El invierno de 1952 en Londres fue más frío de lo previsto, por lo que se quemó más carbón del habitual para calefaccionar los hogares. Un carbón menos puro, más impregnado en azufre, más contaminante. El aire caliente y malo no podía perforar la capa fría y se instaló por días sobre la ciudad generando una situación crítica y límite. Se suspendieron todas las actividades, los hospitales se llenaron, hubo disturbios y accidentes. Caótico.

En Rosario no sucede eso, pero, a veces, se aproxima. Este domingo y lunes la ciudad parecía la Londres de aquellos días de diciembre. La peor de las versiones de humo producto de la quema de las islas inundó la urbe y se volvió irrespirable, no sólo en la vía pública, sino también dentro de los hogares. Sólo algunos días de 2020, cuando sorprendieron los primeros incendios, pueden ser comparados con las imágenes vistas este domingo por la tarde.

"Es el clima, es una cosa de Dios, nada se puede hacer sino esperar que se disipe", dijo en aquel momento Winston Churchill, primer ministro inglés que quedó con el cuchillo de la Reina en el cuello y casi fuera del gobierno. Acá se repitió algo similar al principio de la historia, cuando la sequía y la bajante sumaban a los incendios. El río subió y los focos siguen. No hay engaña pichanga. Churchill pudo torcer el rumbo de la Segunda Guerra Mundial, pero apenas un puñado de días de nube tóxica que destrozó la calidad de vida cotidiana de los ciudadanos lo dejó contra las cuerdas. Acá no sucede nada de eso. 

La quema letal, Churchill y la falta de fe

El malestar social está creciendo porque la cuestión está yendo a lo insalubre e invivible. Todavía, por suerte, la ciudadanía no cayó en la naturalización de la problemática, pero sí se perdió la esperanza o la fe de que alguien lo solucione. Las autoridades municipales, provinciales y nacionales quedaron en el mismo escalón de obligaciones; no corre más el fundamento de que la responsabilidad es del otro gobierno. La ciudadanía no razona de esa forma en medio del estrés, sucede lo mismo con la inseguridad.

Queda en evidencia que un helicóptero con ciento de litros de agua, faros de custodia inservibles, y una pequeña tropa de valientes no pueden solucionar el tema. Lo operativo es un parche. La situación es más compleja que fuego, agua y quejas. La discusión intergubernamental entre Santa Fe y Entre Ríos, jurisdicción donde se producen los incendios, no se da con intensidad y sólo se descansa en la justicia federal que, hasta ahora, no resuelve más allá de los kilómetros de ampliaciones de denuncias que se puedan realizar por los gobiernos. Las instancias judiciales y administrativas se queman al ritmo del pastizal, quizás, sea momento de endurecer posiciones al respecto.

En este marco de malestar se suma la incredulidad: no se pudo sacar una ley de humedales, la justicia no se mueve, el ministerio de Ambiente de la Nación hace agua, los gobiernos no tensionan. Lo cierto es que alguien o varios, de manera intencional o no, le dan chispa a los fósforos desde hace dos años y no los pueden detener. Quizás, como Churchill, crean que es una cosa de Dios y sólo hay que esperar a que se solucione solo. Pero, al menos en esta, la ciudadanía es atea.