Sandy Sánchez tiene 39 años y trabaja como no docente en una escuela nocturna de Enseñanza Media para Adultos de la ciudad. Es travesti, y es quien impuso su derecho a la identidad de género, a contrapelo de una disposición de su obra social, Iapos, que intentó eludir la cobertura de intervenciones quirúrgicas y de un tratamiento que tiene estrecha relación, precisamente, con esa identidad.

Comenzó el 8 de enero pasado cuando decidió someterse a operaciones de implantes mamarios y de glúteos, y a la depilación facial definitiva. En diálogo con Rosarioplus.com, Sánchez recordó que en Iapos eludían el pedido porque las consideraban “operaciones meramente estéticas, cuando en realidad son operaciones de identidad autopercibida, contemplada por la Ley de identidad de género, cuyo protocolo de actuación especifica todas las intervenciones estéticas en pos del cambio al género decidido, sea hombre trans o mujer trans”, explicó.

Poco después de enterarse del fallo del juez que le concede las intervenciones, Sandy expresó su profunda alegría, y destacó: “Estoy feliz. Ya recibí los implantes importados y estoy a la espera. Es un avance en la reivindicación de derechos, pero mi lucha es un puntapié, porque conozco muchas trans con menos recursos, y se necesitan mas abogados que conozcan nuestros derechos para defendernos”, precisó.

Según indicó la militante, hay más de diez casos similares al suyo que Iapos no cubrió, y “si quieren conseguirlo van a tener que demandar a la obra social”. Es que aclaró que además de ser una lucha por la identidad de género, es para mejorar la salud, porque todas toman muchas medicaciones: “Yo tomo nueve pastillas que me generan efectos adversos en el cuerpo y psíquicamente, y después de operarme voy a seguir tomando sólo una”.

Desde la cuna en la lucha

Sandy vivió una infancia humilde en barrio Alvear. Perdió a su padre a los seis años, y ya a los 9 debió trabajar, vendiendo verduras desde un carro con su hermano. A los 14 entró en una fábrica, y mientras hacía esfuerzos para terminar la secundaria peleaba por su necesidad de vestir como mujer.

Recuerda: “Cuando era muy chica me identificaba con todo lo femenino, pero mi familia me reprimía y yo sentía que eso estaba mal. Quería hacer danza clásica y me mandaban a los boyscouts”. En su casa le pegaban y buscaban “encarrilarla” llevándola a la iglesia, y debió cambiarse varias veces de escuela porque porteros y docentes le decían que ella era un varón.

A los 18 quiso estudiar Derecho y luego Contabilidad, pero no pudo por tener que trabajar. Pero no descarta en algún momento volver a estudiar abogacía o profesorado en leyes, así como ciencia política.

Es que su propia vida la llevó a militar por sus derechos LGBTI, y desde siempre militó en varias ONG como Colectivo Arcoiris en su momento. Algunas de sus luchas son el matrimonio igualitario, el derecho al aborto, y ahora el cupo laboral trans con la jubilación.

Después de pasar por muchas organizaciones, Sandy Sánchez decidió ser militante de los derechos LGBTI de forma autónoma: “Nos reunimos con amigas trans, prostitutas, amigos gays, para estudiar nuestra filosofía de vida y empoderarnos, como una manada de lobas, y participamos de las marchas gay, los encuentros nacionales de mujeres”.

Es que como indica Sandy, “se ganó la batalla en lo legal, pero falta mucho en lo cultural”, porque a pesar de tener su decisión firme y llevar una vida plena en su búsqueda de la felicidad, padece aún hoy discriminación en la calle o en el colectivo, con pasajeros que no se sientan a su lado porque “tendrán miedo que les contagie travestismo”, dice con ironía. O hasta comunicadores que le consultan cómo era su nombre antes de travestirse, como si eso importara.