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Quienes viven y caminan por los barrios de Rosario hablan de tres “trincheras” contra el delito y las drogas. De un lado están los búnkers y los transas. Un submundo que tienta con plata fácil, un apodo de peso y el prestigio de pertenecer a la banda de los pibes malos. Del otro, están la escuela, la militancia y los clubes, los contrapesos de la violencia, los pocos terrenos que salvan ante oportunidades de vida que escasean

La pelota fue siempre sinónimo de salvación dentro de estas trincheras. Hasta poco, la escuela a la mañana y la canchita a la tarde garantizaban algo de paz. En 2015, en un informe que Rosarioplus.com hizo sobre los clubes de barrio, padres y profesores hablaban del deporte como una “enorme bocanada de oxígeno” en ambientes tan tóxicos.  

María Fleitas, colaboradora del club Alianza Vélez Sarfield, ubicado en Gorriti al 1900, en barrio Industrial, al límite con Ludueña, lo explicaba en pocas palabras: “El club y el fútbol, el deporte preferido de los chicos, cumplen una función muy importante en el barrio: sacan a los pibes de la calle y los aíslan de la violencia”.

El tiempo pasó y, en Rosario, la violencia recrudeció en la mayoría de los barrios de la periferia. El narcomenudeo penetró con una fuerza y una virulencia que nadie imaginó. Los pibes, los adolescentes, pasaron de ser los últimos eslabones del negocio, de estar parados en la puerta de un quiosco de droga, a tomar decisiones de peso dentro de las bandas. Y a tirar tiros. Muchos tiros.

El ejército de chicos detrás de los Funes y los Camino, lideradas por pares, por una camada de jóvenes sub 20, es solo un ejemplo. Tres barrios, Tablada, Municipal y Parque del Mercado, quedaron en los últimos a merced de los balazos. Las muertes se siguen contando de a decenas en este rectángulo de la ciudad.

Caen los pibes a los que nadie pudo salvar, los que decidieron agarrar un arma en el abandono más absoluto, y también caen hoy los pibes que sí torcieron sus destinos, los que, por ejemplo, apostaron todas sus energías a una pelota de fútbol.

Las balas sin control ya se cobraron la vida de Fabricio Fernández, un arquerito de 17 años de que atajaba en el club Sarmiento, y de Pablo Silva, un habilidoso enganche del club Juan XXIII. A Fabricio lo ejecutaron en junio de 2016. Estaba en la puerta de su casa jugando a las bolitas cuando lo acribillaron desde un auto. Los asesinos se confundieron de blanco.

A Pablo lo mataron este miércoles por la noche. Estaba parado al lado de un potrero viendo jugar a su hermano mayor. Desde una moto dispararon sin un blanco fijo. Uno de los plomos impactó en su espalda.

Fabricio soñaba con llegar a la Primera de Newell´s. Pero su primera meta pasaba por los estudios. Estaba en 4° año de la Escuela Juan Mantovani. Quería recibirse para dedicarse de lleno a la pelota. “Vos terminá el cole y después que tu corazón te guíe”, le decía siempre Andrea, su mamá.

La dirigencia de la Asociación Rosarina de Fútbol brindó en aquel momento su pésame a través de un comunicado que publicó en su web. “Este infame homicidio, producto de la inseguridad en la que vivimos, no tiene aún detenidos ni indicios que permitan encontrar a los responsables. Desde la Asociación Rosarina de Fútbol queremos hacer llegar las más sinceras condolencias a todos sus seres queridos, por tan lamentable deceso. Aguardamos que Dios y el tiempo los ayude a sobrellevar este aciago momento”, rezaba el escrito.

Desde un primero momento, la familia, los amigos y los vecinos más cercanos de Fabricio denunciaron que lo habían matado "por error". Apuntaron con nombres y apellidos a una familia ligada al narcomenudeo, que, a su vez, respondía a una "banda pesada" de la zona

Según la reconstrucción que hizo la fiscal de Homicidios Marisol Fabbro – a cargo de la investigación--, el auto que se detuvo en la puerta de la casa de Fabricio era manejado por Ida Beatriz R., alias "La Gordy", de 51 años. La acompañaban su hijo Gabriel G., conocido como "Peloncho", su nuera Carolina G. y dos de sus nietos.

Esta familia manejaba varias bocas de expendio de droga en Tablada. La materia prima era suministrada por laderos de René Ungaro, preso por el crimen de "Pimpi" Camino y líder de la banda integrada por los hermanos Funes. "Peloncho" era uno de los tantos soldados de esta organización delictiva.

Sobre el móvil del crimen, Fabbro detalló en su día que los agresores pretendían vengar una balacera sufrida días atrás en uno de sus domicilios. Buscaban a "soldaditos" de los Camino. Los asesinos fueron detenidos e imputados por el homicidio de Fabricio.

Del muchacho que disparó contra Pablo se sabe todavía poco y nada. Su familia y los vecinos del barrio apuntaron también contra una “bandita de la zona dedicada al narcomenudeo”. “Son todos tira tiros, no les importa a quién le dan”, contó con el corazón quebrado Antonio, el papá del adolescente.

Pablo jugaba al fútbol desde los tres años en Juan XXIII. Integraba el plantel de la novena división. Antonio describió lo que parecía ser una rutina alejada de toda violencia. Pablo se levantaba de lunes a viernes a las 7:45. Desayunaba y se iba a la escuela. Volvía a las 12:30, almorzaba, dormía una siesta y se iba a entrenar. “Así todos los días, era un pibe sano y bueno, sin maldad”, narró sin consuelo el hombre.

A Antonio no le entra en la cabeza como hoy en Rosario las balas matan también a pibes como su hijo, a chicos que solo quieren correr detrás de una pelota.