“Nosotros cocinamos los miércoles y los sábados. La comida la damos a las siete y media de la tarde, pero ya un rato antes se llena de gente, acá. Todos en fila con distancia, por la pandemia. Se llevan el plato de ese día, en un taper o en una olla, más fruta, chocolatada y pan”. Estamos en el barrio Supercemento, apenas pasando la Circunvalación y en el oeste de la ciudad, en el que viven unas seis mil personas. La que habla es Kechy Vega, una de las responsables de este comedor que nació hace justo un año, en plena pandemia. Y que se llama “Las pibas de la Jungla de Cemento”, para hacerle honor a la barriada en la que se criaron.

Su hermana Carolina, que también es parte del Comedor, explica. “Al principio nos juntábamos a cocinar acá en este saloncito, pero cuando subieron los casos empezamos a preparar la comida cada una en su casa”.

Kechy tiene 41 años y fanática de Central. Su hermana Carolina tiene un año menos y es de Newell’s. Y aunque no comparten pasión futbolera, son las dos igual de solidarias. Hijas y nietas de ferroviarios, vinieron de muy chicas acá a vivir con su familia en 1984, a uno de los 99 monoblock que tiene este complejo de viviendas de Mendoza y Donado. “Las casas se habían inaugurado hace poco. El barrio tenía muchos árboles y lugares para jugar, con el tiempo fue cambiando. Pero es nuestro lugar”, dicen.

Para la nota son cuatro, pero las militantes de este proyecto en la “Jungla de Cemento” son varias pibas más. “Están muchas laburando y no pudieron venir, pero poné eso por favor, porque si no se enojan con nosotras”, dicen. Se juntaban desde siempre en una esquina y el año pasado se les ocurrió la idea del Comedor. “Recién había arrancado la cuarentena cuando cocinamos por primera vez. Fue el 18 de abril del año pasado. Hoy le estamos dando comida a 70 familias, el número lamentablemente fue subiendo”, dice Bárbara, otra de las “Pibas”.

Con Matías, el único varón del comedor. De fondo, uno de los 99 monoblock del barrio.
Con Matías, el único varón del comedor. De fondo, uno de los 99 monoblock del barrio.

Empezaron preparando arroz amarillo, pero después fueron haciendo de todo. Puchero de pollo, portuguesa, guiso de lentejas y otras recetas “También tenemos los días veganos en los que hacemos guiso de garbanzo con calabaza y hasta milanesas de berenjena con puré”, dicen orgullosas. Los vecinos pasan y saludan, mientras se graba la nota. “Acá hemos dado comida, pero también ropa, camas, colchones y otras cosas, que nos llegan para repartir”, dice Kechy. En su brazo izquierdo, prueba de su pasión canalla, tiene tatuado al Chacho Coudet, a Fontanarrosa, al Puma Rodríguez y a Poy haciendo la palomita. “El Aldo me conoce y nos ayudó. Una vez nos sacamos una foto con él, mostrando mi tatuaje”, se ríe. Enseguida su hermana, leprosa, pide que sigamos hablando del Comedor y no de fútbol.

Tienen buena relación con la Vecinal “María Duboe”, que lleva ese nombre en homenaje a una mujer del barrio, que protagonizaba un reclamo pidiendo agua y fue arrollada por un camión. “Cuando tienen donaciones, colaboran con nosotras. La prioridad es la gente, pero cuando le sobran cosas nos llaman y vamos a buscar”, dice Kechy.

Ahora, la que toma la posta es Bárbara: “A mí, esto de dedicarle parte de mi tiempo a otra gente, no pensar solamente en mí, me recontra llena. Porque además pienso que si algún día yo necesito ayuda y la gente del barrio la pueda dar, sería bueno”.

Para los ingredientes, cuentan con la ayuda de una red que fueron armando este tiempo. “Hay una empresa que dona carne y verdura, que es lo que más usamos, que nos pidió que no digamos su nombre porque no lo hacen para hacer publicidad. A las panaderías vamos y les pedimos si puedan donar un kilo de pan por semana, para que no se les haga pesado. La fábrica de alfajores Sin Culpa también nos da una mano”, revelan las “Pibas” a RosarioPlus.

Otro de los temas del que hablan, es el de la seguridad: “No estamos del todo mal, pero no es como era antes. Hoy tenés a mucho pibito de 15 años vendiendo falopa, o como se dice ahora en los medios, ‘dedicado al narcomemenudeo’. Es una lástima, aunque estos últimos meses parece que está más tranquilo. Para mí, lo que hay que ayudar es a que se rescaten. Tenemos el caso de uno de los chicos, que estaba re metido con ese tema. Y que fue a un Centro de Rehabilitación y ahora nos da una mano a cocinar y no volvió a drogarse”.

Todo el tiempo se escucha pasar a los camiones que pasan por la avenida Circunvalación, que está a pocos metros. Acá el centro de Rosario, queda muy lejos, en todo sentido. “Tenemos una buena conexión con el resto de la ciudad con la línea K, que pasa por Mendoza. Hay otras líneas de colectivo también. Pero te diría que lo más urgente que necesitamos acá en el barrio, además de un laburo estable para que no haga falta buscar comida, es lo de las cloacas”, dicen las chicas. “Yo vivo en planta baja y cada dos por tres se me llena de agua servida la casa. Te podría decir que no nos sorprendemos ya, pero no es justo que tengamos que acostumbrar a eso”, relata Georgina Ponce, otra de las “Pibas”.

Para colaborar con el Comedor, se las puede contactar a través de las redes sociales, ya que también tienen cuenta en Facebook (Las pibas De La Junta de Cemento) e Instagram (laspi.delajungla)