Con una frecuencia casi diaria, la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires giraba informes al Departamento de Estado, en los cuales narraba la represión ilegal desplegada por la última dictadura militar argentina, las relaciones de poder dentro de la Junta Militar y distintos avatares de aquellos años brutales, propios del interés diplomático.

Muchos de estos hechos fueron desclasificados años atrás por la administración norteamericana, y lo propio hizo Donald Trump hace pocos días. Aprovechando la visita de Mauricio Macri a la Casa Blanca, le entregó una amplia partida de documentos relacionados con los abusos en materia de derechos humanos en la Argentina durante la dictadura militar.  

Aún falta conocer si el contenido de las 3.300 páginas permitirá seguir aportando documentación relevante. Según el periodista Daniel Gutman, esto dependerá si contiene material de Inteligencia de alguna de las agencias norteamericanas, algo que en principio podría suceder.

Gutman escribió el libro Somos derechos y humanos (Sudamericana, 2015), profundamente documentado con los cables que desde el Palacio Bosch, sede de la embajada en Buenos Aires, reportaban al Departamento de Estado en Washington para revelar la reacción del gobierno militar frente a la comunidad internacional que denunciaba los desaparecidos. “Los cables diplomáticos son un relato en tiempo real que no hizo el periodismo en su momento, ya sea por miedo o por adhesión de algunos medios”, señaló el periodista en contacto con Rosarioplus.com.

Apoyo republicano

Con Gerald Ford en la presidencia y Henry Kissinger en la Secretaría de Estado, los republicanos apoyaban la lucha contra las organizaciones armadas pero insistían en que se haga con celeridad debido a la presión internacional por las constantes violaciones a los derechos humanos.

“Estados Unidos estaba de acuerdo con la lucha contra la guerrilla, pero le generaba problemas internos. A los tres meses de haberse iniciado la dictadura, los medios estadounidenses publicaban noticias sobre los crímenes, y le exigían junto a parte de la sociedad civil, que dejen de apoyar las dictaduras. Es que había una repugnancia moral del estadounidense con esos crímenes, con un pasado reciente de violencia en cuanto a la participación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam y en medio de la Guerra Fría”, explica Gutman.

Lo cierto es que Videla tenía su mayor problema en la opinión pública internacional. Cada vez que recibía a periodistas extranjeros o salía del país, tenía que responder sobre las violaciones a los derechos humanos. Y lo que no quería era ser asimilado a la figura del chileno Augusto Pinochet y su feroz dictadura. “Ahí es cuando inventan este método tan siniestro de los desaparecidos, de secuestrar de noche, matar y, ante el reclamo, desentenderse. De alguna manera no querían quedar pegados a Pinochet, quien fusilaba abiertamente y era criticado mundialmente”.

Carter vs. Videla

Cuando asume Jimmy Carter en enero del ’77, los cuestionamientos hacia los militares empiezan a multiplicarse, y éstos no podían entender que las objeciones vinieran de parte del país que hasta hace nada los animaba. Carter hizo una autocrítica del rol norteamericano en América Latina respecto del apoyo a las dictaduras, para luego convertirse en un adversario para Videla y compañía.

Sin embargo, en septiembre de 1977 mantuvo una reunión con el presidente de la Junta, la cual comenzó en el Salón Oval y luego se trasladó a los prolijos jardines de la Casa Blanca en una caminata con aparente simpatía. Gutman cuenta que Videla le prometió “una Navidad mucho más feliz”, algo que Carter interpretó como una promesa de frenar los crímenes y de liberar prisioneros antes de fin de ese año.

Nada de esto sucedió, como ya se sabe.

Más documentos

Gutman cree interesante que el gobierno argentino pueda solicitarles también a otros gobiernos información clasificada hasta el momento. Por ejemplo, citó a Rusia, dado que la Unión Soviética era una potencia mundial y no es descabellado pensar que mantiene información; y a Francia, que en su sociedad encontró una caja de resonancia a los pedidos por los prisioneros y desaparecidos, aunque por parte del gobierno esto sucedió con decisión recién al asumir en 1981 el socialista François Mitterrand.