La noche del 1 de enero, Luis Hernán Tourn y Sofía Barreto (ambos de 26 años) cenaban en la vereda junto a familiares y amigos, en Grandoli y Segui, cuando fueron asesinados por una ráfaga de disparos. Eran el novio y la mejor amiga de la dueña de casa. Él trabajaba en una distribuidora y jugaba al fútbol en la liga Casildense; ella era madre de una beba y empleada en una tienda de ropa. 

De la investigación judicial en curso se desprende que el doble crimen está ligado a la disputa territorial que mantienen desde hace tiempo dos organizaciones delictivas que operan en barrios del sur de la ciudad. Los plomos iban dirigidos a otro comensal, un muchacho que hacía poco había salido de la cárcel de Piñero y que arrastraba viejos enconos con uno de estos clanes. "Esos chicos estaban en el lugar y en el momento equivocado", resumió una fuente policial al día siguiente de la balacera.

Luis y Sofía integran la larga lista de muertes que en los dos últimos años ocurrieron en la zona sur con el tráfico de drogas como trasfondo. El sector más caliente está delimitado por Avenida Grandoli desde Uriburu hasta Lamadrid, una radio de veinte cuadras por diez. Las crónicas periodísticas dan cuenta de más de 30 homicidios (todos con armas de fuego) en el último tiempo por esta guerra de bandas. 

Uno de esos asesinatos ocurrió el 9 de abril de 2016 en la puerta de una casa de barrio Tablada. Fabricio Fernández, de 17 años, jugaba a las bolitas con unos amigos cuando un auto frenó su marcha e interrumpió la partida. Primero se bajó una mujer. "Con que vos sos el que andas tirando tiro", le dijo a Fabricio. Sin más palabras sacó una pistola y le efectuó dos disparos. Detrás de la mujer apareció su pareja, también con un arma en la mano. "Lo encontraste al final", exclamó con una sonrisa. Se acercó al adolescente y lo remató.  

Andrea, la mamá de Fabricio, salió de la casa al escuchar los estruendos. Se topó con una escena que jamás olvidará. Su hijo agonizaba sobre el asfalto mientras los agresores intentaban huir.  “Cuando corrimos a verlo ya se le cerraban los ojos. A ellos no les arrancaba el auto y sus hijos en el asiento de atrás miraban cómo acribillaban al mío. ¿Cómo esa mujer puede mirar a sus niños a la cara? ¿Cómo puede haber una persona así?", narró el día que declaró en Fiscalía.

Desde un primero momento, la familia, los amigos y los vecinos más cercanos de Fabricio denunciaron que lo habían matado "por error". Apuntaron con nombres y apellidos a una familia ligada al narcomenudeo, que, a su vez, respondía a una "banda pesada" de la zona. 

Fabricio estaba en 4° año de la Escuela Luis María Drago. Era aplicado y tenía buenas notas, según contaron sus maestras. Su joven corazón ya tenía dueño. En el verano había empezado a salir con una chica del barrio que cursaba 2° año en otro turno del colegio. La relación iba viento en popa.

Priscila lo seguía hasta cuando jugaba al fútbol, el hobby preferido de Fabricio. Era el arquero titular de la sexta categoría del club Sarmiento y suplente del primer equipo. Armaba el bolso cuatro noches a la semana y se iba a practicar.  El esfuerzo de entrenar a destajo empezaba a tener recompensa. 

Días antes del crimen, el entrenador de la Primera de Sarmiento le avisó que el fin de semana el arco era suyo. "Soñaba con atajar en Newell´s, estaba convencido que lo iba a lograr", le contó Jorge, el papá, a los periodistas que lo entrevistaron para conocer la historia de su hijo. El hombre fue clave en la investigación judicial. Convenció a testigos presenciales para que declarasen en Fiscalía. Las amenazas, como era de esperar, no tardaron en llegar. Jorge y su familia se mudaron al poco tiempo por miedo a represalias. 

La investigación

Según la reconstrucción que hizo la fiscal de Homicidios Marisol Fabbro, el auto que se detuvo en la puerta de la casa de Fabricio era manejado por Ida Beatriz R., alias "La Gordy", de 51 años. La acompañaban su hijo Gabriel G., conocido como "Peloncho", su nuera Carolina G. y dos de sus nietos. Esta familia manejaba varias bocas de expendio de droga en Tablada. La materia prima era suministrada por laderos de René Ungaro, preso por el crimen de "Pimpi" Camino y líder de la banda integrada por los hermanos Funes. "Peloncho" era uno de los tantos soldados de esta organización delictiva.  

La primera en caer fue Carolina G., quien abrió fuego al quedar cara a cara con Fabricio. Fue en abril del año pasado, a poco de cumplirse un año del crimen. La arrestaron cuando salía de la Maternidad Martin, tras un control rutinario por su embarazo. Quedó imputada como coautora del delito homicidio agravado por el uso de arma de fuego y por portación ilegítima de arma de guerra. 

Luego, a fines de mayo, fue capturado Gabriel G. El juez Juan Andrés Donnola lo imputó por el mismo delito que a su pareja. En septiembre fue el turno de "Gordy", la mujer que conducía el auto. Le achacaron el delito de "partícipe primaria" del homicidio. 

Sobre el móvil del crimen, Fabbro detalló que los agresores pretendían vengar una balacera sufrida días atrás en uno de sus domicilios. Buscaban a "soldaditos" de los Camino. En la audiencia Beatriz R. dijo que una de esas personas era uno de los hermanos de Fabricio y que una de las balas pasó "al filo" de la cabeza de una de sus nietas. La disputa por la droga, el fuego cruzado en la zona y las usurpaciones de casas para colocar búnkers se colaron en aquella audiencia. 

"Considero que este es el móvil. Si la cuestión de estupefacientes pudo ser el móvil originario, lo ignoro", dijo la fiscal Fabbro para cerrar el caso. Ese conflicto originario  --de competencia Federal--, sigue sumando muchas muertes en los márgenes más olvidados de Rosario.