Los representantes de las dos mayores potencias que intervienen en el conflicto sirio, Rusia y los Estados Unidos, alcanzaron un acuerdo para iniciar un alto el fuego la semana entrante. En principio, parece una decisión salomónica entre las pretensiones de uno y otro gobierno, porque el estadounidense pretendía un cese inmediato de las hostilidades para evitar la crisis humanitaria que impacta en sus aliados europeos a través de los refugiados, y el ruso, deseaba que el cese se impusiera en dos semanas, para darle tiempo al gobierno de su aliado, Bashar al-Asad, de asegurarse nuevos objetivos militares para fortalecer su posición.

¿Qué acordaron?

El acuerdo tiene por objetivo evitar un enfrentamiento directo entre los dos sectores en pugna: Rusia, que apoya al gobierno de su aliado estratégico al-Asad, y Occidente, que apoya al rebelde Ejército Libre de Siria.

Hay que destacar que el texto no altera las campañas militares de ambos sectores contra el Estado Islámico (ISIS) y el Frente al Nusra.

Asimismo, compromete a los firmantes a facilitar ayuda humanitaria sobre siete zonas sitiadas debido a los combates. La distribución de ayuda se haría a través de aviones donde no hubiera otra alternativa.

Pero lo cierto es que el acuerdo es por ahora sólo papel con tinta y habrá que esperar a que las partes hagan honor a la palabra empeñada. 

Occidente duda, Rusia no

Lo que caracteriza el actual estado de cosas en la crisis siria es que Occidente, que comenzó apoyando a grupos opuestos al régimen de al-Asad sin saber muy bien lo que se estaba haciendo, y que es en última instancia lo que incubó a ISIS y a Al Nusra, ahora no sabe qué hacer. La fenomenal crisis repercute en Europa, donde llegan por miles los sirios que huyen e intentan refugiarse. Ante este estado de cosas, europeos y estadounidenses fueron ganados por el desconcierto, la duda y las contradicciones.

En primer lugar, Occidente respaldó a las llamadas milicias moderadas, que en los hechos no parecen serlo tanto. Muchas de ellas están siendo forzadas a aliarse con grupos cercanos a Al Qaeda. Aunque parezca mentira, los Estados Unidos y Al Qaeda están ahora en el mismo bando. En segundo lugar, los Estados Unidos y sus aliados europeos intervinieron directamente en la crisis para combatir a ISIS, pero ese no es el objetivo de sus aliados regionales, como Arabia Saudita y Turquía. Los gobiernos de esos países sólo desean asegurar sus intereses en Siria, de cuyo presidente son enemigos. Para árabes y turcos, ISIS es un enemigo secundario. En tercer lugar está la cuestión kurda. Los más efectivos aliados de Occidente combatiendo en el territorio son los kurdos. Pero los turcos los ven como una amenaza y la eventual creación de un Estado kurdo es interpretado como el peor de todos los males porque supondría su propia disgregación territorial.

Por el contrario, el gobierno de Vladimir Putin, siempre tuvo muy claras sus prioridades y sus objetivos. En primer lugar, asegurar la subsistencia del gobierno del régimen de el Asad que es su aliado y garante respecto de los puertos que Rusia ocupa en Siria sobre el Mar Mediterráneo, como así, del control territorial sobre un país estratégicamente clave en lo que respecta al flujo de recursos energéticos tradicionales -petróleo y gas- desde oriente hacia occidente. En segundo lugar, demostrar que Rusia es un país fundamental en el actual concierto global, cuyos intereses no pueden ser avasallados por los de otros actores, aún se trate de los Estados Unidos, la UE o la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Lo cierto es que mientras los países occidentales discuten si hay o no una solución para Siria, la Rusia de Putin actuó. Tomó partido por al-Asad quien a su vez tenía aliados efectivos como los combatientes de Hezbolá y otras milicias reclutadas por Irán y guiadas por comandantes iraníes. Suministró recursos suficientes como para marcar una diferencia en el combate territorial. Bombardeó sin dudar a los enemigos de sus amigos, tanto a ISIS como al Ejército Libre de Siria.

El malestar entre Occidente y Rusia

Las relaciones entre Rusia y Occidente -siempre conflictivas- se deterioraron aun más a partir de la crisis ucraniana y -particularmente- tras la anexión de la península de Crimea a Rusia. Desde entonces, los Estados Unidos, la UE y otros países occidentales aplicaron paquetes de sanciones contra ciudadanos, empresas y sectores de la economía rusa. El gobierno de Putin respondió con un boicot agroalimentario contra Occidente. En junio de 2015, como respuesta a una prórroga de las sanciones contra Rusia, el gobierno de Putin prolongó el embargo alimentario por otro año más, hasta agosto de 2016.

Además de estas diferencias, otros temas distancian a Rusia y Occidente, tales como el emplazamiento de sistemas misilísticos en Europa, el avance de la OTAN en espacios territoriales que estaban bajo la influencia de la ex Unión Soviética, el caso del espía Alexandr Litvinenko asesinado en Londres y otros.

La posibilidad de la guerra permanente

El primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, alertó sobre la posibilidad de una guerra permanente o incluso una guerra mundial si las potencias no eran capaces de alcanzar una salida negociada. Fue claro y contundente al expresar que “los americanos y nuestros socios árabes deberían pensar bien: ¿desean una guerra permanente? Sería imposible de ganar, especialmente en el mundo árabe, en el que todos luchan contra todos”.

La realidad muestra que el acuerdo es precario y que la posibilidad de la guerra permanente es cierta. Las consecuencias de lo ocurrido hasta ahora son lapidarias. Para la Cruz Roja, unas 50 mil personas tuvieron que abandonar sus hogares especialmente al norte de la provincia de Alepo, debido a la última ofensiva del régimen de al-Asad apoyada por los bombardeos rusos. Algunas rutas para el envío de ayuda humanitaria han sido cortadas. Además, una nueva estimación de los muertos tras cinco años de guerra ofrece datos escalofriantes. Mientras la ONU calculaba hasta hace un año y medio -cuando dejó de contarlos- 250 mil muertos, el Centro Sirio de Investigación Política sostiene que los muertos causados directa o indirectamente por la guerra son 470 mil.

A pesar del acuerdo, la lucha entre los distintos sectores continuará. La cuestión kurda se mantendrá sometida a un segundo plano aunque es en los hechos sustancial. El flujo de refugiados hacia Europa continuará.

El único ganador -hasta el momento- es Vladimir Putin, el único con objetivos claros y que articula los medios consecuentemente para alcanzarlos