Suzeley Kalil Mathias reniega del mote de "especialista". "Mi campo de estudio son las Fuerzas Armadas, se podría decir que soy una 'militologa'", aclara sobre su recorrido profesional y académico en Brasil. Viajó a Rosario invitada por la UNR para participar del Congreso de la Democracia. Su llegada coincidió con la rubrica del convenio entre Nación y provincia para un nuevo desembarco de las fuerzas federales. Por la lejanía con la problemática, prefiere no ser contundente en su augurio. Pero se aferra a lo sucedido en los últimos años en Río de Janeiro para aventurar malos resultados. 

"Van a tener agentes foráneos en un problema local.  No va a funcionar. Las respuestas las tiene que dar el Estado local. No hay ninguna experiencia positiva", señala en diálogo con Rosarioplus.com. Pone como ejemplo la larga intervención militar en las favelas de Río. Los soldados subieron a los morros en 2004 tras un clamor social de más seguridad. Nunca se fueron. 

"No se mejoró en ningún indicador, no se resolvió la inseguridad, no se desbarataron las bandas, la gente perdió derechos y aumentaron la violencia policial", afirma. Y agrega: "No se puede sacar a un soldado de un cuartel y colocarlo en una calle desconocida de un día para el otro. En la teoría parece sencillo. Pero la práctica demuestra que no funciona". 

-¿Cuál es la experiencia de Brasil con el uso de fuerzas federales para combatir el delito y el narcotráfico?

-En Brasil desde hace un tiempo hay una utilización excesiva de las fuerzas armadas en la seguridad pública. Hay una confusión entre política de defensa y política de seguridad pública. La última intervención de las fuerzas armadas en Río de Janeiro se dio en la segunda mitad del gobierno de Lula, en 2004, pese a que él había prometido que esto no iba a pasar.  Pero la policía estaba muy cuestionada por el auge de los "escuadrones de la muerte" (grupos parapoliciales) y reinaba un clamor en gran parte de la sociedad y de la dirigencia política para utilizar las fuerzas armadas para combatir al narcotráfico. Lula necesitaba apoyos en el Congreso y cedió ante las presiones. Entonces, se firmó un convenio endeble y sin mucho sustento jurídico con las fuerzas armadas para reglamentar esta intervención. Esto no funcionó. Aplacó el clima de violencia en el corto plazo pero luego todo desmadró con muchas muertes.

-¿Esta intervención sigue hoy en día?

-A partir de esta experiencia se creó un batallón denominado "Operaciones de garantía de seguridad y de orden", al que se dotó de un entrenamiento especial para combatir al crimen organizado. Y se diseñó un plan de seguridad que involucró a las tres fuerzas, marina, aeronáutica y ejército. Hoy tenemos más soldados en Río de Janeiro que en Haití (NdR: en 2004 la ONU decidió enviar una misión de paz y designó a Brasil como protagonista del plan, coordinando y comandando las acciones). Nunca se fueron de los territorios. Termina una operación y se lanzan otra. Con el agravante que este convenio buscó desde un primer momento proteger a los soldados ante cualquier exceso en el uso de la fuerza. Se acordó que nunca iban a ser juzgados por la justicia civil sino por la justicia militar con el pretexto que se trataba de una "guerra".

-¿La intervención trajo aparejado abusos de los militares?

-La prensa dice poco y nada. Pero se cometen excesos todos los días. El más grave ocurrió en 2004. Un teniente detuvo durante un patrullaje a cuatro menores de edad que no tenían antecedentes ni habían cometido ningún delito. En el cuartel, su superior ordenó la inmediata liberación. El teniente quedó muy ofuscado por esta decisión, por lo que tomó a los jóvenes y los liberó en un barrio enemigo. A los chicos los asesinaron. Nadie juzgó a este teniente. En los barrios viven como en una especie de estado de sitio. Los soldados no saben cómo abordar a un civil.  

-¿Hubo legitimidad social para esta avanzada militar?

-En Río tenemos el mar, los barrios más ricos que están en la costa y los morros. Por la dinámica lógica de la ciudad, los habitantes de los morros bajan hasta estos barrios más opulentos. En 2004, tras una escalada de violencia, los habitantes de clase media salieron a la calle para pedir más seguridad. Le pedían a Lula que haga algo, que utilice a las fuerzas armadas. Desde entonces hay 2500 militares de las fuerzas armadas de forma permanente en Río.

-¿Hay resultados palpables?

-Hoy Río no es una ciudad más segura. Las "patrullas pacificadoras" que se utilizaron en Río se crearon en Colombia, en donde tampoco funcionaron. No hay experiencia positiva. No se puede sacar a un soldado de un cuartel y colocarlo en la calle de un día para el otro. En la teoría parece sencillo. Hago esto, consigo un poco de paz y luego vuelvo a colocar a la policía. No funciona porque el ejercito entra pero nunca sale. Los soldados se terminan involucrando en estas economías delictivas. Por ejemplo: el armamento llega a los morros a través de las fuerzas armadas, es una connivencia muy clara. El marcado de armas creció con la intervención del ejército.

-¿Qué dicen las estadísticas respecto al antes y al después?

-No se mejoró en ningún indicador de seguridad. No se resolvió la inseguridad, tampoco se desbarataron las bandas. Lo reflejan las estadísticas. Eso sí: aumentó la violencia policial. Hay fuerzas políticas que piden acabar con este plan, terminar con esta intervención. Un candidato a intendente de Río reclama revisar esta política. Piden pensar a la seguridad como una política pública.

-¿Qué se hizo en el mientras tanto a nivel social?

-A fines de los 80 se había creado un plan paralelo de inclusión social. Se crearon los centros de integración popular, con escuelas, centros de salud, deportes, circos, etc. Se crearon varios. Pero en 1990 cuando Río albergó la primera reunión de países sobre medio ambiente, el mismo intendente que llevó adelante esta política pidió las fuerzas armadas, lo que echó por tierra este otro plan. Una paradoja: en su día aquellas bandas eran poco sofisticadas, menores. Hoy tras muchos años de intervención, esas bandas crecieron en su logística y en su poder.

-¿Por qué si es tan evidente el fracaso los países caen en esta receta?

-Porque es barato y es efectivo a nivel de la opinión pública. Y porque lo piden las elites. Además, el malo es el pobre, el que vive en los morros, el que no tiene recursos. Es un enemigo fácil   

-¿Cómo se ve desde Brasil lo que está pasando en Argentina con el narcotráfico?

-Argentina para nosotros ha sido siempre un ejemplo porque consiguió una legislación que logró apartar a las fuerzas armadas del combate de la seguridad interior. Lo que nos pasa a nosotros es tan grande, que lo de Argentina nos parece muy incipiente. En su día Brasil era un lugar de paso para la droga. No tenía producción. Empezamos con jóvenes drogadictos en las calles y hoy tenemos un problema grave, pese a las intervenciones. Lo más grave que se destinaron muchos recursos económicos en materia represiva. 

-Por lo que describe, asoma difícil que las fuerzas federales terminen con el problema de seguridad que padece Rosario

-Es que van a crear otro problema. Van a tener agentes foráneos en un problema local.  No va a funcionar. Las respuestas las tiene que dar el Estado local, no una fuerza de afuera.