Si uno se lo permite, el día después de una jornada intensa, extensa y emocionante como la que vivimos ayer en la ciudad de Rosario, suele traer consigo un espacio de reflexión íntimo y necesario que no caiga en una mirada autor referencial, pero, a la vez, permita que entre todas y todos nos podamos interrogar.

Si de algo estoy segura es que en algún momento del día, la enorme cantidad de argentinos y argentinas, ese cúmulo de subjetividades anhelantes que hoy las crónicas describen colmando las inmediaciones del Monumento Nacional a la Bandera como hacía mucho tiempo no ocurría, se pensaron a sí mismos como todos lo hicimos: ¿Quiénes somos? ¿De qué está construida esta alquimia que nos hace sentir parte de un todo y a la vez disfrutar de sensaciones únicas e irrepetibles que nos conmueven a cada uno y traen consigo un eco lejano y constituyente, pero a la vez cercano, al alcance de los otros, de los abrazos, de la proximidad y las empatías?

Reflexiono aún conmovida sobre esto. No es la primera vez en mi vida que lo hago luego de transitar interpelaciones felices, que coexisten jubilosas con los dolores pero son lo suficientemente intensas como para preguntarme de qué está constituida esa sensación que se esparce en el aire, que respiramos colectivamente, que nos devuelve la fe, la alegría y la esperanza.

Creo que no hay una única respuesta.

Las emociones que nos atraviesan son felizmente diversas, pero al mismo tiempo, si podemos reconocernos en las conexiones que logramos alcanzar con quienes nos consideramos parte de un deseo común, de un diálogo sincero, respetuoso y tolerante, lo que logramos dispersar es la tristeza, los miedos y la pena.

Y sin dudas, es allí cuando el eco se convierte en lazo presente y actual, un puro presente que empuja hacia adelante con la conciencia de ser parte de ese particular modo que tienen las movilizaciones colectivas de exhibirse a sí mismas: como bisagras, como puntos de partida, como lugar desde donde partir una y otra vez, obstinados y a la vez creativos hacia ese futuro que no existiría si no estuviese anclado en nuestra historia.

En tiempos de comunicación digital, de informaciones veloces, en tiempos donde reina el marketing político, de noticias falsas, de jaqueos al orden institucional y de un Estado de Derecho no siempre respetado, en tiempos de crisis y de exclusiones que nos resultan insoportables: ¿Por qué ayer sentimos que algo nos atravesaba por dentro a todas y todos por igual? ¿Qué nos conecta? Arriesgo: nuestra historia. No hay nada más fuerte que encontrar sentimientos compartidos en nuestra historia, la remota y la más reciente. La que leímos y la que vivimos.

Porque es ella nuestro lugar de construcción. Ella y nuestras conquistas, ella y nuestros fracasos. Ella la que nos moldea y junto a nuestras particularidades nos arroja a un escenario colectivo del que estamos orgullosos. La historia colectiva de una Argentina que asume las diferencias y sueña con ser feliz está inscripta en nuestra piel y nos acompaña estemos donde estemos.

Sabemos que nuestra historia no es lineal, que registra avances y retrocesos, que por momentos se detiene en los recuerdos a los que necesitamos aferrarnos y a la vez asume el pulso del presente, que cíclicamente nos impulsa a repensar aquello que fuimos para fundirnos en nuevas matrices de futuro.   

Pero hasta en eso nos sonríe la historia.

Porque en sus discontinuidades abre nuevas interrogaciones, las necesarias para que entre todas y todos, haciéndonos cargo de lo que hemos sido y de nuestros errores y aciertos podamos confluir en un campo de diálogos y consensos, de sentimientos comunes, de instancias amplias y generosas que como una plataforma sólida y amorosa nos alumbre hacia un futuro que sintetice lo que estamos sintiendo: la necesidad de vivir en una patria más justa y equitativa, igualitaria y distributiva.  

Ayer a la noche, en medio de ese mar de banderas argentinas algo de esa historia vino a visitarnos y a la vez a interpelarnos. Ojalá pienses algo parecido en este momento: como peronistas sabemos que cuando la unidad del movimiento nacional se consolida no hay forma de frenarla: esa suerte de ola de nuestra historia que emerge en los momentos más difíciles y aciagos para darnos esperanza. Porque es la historia de hombres y mujeres, si, de hombres y mujeres de carne y hueso que asumen un compromiso simple pero imborrable: queremos vivir mejor, pero queremos que los demás también. Es la historia de ustedes, es la historia de nosotros y es la historia de quienes hemos asumido un compromiso público.

Estoy profundamente agradecida por el lugar que me ha tocado ocupar y como parte de esta construcción colectiva que se replica a lo largo y ancho del país, siento y asumo que el desafío es doble. Quiero que la historia nos sonría como lo hizo ayer en agosto y en octubre, pero también quiero y debo trabajar porque nuestra responsabilidad es construir un futuro mejor para la Argentina que suture y restañe heridas y desencuentros. Un futuro para todos. Luminoso, celeste y blanco.