Vivir o morir en Rosario depende muchas veces de un error de cálculo. Estar en el lugar y en el momento equivocado --un cliché de las series o de las películas-- puede ser fatal para cualquier rosarino de a pie, sobre todo en el caso de los chicos, adolescentes y jóvenes de los barrios populares. El no estar metido “en nada raro”, como repite el ciudadano medio para justificar los homicidos que ve por televisión, no asegura la supervivencia de quienes viven o caminan por fuera de los principales bulevares. La “muerte por error” ya es una categoría propia en la criminalidad local de estos últimos años.

Los casos se repiten. Y se olvidan. Ya nadie se acuerda de Pablo Silva, el pibe de 14 años acribillado en noviembre del año pasado cuando miraba a su hermano jugar al fútbol en la canchita de Pueyrredón y Garibaldi. Tampoco de Maite Ponce, la chiquita de 5 años que dormía en el sillón de casa cuando una lluvia de balas atravesó las ventanas. Mucho menos de las historias de vida de Luis Hernán Tourn y Sofía Barreto (ambos de 26 años), acribillados por error la noche del 31 de diciembre de 2017 mientras cenaban con amigos sobre la vereda en el frente de una casa ubicada en avenida Grandoli al 3600.

La lista es cada vez más larga. También aparece el nombre de Nair Riquelme, una joven de 20 años que participaba activamente en una ONG solidaria y que la madrugada del 1º de diciembre 2018 se llegó hasta la casa de su mejor amiga para tomar unas cervezas. Su compañera salió al kiosco del barrio a comprar las bebidas. Ella se quedó sentada en el comedor. Unos sicarios bajaron de un auto y dispararon con la intención de asesinar a la dueña de casa. La que murió fue Nair.

Otra ráfaga de balas equivocadas le arrebató la vida a Juan Alberto González, de 23 años, un repartidor de carne que laburaba más de doce horas para tener algo de plata en su bolsillo. La noche del lunes 1º de abril del año pasado salió a tomar algo con sus amigos de toda la vida.

Cenó con su familia y antes de la medianoche se subió a su Volskwagen Bora. Estacionó el auto en la puerta de la casa de su amigo Brian, quien en ese momento se estaba bañando. Lo esperó apoyado en la puerta con el celular en mano. En ese momento apareció una moto con dos ocupantes. En segundos, una ráfaga de disparo impactó todas las partes de su cuerpo. La autopsia confirmó dieciséis impactos.  

“Dicen que fue un ajuste. Definitivamente un ajuste de cuentas para alguien era. No sé para quién, no sé de parte de quién. Pero no para mi hermano. Tuvo la mala suerte de estar donde no tenía que estar”, contó el día siguiente su hermana Antonella a los cronistas que la entrevistaron.

El nombre de Lorena Ojeda volvió a aparecer en los medios tras la reciente condena de Andy Camino, sobrino del asesinado ex jefe de la barra brava de Newell´s Roberto "Pimpi" Camino. Su crimen también se enmarca en esta saga de muertes equivocadas. Brisa, su hermana, sobrevivió al ataque a tiros en el que murió su pareja, Jonatahan Rosales, un barra de Newell's asesinado en junio de 2016 en medio de la cacería que se desató por controlar la tribuna.

La chica reconoció al tirador, a Ariel “Tubi” Segovia --un jefe narco asesinado el año pasado en la cárcel de Coronda--, quien intentó primero convencerla con dinero para que no lo identifique ante la Justicia. Sin suerte, ordenó que la asesinen.

Sus sicarios llegaron en dos autos y una moto a un domicilio de Vera Mujica al 2900, donde vivía la familia Ojeda. Varios hombres se bajaron y llamaron a Brisa a los gritos. Pero quien salió por la puerta fue Lorena, su hermana, un adolescente de 16 años. Le dispararon seis veces. Dos de esos proyectiles impactaron en su tórax y abdomen. Fue internada en el Heca y murió tras más de un mes de agonía.

Los sicarios de Segovia también fallaron en aquellos días cuando se les encargó eliminar a Lautaro Funes, otro peso pesado del submundo narco. Sus matones interceptaron una moto tripulada por Lisandro Fleitas, un albañil que iba junto a su mujer y su hijo de 6 años. Lo ultimaron de cinco balazos. "El objetivo era dar muerte y vengarse de quien lo baleó y terminó con su detención. Pero se equivocaron de persona", narró en su momento el fiscal Schiappa Pietra.

Un caso más reciente -abril de este año- es el de Soledad Gómez, la chica de 13 años asesinada en un pasillo de Villa Banana. Fue ella quien intentó advertir a sus amigos que hombres en moto recorrían el corredor de tierra disparando. Un plomo le atravesó la espalda.

A Soledad le gustaba jugar al fútbol en el playón del barrio, mezclándose en equipos mixtos. Era arquera, hincha de Boca. Se había ganado una beca para estudiar en un colegio. “Esas balas que no eran para ella truncaron sus sueños”, maldice todavía Yanina, una de sus tías.

La mujer le contó a Rosarioplus.com que “la Justicia agarró al tirador”, un soldadito de una banda narco. Pero el drama de las “balas perdidas” está lejos de acabarse. “Hubo varios heridos por error desde el crimen de Soledad. Acá las balaceras son casi diarias”, narró con resignación.

El paso de los meses ayudó a Yanina a hacer un duelo que parecía imposible. Recordó un “dolor insoportable” durante los días posteriores al crimen. Ese dolor es el que aún asfixia a Alejandro López, el papá de Tiziana, la adolescente de 15 años asesinada la madrugada del 21 de julio en Balcarce y Arijón.  

“Mi hija era mi princesa, lo que yo más quiero en este mundo. Los disparos iban dirigidos al muchacho que murió, no eran para ella”, maldijo el hombre durante la marcha que él mismo convocó para pedir justicia. Y repitió la frase maldita: “Me la mataron por estar en el lugar y en el momento equivocado”.