Norma Beatriz Pellegrini tiene 78 años y un inusitado entusiasmo por vivir “el hoy”. Su carácter, la gran cantidad de lazos –hijos, amigos y hasta desconocidos que la ayudaron con donaciones-, su amor por la música y su fe en dios la hacen una sobreviviente única del horror en la explosión de Salta 2141 por su resiliencia.  

Ex docente de música de la escuela primaria Pedro Goyena, jubilada, que canta con el grupo Papelnonos, con sus cuatro hijos y seis nietos repartidos entre Chile, Neuquén, Alvear y Funes, tiene la fortaleza del roble y la alegría contagiosa de un niño. Este lunes 6 de agosto se cumplen cinco años de la peor catástrofe de Rosario, y Norma fue invitada a izar la bandera en el mástil mayor del Monumento. Compartirá esta fecha dolorosa con sus nietos y con otros sobrevivientes como ella.

Es su relación con la música la que llevó a que le “encante” el proyecto que se llevará a cabo en el predio para instalar el Profesorado de Música Carlos Guastavino. También es la música la que le trae una de las pocas nostalgias que le quedan en la memoria de ese hogar: el amor por su piano, regalo que le hicieron sus padres a los 15 años, y su amiga Teresita Balbini, mujer de Roberto Perucchi. Dos de las 22 víctimas fatales de la explosión.

Entre facturas y café de una tarde fría de invierno, Norma compartió con Rosarioplus.com que dos días antes de la explosión tocó la última pieza en su piano, y lo hizo para su amiga Teresita, vecina del sexto piso, “una mujer encantadora”, que siempre la escuchaba tocar desde su departamento: “Como me pidió que alguna vez tocara para ella, le dije que sí y subió al séptimo. Toqué Matrimonio de amor, de Richard Clayderman, y cuando terminé la miré y tenía todos los ojos llorosos. Esa fue la última vez que la vi. Ellos se fueron juntos con el derrumbe de la segunda torre, y el piano también se fue”.

También recordó a Estefanía Magaz, quien vivía en su mismo piso, y a sus jóvenes 21 años “era como un cohete porque siempre iba y venía”, y fue quien le enseñó a usar la tablet. Estefanía se estaba bañando cuando fue la explosión, y su novio Andrés la rescató del edificio en una de las imágenes más marcadas de las que quedan en la retina de todos los rosarinos, pero nada pudo hacerse por ella. Estefanía y los Perucchi fueron los dolores más cercanos a Norma, pero el edificio tenía 63 departamentos, cada uno con su historia trunca: seis por piso, y en el onceavo otros tres con terraza.

La causa penal tiene 11 imputados y, un lustro después, el juicio oral aún no empezó. Norma sigue pidiendo justicia aunque su abogado le haya advertido: “Agarrate que va a llevar 20 años, y mirá como ya van cinco y nada”. Consideró que “los de Litoral Gas son unos frescos, porque no encontraban la llave de gas para cerrarla cuando el fuego corría”. A la concesionaria del servicio le atribuye parte de la responsabilidad del hecho, tanto como “al gasista Carlos García y también el gasista anterior (que no está implicado en la causa)”, y un poco menos a la administración Calvillo, a cargo de la gestión del consorcio.

Cada 6 de agosto, Norma vuelve a Salta 2141, donde fue su hogar. Llora, reza y canta junto al resto de los sobrevivientes y los familiares de sus 22 vecinos muertos. Pero cualquier otro día, si anda por la zona para visitar a alguna de sus amigas, le hace “un poquito de ruido”, por lo que se persigna y continúa su camino.

Destacó que en la vereda junto al muro ahora colorido hay un jacarandá que también es sobreviviente: “Vivió el estallido, el fuego y el gas, y la posterior demolición. Está un poquito enclenque pero vivo, y por eso los sobrevivientes le hicimos un enrejado con una placa que indica: sigo de pie exigiendo justicia”.

Pocos son los objetos que hoy Norma tiene de aquella otra vida que dejó entre los escombros, junto con las llaves que enterró: “rescataron algunas cosas pero la mayoría eran inutilizables. Las fotos se perdieron con el piano. Recuperé mi radio que escuchaba cada mañana (y que anduvo hasta hace poquito), la Biblia sin tapas y con algunas hojas salidas, y algunas joyitas. Mi rosario se lo regalé al taxista Mario –el primero en llegar a la explosión tras escuchar el estruendo en Salta y Alvear- que como a mí, rescató a muchos vecinos, y la mayoría eran chiquitos”.

Haber dejado en calle Salta casi todos sus bienes hizo que Norma tenga que empezar de cero. Ahora vive en un departamento muy moderno (lleno de fotos nuevas, plantas y cartelitos), que compró con lo pagado por la aseguradora del edificio que “menos mal que los Calvillo tenían la cuota al día”, y recibió donaciones de muebles de amigos y hasta de desconocidos, y el incondicional apoyo de sus hijos. El menor, el periodista Luciano Galende, se tomó un mes de su trabajo en el programa 678 de la TV Pública y le dijo: “Vos naciste de nuevo. Te merecés vivir bien”, y se dedicó a contenerla en aquellos primeros días junto a sus hermanos.

La biblioteca, su salvavidas

Eran las 8.45 cuando el portero del edificio despertó a Norma para pedirle que lo dejara ingresar para cortar todas las llaves de paso, como era convenido por el consorcio, para el arreglo del gas del edificio. Hizo lo suyo, y Norma se volvió a acostar.

Ella dormitaba mientras escuchaba la radio cuando el reloj marcó las 9.38: “Las cosas se movían solas, las paredes se arrancaban enteras y caían hacia afuera o adentro, el gas se movía desde arriba como en una catarata, que en vez de agua y espuma tenía escombros de color gris, y escuché un viento muy fuerte que traía muchas cosas a la habitación. Sentí mucho calor pero no había olor a gas. Era para mí un verdadero monstruo”.

Entonces cayó hacia su cama la biblioteca entera, y Norma no pudo mover más sus pies ni brazos. “Estuve una hora y media atrapada, escuchándome, tratando de mover algo, pero resignada que nadie me iba a rescatar, por lo que no gritaba”, recordó. Entonces vinieron los sonidos de sirenas, los escombros, el frío del invierno de agosto. Y los gritos de los vecinos.

Aquel costado donde una vez hubo una pared era ahora la ampliación del departamento de Norma con el de su vecino Franco Jariton, quien la llamaba desde el otro lado donde antes era su habitación. “Fue entonces que recé a Dios, porque al no sentir mis piernas y no saber cuándo iban a sacarme, que le pedí que me abrazara y me llevara con él. Pero Dios tuvo otros planes”, bromeó.

Le vino a la memoria aquel vidente que le leyó la mano a sus tempranos 19 años: “Me dijo que iba a llegar a viejita, aunque vio otra cosa que lo asustó y no quiso decirme. Estoy segura que vio la explosión, y tuvo razón, llegué hasta acá, y soy una persona muy feliz. Más no puedo pedir”.

Inexplicablemente el cuerpo de Norma estaba completamente sano: sólo tuvo una fisura en la cabeza. La biblioteca que la aplastó una hora y media la salvó del aplastamiento de las paredes y no quebró sus huesos.

"Luego vino el taxista Mario Paiva y me ayudó hasta que los rescatistas me llevaron en una camilla hasta afuera del edificio. Vino mi hija Silvina, que es médica, y con ella nos llevaron al Heca, donde me hicieron estudios y vieron sólo la fisura”, describió.

Norma se sigue viendo cada tanto con Franco y su señora, quienes después de la tragedia se casaron, y hace pocos meses tuvieron un bebé. Al taxista Mario también lo vio hace unos meses, cuando se aprestaba a tomar su servicio para ir a un ensayo de Papelnonos. “Nos pusimos muy contentos de reencontrarnos, y nos quedamos charlando horas en el club”, recordó, a la vez que consideró que “él merecía un resarcimiento económico por haber sido el primero en llegar y no dudar en rescatar a la gente”.

Cuando se cumplió un año del hecho Norma fue a una psicóloga que la ayudó a superar su angustia. Ahora sólo le queda un miedo: cuando se está por acostar, se fija si está bien cerrado el gas de su cocina. Ese maldito monstruo.