Ninguna cifra permite dimensionar el verdadero desastre. Los 350 milímetros caídos, los miles de campos anegados o los millones de dólares perdidos dicen muy poco de lo que pasa en una localidad arrasada por el agua. El drama solo se comprende al parar la oreja, al escuchar las historias de carne y hueso. Rosarioplus.com recorrió las calles de La Emilia, uno de los puntos geográficos más afectados por las lluvias que en los últimos días azotaron al sur de Santa Fe y el norte de Buenos Aires. El agua bajó, escurrió luego de inundar al pueblo entero. Pero el drama recién comienza. 

Víctor (49) y Angel (45) se conocen como la mayoría de los cinco mil vecinos que viven en La Emilia. Víctor tiene un almacén en la parte delantera de la casa que alquila. Está casado con Rebeca y tiene un hijo, Martín, de 8 años. Pasó dos noches durmiendo en una reposera a 100 metros de su vivienda, ubicada a la entrada del pueblo, la única zona que no se inundó. Este miércoles pudo volver a entrar. El agua bajó por el bombeo de las máquinas y la apertura de un terraplén. 

La casa de Víctor está impregnada de un olor nauseabundo. De su almacén solo quedan algunas cajas de comida que logró poner a resguardo. La heladera principal, valuada en unos 30 mil pesos, ya no funciona. Tampoco el freezer, otra máquina muy necesaria de su negocio. "No sé con qué plata voy a recuperar todo esto. Hace dos años que este almacén nos da de comer. Tenemos que empezar de cero", cuenta mientras con un secador intenta sacar el lodo que recorre todos los pisos.

Los otros ambientes tampoco pueden utilizarse. El agua levantó el parquet de las dos habitaciones, estropeó armarios y muebles. Lo poco que Víctor logró rescatar quedó amontonado arriba de una cama. "Esto es lo único que creo que se puede volver a usar. Lo otro es todo para tirar", dice señalando la pila de ropa y artefactos. 

El comerciante descree de las ayudas del Estado. "Nos van a pedir millones de papeles para darnos un crédito, que luego si te lo otorgan hay que pagarlo. Estamos solos en esta me parece", reflexiona. Por el momento, su mayor preocupación pasa por limpiar toda la casa para poder traer a su familia. Las últimas noches durmieron en lo de un amigo de San Nicolás. "Quiero estar con ellos y tener los pesos necesarios para poder subsistir", dice resignado.

A 20 metros de la casa de Víctor vive Ángel. "¿Ustedes son periodistas, tienen alguna credencial? Ya desconfiamos de nuestra sombra", increpa su señora al ver un anotador y una cámara de foto. "¿Quieren ver un verdadero desastre? Vengan que les muestro", irrumpe Ángel para calmar el momento de tensión. La caminata termina en su heladería, otro de los inmuebles arrasados por el agua.

"Salvamos unos pocos helados. Entre mercadería y equipamiento perdí más de 130 mil pesos. No creo que vuelva a abrir”, se lamenta con la voz quebrada. Su angustia se agudiza cuando cuenta que llegó a La Emilia hace tres años tras una estadía de doce en Italia. "Decidimos volver a nuestra raíces, armamos la heladería con mucho sacrificio y ahora nos pasa esto. Es muy duro", agrega ya sin fuerza en su garganta.

La limpieza de los comercios y de los hogares transcurre en un absoluto silencio. Solo hay gestos adustos. En La Emilia ya no hay lugar para las sonrisas.