El despliegue de tropas rusas cerca de la frontera con Ucrania coincidió con un grupo de buques de guerra estadounidenses que supuestamente se dirigían al Mar Negro. Desde finales de marzo, imágenes satelitales y videos filtrados en las redes sociales revelaron un amplio despliegue de artillería pesada y tropas rusas hacia la región fronteriza en el este de Ucrania, donde se inició en 2014 un conflicto que aún continúa. 

Se trata de la mayor movilización militar rusa en la frontera ucraniana desde 2015, y es precisamente la notoria concentración de fuerzas lo que causó alarma. 

Ante el temor de nuevos enfrentamientos militares, tanto el ejército ucraniano como el Comando Europeo de los Estados Unidos entraron en alerta máxima. 

Sin embargo, hay elementos que hacen pensar que la verdadera intención de Vladimir Putin no sería atacar Ucrania sino utilizar a este país -una vez más- como línea roja para marcar un límite a la injerencia occidental sobre lo que desde el Kremlin se considera la órbita de poder rusa. Un dato a considerar en este sentido es que cuando Putin decidió amputarle a Ucrania la península de Crimea para anexarla a Rusia, las potencias occidentales sólo pudieron limitarse a protestar ante un acto que había sido cuidadosamente planeado y ejecutado por la inteligencia y las fuerzas armadas rusas.

¿Qué hay detrás de los movimientos de tropas?

Algunos analistas expresan preocupación debido a que entienden que la posibilidad de una nueva escalada en el conflicto ruso-ucraniano no está descartada, pero otros consideran que Putin mueve sus tropas hacia la frontera de ese país como una prueba de fuerza hacia el nuevo gobierno de los Estados Unidos y hacia la Unión Europea (UE). 

El gobierno de Joe Biden aún no ha terminado de consolidarse dado que hay nominaciones que no han pasado aún por el Senado, lo que dificulta una posible negociación con los Estados Unidos en caso de que Putin ordene algún movimiento desestabilizador.

Otro elemento que se ha barajado es la posibilidad de que Rusia esté utilizando la movida militar en esa área para distraer la atención de otro objetivo potencial. Eso fue lo que pasó en 2014, cuando  retiró sus fuerzas hacia el sur del país y luego las envió a Crimea para ocupar la península. La explicación oficial de la reubicación masiva en aquel entonces fue la necesidad de brindar seguridad para los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.

Sin embargo, hay cierto consenso entre los analistas respecto de que Putin se arriesgaría a nuevas sanciones y a un aislamiento internacional mayor si se atreviera a un nuevo ataque. Es por eso que en general, se concluye que se trataría más bien de una prueba de fuerza para medir la respuesta de los Estados Unidos y de Europa.

Posiblemente Putin apunte a evitar las nuevas y duras sanciones de la administración de Biden en represalia por la intromisión en las elecciones presidenciales y los ataques de piratería informática rusas. Asimismo, desde el Kremlin se intentaría disuadir a Ucrania de sus objetivos de sumarse tanto a la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN) como a la Unión Europea (UE).

Desde el Ministerio de Defensa ruso argumentan que los movimientos de tropas son solamente una respuesta a los ejercicios militares de la OTAN en Europa.

El juego de la gallina

Se conoce con ese nombre a una competición en la cual dos participantes conducen su vehículo en dirección frontal y el primero que se desvía de la trayectoria ante la inminencia del choque, pierde, y es humillado por comportarse como un gallina. El juego se funda en la idea de crear presión psicológica ante un conflicto hasta que uno de los participantes se echa atrás.

La versión moderna del juego ha sido objeto de investigación en la teoría de juegos. El principio subyacente es un importante método de negociación. Se trata de una estrategia en la que cada una de las partes retrasa hacer concesiones hasta que el final del período de negociación es inminente. La presión psicológica puede obligar a un negociador a ceder para evitar un resultado negativo.  Pero puede convertirse en algo muy peligroso si ninguna de las partes cede, porque se produciría una colisión.

En este caso podría aplicarse perfectamente, porque en la escalada de tensión entre Rusia y Occidente, el que desvió el vehículo para evitar el choque -convirtiéndose por ende en Gallina- fue Joe Biden. El mandatario estadounidense llamó por teléfono a Putin y le propuso reunirse con él en los próximos meses. El hecho cobra mayor significación dado que hace pocas semanas Biden había afirmado en una entrevista que Putin era "un asesino".

El paso del presidente Biden es ahora un tema de debate: ¿llamó para prevenir un desastre o hizo una concesión errónea? Lo cierto es que la llamada contribuyó a disminuir la tensión pero al mismo tiempo la imagen de Putin salió fortalecida ante la opinión pública rusa y global.

Hace tiempo que Putin renunció a seducir a Occidente para optar por inspirar temor. Fueron muchas las promesas incumplidas por estadounidenses y europeos dese la caída de la Unión Soviética respecto del avasallamiento fronterizo y de las esferas de influencia rusa en Europa oriental. 

Antes el propio Putin intentaba dar muestras de una pátina democrática en el régimen ruso al alternar en el poder con su aliado Dimitri Mevdeved y atenerse a ciertos principios constitucionales. Hasta que comprendió que desde Occidente nunca dejarían de reclamar pruebas de democratización y republicanismo -que nunca se le exigen con la misma intensidad a autocracias aliadas como la de Arabia Saudita- al tiempo que el avasallamiento militar a través de la OTAN y económico a través de la UE nunca cesaría. Dejó de importarle la apariencia democrática, no teme perseguir opositores y modificó la Constitución para atornillarse al poder hasta 2036. 

Putin sabe que los límites propios debe fijarlos uno, no los va a fijar el adversario por propia generosidad. Hace siete años fijó esos limites en Ucrania mediante operaciones secretas de inteligencia, el envío de tropas y una muestra de fuerza que implicó el desmembramiento de Ucrania. Esta vez desplegó muy visiblemente sus tropas, quizás con la única intención de negociar. El mundo ya sabe de lo que es capaz. 

Ucrania

Alrededor de medio millón de personas en las provincias limítrofes entre ambos países de Donetsk y Lugansk -autoproclamadas "Repúblicas Populares"- en el este de Ucrania, son mayoritariamente rusoparlantes y han recibido pasaportes rusos desde que estallaron los enfrentamientos en 2014.

Actualmente, el ejército ucraniano está significativamente mejor equipado y entrenado que el de los separatistas gracias al apoyo recibido de los Estados Unidos y Europa en los últimos años. Es por eso que si las fuerzas ucranianas avanzaran sobre Donetsk y Lugansk, Rusia intervendría. 

La guerra de Rusia con Georgia en 2008 es una muestra de la rapidez con la que una confrontación puede escalar y siempre es bueno recordar que nadie creía que Vladimir Putin se atrevería a anexar Crimea. 

Sin embargo, en Rusia no parece haber demasiado aval a una nueva guerra mientras la población lidia con la pandemia y con una economía golpeada por las sanciones internacionales y el impacto ocasionado por los bajos precios del petróleo.

Es posible que las intenciones de Putin resulten más claras la semana próxima, cuando pronuncie su discurso anual sobre el estado de la Nación. Por el momento, la llamada de Joe Biden le abrió las puertas de una negociación y la oportunidad de desescalar el conflicto. 

La otra opción es repetir el juego de la gallina pero esta vez llegar más cerca del clímax, como sucedió en la crisis de los misiles en Cuba en los años ‘60. Sería peligroso.