Como lo hace cada 5 años, Partido Comunista Chino (PCCh) se reunió durante una semana para celebrar su XX congreso. Nada estuvo librado al azar en un encuentro cuya organización se caracteriza por la obsesión con el control. Pero el partido político más poderoso del mundo ve esa obsesión profundizada bajo el liderazgo de Xi Jinping. Su reelección para un tercer mandato marca un punto de inflexión en la concentración de poder en el Gigante Asiático.

Liderazgo monolítico

Al asumir su tercer mandato Xi eliminó de facto el sistema de transiciones de liderazgo ordenadas. En 2002, Hu Jintao sucedió a Jiang Zemin como secretario general del partido. En 2012, Hu dio paso a Xi Jinping. Pero este último preparó su actual entronización ya en el XIX congreso del partido en 2017, cuando evitó designar a un sucesor para el Comité Permanente del Politburó.

Bajo la impronta del PCCh y especialmente con el liderazgo de Xi, China aspira a disputar a los Estados Unidos el lugar de primera potencia económica global. Durante sus 10 años de gobierno, Xi se apoyó en la estructura de poder de un partido al que remodeló a gusto. Desde allí proyecta su liderazgo global, principalmente en el escenario asiático, con la búsqueda de la reincorporación de Taiwán y la integración territorial del Mar de China Meridional, la imposición de criterios en Hong Kong y el desafío a las posiciones estadounidenses en la región Asia-Pacífico. Los avances tecnológicos y la modernización de las Fuerzas Armadas -China ahora tiene la flota de guerra más grande del mundo- avanzan en ese sentido.

Pero para que China alcance esos objetivos en el actual contexto de inestabilidad global, la conducción partidaria consideró indispensable la centralización de todos los poderes en Xi.

El partido tiene alrededor de 95 millones de miembros y está organizado en una estructura piramidal. En la cúpula está el Buró Político o Politburó, que está compuesto por 25 personas,
incluyendo personal militar, líderes provinciales y funcionarios centrales del partido. De este grupo surge el Comité Permanente del Politburó, compuesto por 7 miembros, que toma las decisiones cruciales. El jefe del Comité Permanente es el Secretario General del partido: Xi Jinping. En cada congreso, algunos miembros del Politburó y del Comité Permanente del Politburó se retiran o son destituidos. Algunos se van porque han superado los límites de edad informales del partido, otros por razones más opacas, sobre todo porque no gozan de la absoluta confianza del Secretario General. Pero está claro que la organización burocrática del congreso se impone desde arriba, y la última palabra la tiene Xi. Él manda hacia dentro del partido (Secretario General), lidera el país (Presidente de la República Popular) y conduce a las Fuerzas Armadas (Presidente de la Comisión Militar Central).

Esta fenomenal concentración de poder aumentó y de proyectó al quitarse la limitación temporal al ejercicio del gobierno. A finales del año pasado, el PCCh aprobó su primera “resolución histórica” en 40 años, lo que efectivamente allanó el camino para que Xi continúe al frente del país hasta 2028, o incluso de por vida. Mao Zedong y Deng Xiaoping -los dos líderes más reverenciados en la historia de China comunista- usaron resoluciones similares para asegurar su control del poder en 1945 y 1981, respectivamente. En 1945, Mao justificó una purga de sus enemigos, responsabilizándolos de los errores del pasado para posicionarse como líder incuestionable. En 1981, la resolución de Deng sostuvo que la Revolución Cultural de Mao (1966-1976) había sido un “grave error” porque había allanado el camino para una situación caótica en el país. El cuestionamiento a Mao le dio a Deng la legitimidad necesaria para implementar reformas procapitalistas. Posteriormente, Jiang Zemin y Hu Jintao presidieron transiciones de poder pacíficas y ordenadas, con sus sucesores identificados con cinco años de anticipación. Ningún sucesor de Xi aparece remotamente a la vista.

Parte de la centralización del poder es la sacralización de su “filosofía política”, conocida oficialmente como “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas para una nueva era”. Aunque amplio y vago, se insertó en la constitución, lo que colocó a Xi en una posición más alta que la de sus predecesores inmediatos.

En los años previos a lograr esta fabulosa concentración de poder, de manera silenciosa y utilizando como herramienta una suerte de “cruzada anticorrupción”, Xi purgó y reorganizó el partido.

Dificultades a enfrentar

La disputa por el vértice del poder global con los Estados Unidos se aceleró especialmente durante la gestión de Donald Trump -que se decidió a ponerle freno a los avances comerciales chinos- y más aún con los efectos globales de la pandemia de Covid-19. Actualmente, la relación bilateral entre las dos potencias es la peor en décadas.

En ese marco, la invasión rusa a Ucrania actúa como una complicación para los planes chinos. La intención es superar a los Estados Unidos como principal actor económico global entre 2028 y 2033. La dirigencia estadounidense intenta postergar por todos los medios ese desplazamiento y la guerra en Ucrania le ha permitido a la administración de Joe Biden hegemonizar a Europa a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sustrayéndola de los planes chinos de construcción de un gran bloque comercial euroasíatico bajo el formato de la Gran Ruta de la Seda. Este fortalecimiento de la posición estadounidense en Europa impulsa y acelera una asociación más estrecha entre China y Rusia. Al parecer, la conducción estadounidense preferiría reinventar un nuevo “bipolarismo” antes que ceder su hegemonía ante China. Dicho de otro modo: sería preferible conducir la mitad del mundo antes que perder ante otro país la conducción del globo. China debe cuidarse de empeorar las relaciones con Occidente, bastante deterioradas y sujetas aún a la dependencia tecnológica. Es por eso que Xi intenta mantener el equilibrio entre apoyar a Putin y apostar públicamente por su suerte.

Para enfrentar estos desafíos, Xi entiende que su liderazgo debe solidificarse dado que no tiene un frente interno libre de conflictos. La desaceleración de la economía, la crisis demográfica, las crisis alimentaria y energética, la alta inflación y el desempleo, proyectan inestabilidades persistentes. El creciente desempleo entre la juventud trabajadora, el descontento de sectores de la población con la política “Covid cero” y la desigualdad podrían detonar conflictos sociales.

¿Qué busca Xi Jinping?

El líder chino aspira a ser el gran arquitecto de un nuevo orden mundial en el que China sea la primera economía global. Una nación rica y próspera, respetada por la comunidad internacional y bajo el liderazgo del Partido Comunista. Ese nuevo orden mundial no apuntaría -según sus palabras- a que China dicte su criterio al mundo. “No debemos permitir que las reglas de un país o unos pocos países sean impuestas a otros ni permitir el unilateralismo con el que ciertos países quieren imponer su ritmo al resto del mundo”, ha dicho.

Otra visión sostiene que Xi siempre ha tenido tres creencias. La primera es la de la grandeza China y su rol civilizatorio sobre el resto del mundo para resolver el desequilibrio y las injusticias
planetarias. La segunda, la idea de un Partido Comunista firme y disciplinado comandado por un único líder para conducir al país. La tercera, la firme convicción de que el Estado debe penetrar en la vida de la ciudadanía. Las dos últimas creencias son precondiciones para la consecución de la primera.

Sin embargo, la concentración del poder podría actuar como un arma de doble filo para el líder chino. Si sólo se rodea de leales en lugar de expertos, pocos querrán darle malas noticias y podría comenzar a tomar decisiones equivocadas. Negarse a nombrar un sucesor es otra apuesta arriesgada.

Considerarse infalible e irreemplazable constituiría un peligro mayúsculo no solamente para China, sino para el mundo.