Jesús Zárate recuerda cada segundo de aquella fatídica jornada. Sus hijos le tiraron la oreja antes de salir de su casa por su cumpleaños número 35. A media mañana, cerca de las 11, uno de los jefes lo mandó a limpiar una de las celdas de la planta, donde horas más tarde ocurrió la explosión.

Con la tarea culminada recibió otra orden: barrer el cereal acumulado en las calles contiguas a las celdas. Miró el reloj para ver cuánto tiempo faltaba para las 14, el horario de salida. Las agujas marcaban las 12:50. Agarró la escoba, se ajustó los guantes y se puso a trabajar.

El horror llegó a continuación. Un fuerte ruido, una violenta onda expansiva, una nube gris que envolvió todo el ambiente y una llamarada que se extinguió en menos de cinco segundos, suficiente para dejar a todos en carne viva.

“Quedamos todos prendidos fuego, la ropa, la cara. Corrimos con desesperación para salir lo más rápido posible de ese lugar”, reconstruye Jesús en diálogo con Rosarioplus.com. Luego se metió en un baño y se dio una ducha rápida para frenar el ardor.

“Al principio pensé que no tenía nada grave. La adrenalina tapó el dolor. Me fui hasta la portería y ahí ni bien me vieron los médicos me metieron en una ambulancia. Recién en el sanatorio me di cuenta que el cuadro era grave”, dice.

Estuvo internado 25 días con el 30% de su cuerpo quemado. El fuego le desfiguró el rostro. Su boca se achicó y muchos músculos de la cara se atrofiaron. Las lesiones se extendieron por la espalda, los brazos y las piernas.

Hoy se recupera en su casa, con la compañía de su mujer y de sus tres pequeños hijos. Vive en el humilde barrio Copello de Capitán Bermúdez, una zona donde residen muchos obreros y operarios de las firmas agroexportadoras del cordón industrial.

Jesús pasó por casi todas las terminales portuarias. Lleva desde los 20 años haciendo tareas de mantenimiento y montaje. Siempre tercerizado. La contratista OLL lo ubicó en Cofco en septiembre, tres meses antes de la explosión.

Sobrevivió, pero su calvario no terminó. Denuncia que solo hizo diez sesiones de kinesiología desde que salió del sanatorio. Tiene pendiente la visita a un neurólogo por fuertes puntadas en la cabeza y el turno con el psicólogo.  

“La ART no me da bola, no consigo ningún turno, me patean todo para adelante. Tampoco me pagan los medicamentos. Me preocupa que salí del sanatorio con una hernia y no sé qué tratamiento tengo que seguir. Me abandonaron”, se queja.

Por el momento, ninguna autoridad de Cofco lo llamó para preguntar por su recuperación. Puso un quiosco con los ahorros de toda su vida para poder alimentar a su familia. “Necesito llevar comida a casa y no sé cuándo voy a poder trabajar con mi cuerpo”, dice con angustia.

Lo que sí tiene claro es que no va a volver a pisar una cerealera. “Te contratan como el último orejón del tarro, no te pagan bien y hay muchos riesgo. Lo que pasó se podría haber evitado, las condiciones de seguridad no estaban garantizadas”, admite sobre las condiciones de trabajo de la ex Nidera.

Nunca le había tocado trabajar con “cereal quemado”, una anomalía que estaba naturalizada. “Una o dos veces por semana había que apagar estos pequeños incendios. El polvillo en suspensión fue lo que desencadenó el incendio. Los jefes sabían del peligro. Ellos nos mandaban a apagar los incendios con máscaras y mangueras, como si fuésemos bomberos”, describe.

Y agrega: “Limpiábamos los túneles todo los días. Era entrar rápido y salir con mucho susto. Nunca lo charlamos entre los compañeros para no llamar a la tragedia. Pero con la mirada nos decíamos que era un peligro. Sabíamos que había que salir de ahí lo más rápido posible”.

Jesús cree que la vida le dio una segunda oportunidad. Llora por Juan Carlos y Domingo, los compañeros que fallecieron. Y ruega por memoria: “Que esta explosión no quede en el olvido”.