Don Rito luce desorientado, amable hasta en las peores circunstancias –su condición de entrerriano de ley le impide ser descortés–, pero aturdido por lo que acaba de pasar. Josefa, su compañera de hace tantos años ya que ni los cuenta, murió hace algunas horas, el martes al anochecer, bajo unos balazos de sorpresa que les interrumpieron la mateada en la vereda, como siempre hacían en su humilde casita de Villa Manuelita.

Fue el crimen 200 y pico ya que registra Rosario en lo que va de este año. Una cifra más para el dominio que la violencia de las economías delictivas ostenta en las calles de la periferia. Pero para Rito y Josefa Retamozo ha sido todo, desde el martes a las 8 de la noche.

Esta pareja de jubilados tomaba mates junto a la puerta de su casa en Spiro 522 bis, casi en la esquina con Cepeda. Mirarían al otro lado del Acceso Sur los silos del puerto, el río Paraná. O recordarían alguno de los festivales de chamamé en los que él –paisano de Victoria– y ella –correntina de pura cepa– solían competir y disfrutar como bailarines.

En eso estaban cuando la lógica del narcomenudeo que avanzó en el barrio en los últimos años se hizo presente, fatal.

De un auto negro, acaso un Citröen C3, bajaron un par de hombres y empezaron a los tiros. Supuestamente, el objetivo habría sido una vivienda lindera a la de Rito y Josefa. En un pasillo contiguo, un par de metros al fondo y a la izquierda, pasando la leyenda pintada que avisa "Los pibes de Spiro", se vende porro, cocaína, lo que pinte. Lo saben todos en el vecindario. La policía y ningún fiscal parecen saberlo.

Pero en el remolino de vecinos frente al pasillo, este miércoles por la mañana, más de uno conjeturó que fue difícil que los pistoleros le acertaran a alguien del bunker narco. Más bien, suponen, las balas fueron un escarmiento general para ellos mismos, los vecinos. Y así fue que murió Josefa.

"Yo entraba los sillones ahí y ella venía atrás mío. Y justo cuando entré le dispararon. Ella no alcanzó a entrar. No se si se confundieron o qué, nosotros no tenemos nada... no se con qué intención venía esta gente", musitó Don Rito al móvil de radio Sí 98.9. Y esbozó una cansada sonrisa al mostrar una foto de su compañera de vida y madre de sus hijos: el portarretrato los muestra a los dos en mejores días, en un concurso de chamamé.

Su consuegra amplió algo de ese instante de espanto: "Ella quedó en el medio de los tiros, ninguho de los dos tenía nada que ver. Estaban sentaditos ahí en la puerta tomando mate. Fue cerca de las 8 de la noche. Vieron que se armó en el pasillo, y se iban a meter para adentro. Se metió primero el papá de mi yerno y ella iba atrás, y le dieron los disparos en la espalda".

Una vecina acotó: "Fue un auto, dicen que un C3 negro. Acá el problema de siempre es... como en todo barrio". 

Siguió la consuegra de Rito y Josefa: "La señora era muy querida por los vecinos, muy trabajadora, hace más de 40 años que estaban acá. Era la mamá de mi yerno. Jubilados los dos. El señor estaba pero como entró primero con el sillón no le pegan a él. A ella sí le dieron porque quedó atrás y le dieron en la espalda. Una lástima porque era una mujer buenísima, muy querida en el barrio".

Como otra huella de la violencia en ese barrio como moneda corriente, quedó junto a la puerta de la casa señalada como kiosco de drogas el afiche que todavía reclama "Justicia por Adrián Velázquez".

Ese chico, de 14 años, fue aniquilado por una patrulla del Comando Radioeléctrico en 1999 en la entrada de ese mismo pasillo. Los policías perseguían a los autores del asalto a un taxista, y ejecutaron a sangre fría al adolescente y a un amigo, Walter Caballero (19). Los pibes estaban desarmados y ajenos a ese robo aludido por la versión oficial. 

Luego del doble crimen policial, el taxista asaltado no reconoció a las víctimas como los ladrones que lo habían asaltado.

Los policías que mataron a estos chicos se llaman Claudio Kleiman y Mario Díaz, y el juez de primera instancia Juan José Pazos los sobreseyó.