subjetivo. Como todo cambio profundo o crisis tiene los dos aspectos: de quiebre y de posibilidad”, aseguró Alina, quien perdió un trabajo al comienzo de la pandemia y a su vez logró buenos avances laborales con los grupos operativos en los que coordina. Corina calificó esta realidad como disociada: “Las crisis nos destruye, nos desarma, pero es también oportunidad de cada sujeto de verse uno mismo, reconocerse, reparar y una inmensa posibilidad de crear y de encontrarse con el otro en nuevas formas”.

Así, para la psicología social, ‘la tarea’ es un eje fundamental en los grupos: la clave no está en los integrantes o sus características, sino por qué y para qué se encuentran, asegura Corina, y Alina agregó: “Puede enriquecer que la heterogeneidad garantice muchas cosas, pero la niña es la tarea que cada grupo realice o no”.

¿A qué se refiere este campo teórico con ‘la tarea’? Corina puso en ejemplos: “Uno puede decir ‘nos juntamos porque somos amigas desde que nacimos y nos queremos tanto, y nos vemos todos los sábados a la noche y tomamos la cerveza en el bar’. A lo mejor eso es lo que decimos, pero lo implícito es que no sé si estamos tan de acuerdo en muchos temas, si la pasamos tan bien juntos”.  De esta manera, la pandemia muestra una realidad que antes era muy parecida, pero ahora es brutalmente en vez de veladamente, y así “esto de la naturalización desaparece, y queda la caricatura, se nos devela, queda al descubierto. La realidad nos muestra más posibilidades de conocernos, de elegir y quizás ahora me quedo con algunas de esas tantas amigas de un grupo grande, y la paso mejor. Es que había una vida social ordenada de propuestas sociales más pegada a los rituales propuestos externos que a una necesidad interna de cada sujeto que ahora tuvo la oportunidad de entrever”, dijo Corina.

Alina recordó cómo antes de la pandemia ella salía del trabajo y tenía varias reuniones, yendo de un lugar al otro, y hace más de un año debió aprender a hacer cada una de esas actividades en su casa. Este aprendizaje, en la carrera de Pichon-Rivière es conocido como ‘adaptación activa’, que requiere una plasticidad como rasgo de salud mental.

Corina explicó que dicho término significa usar las herramientas necesarias con la plasticidad y flexibilidad para resolver situaciones. “Si encerrados no podemos hacer la vida, nos disociamos estereotipando, queriendo volver a la realidad anterior y me enfermo. En cambio si el encierro lo tomo como posibilidad de desarrollar, comprender esta nueva vida con creatividad”, precisó. “Es que nos fuimos adaptando, de los zoompleaños y casamientos virtuales al festejo presencial y reducido de la burbuja familiar, en una práctica que busca no dar nada por sentado. Entendimos que algo planificado no sale como yo lo pensé sino como tendrá que ser. Y eso no significa que sea terrible. Es agotador y cuesta, claro”, agregó Alina.

Haber cambiado las costumbres sociales, familiares, laborales y de todos los aspectos de la vida es algo que toda ciencia social comprende como situación traumática, compleja o dolorosa, sumado a los duelos de tantas pérdidas. Pero a su vez, Corina resaltó que “esta pandemia tiene mucho que ver con el cuidar al otro en lo afectivo. En un grupo ahora se piensa a cada uno que se quiere invitar en base a sus propios cuidados, y es un termómetro un registro para relacionarse. El desafío es aprender a abrazarnos de otra manera, con las herramientas que tenemos”.

En los grupos se analiza la pertenencia y la pertinencia, y en la psicología social, que es un cruce de ciencias, se habla de “una espiral dialéctica en que siempre estamos aprendiendo y no somos los mismos en el crecimiento”, precisó Alina. La espiral dialéctica en términos de proceso, tiene relación con las contradicciones. “En ese aprendizaje nunca se vuelve hacia atrás, siempre estamos avanzando, cuando creemos que estamos quietos, estamos acumulando para dar un salto de calidad. El encierro de hoy no es el mismo del año pasado porque tuvimos más herramientas para resolver con menos miedo que antes”.

Claro que hay mucho de la biología en todo esto, dice Alina, que recordó que “los dos grandes miedos son a la pérdida y al ataque, y eso paraliza. En esos momentos sale la biología a flor de piel”. Así, ambas destacaron que “no solo el que se encierra demasiado y se deprime tiene un problema; el que niega la realidad y transgrede en una fiesta clandestina (por pensarse como el que no se va a contagiar), también es por el miedo. En el aprendizaje social es una adaptación pasiva en desconocimiento de la realidad concreta que nos rodea”.

Si siempre estoy llegando

Los amigos argentinos, como el tango Nocturno a mi barrio de Aníbal Troilo, nos replegamos y nos fuimos, pero en realidad siempre estaremos llegando. Las cuatro profesionales de las ciencias sociales consultadas coincidieron en que, de diversas formas, los grupos sociales se reconstituyen de a poco aunque nada vuelva a ser como antes.

La psicoanalista Florencia Harraca precisó que “un tiempo puede funcionar la ortopedia de lo virtual, pero como un fármaco solo puede calmar el dolor, y los grupos han sufrido esa ausencia de los cuerpos, que sin duda desean la presencia y el abrazo cuidándonos, como plantea la canción de Jorge Drexler, Codo con codo”.

“Como especie, creo que rápidamente mientras se pueda vamos a volver a algunas buenas costumbres, pero van a funcionar las dos cosas por un buen tiempo, de forma mixta y a veces seguirá virtual”, analizó Alina Volpe.

Corina por su parte vislumbró un retornar a la lucha colectiva, “de volver a la calle, a las marchas, porque en el interín queda una sociedad devastada en su economía también y hay mucho descontento social. Me imagino como si nos abrieran unas puertas y salimos todos juntos desaforados. Pero por otro lado quiero apreciar este momento de definirnos y centrarnos en los vínculos: ni el encierro ni la negación son realidades sanas, entonces hay que vivir procesos cada cual en sus tiempos atendiendo a sus necesidades de vínculos”.

Y cerró con un ejemplo que le sucedió: “En el verano pasado hicimos un encuentro de mujeres del barrio Ludueña de Rosario para charlar las problemáticas de los vecinos. Fue maravilloso el esfuerzo que hacían para participar, porque muchas no tienen más que un celular por familia, y me llenó de emoción: se juntaban de a varias al aire libre para no dejar de conectarse, dos en una plaza, otras en un patio, esa es la creatividad de poder resolver. Para mí fue todo un símbolo de no quedarnos en el encierro, porque el encuentro está en la esencia”.