Un repaso por las tres noticias de la semana analizadas con una lupa. Esta semana la crisis cambiaria e institucional a punto de detonar, la victoria arrasadora de un peronismo compacto, y un Macri a la deriva.

Paliza y (re) construcción; roto y mal parado; dólar desatado

Alberto Fernández destrozó las aspiraciones de un gobierno que se envalentonaba con continuar el mismo rumbo económico en caso de ganar las elecciones. El voto castigo sumado al voto esperanza le dieron el crédito necesario para adelantar la definición de las elecciones generales.

Si Cristina Fernández no pudo leer en 2015 el descontento de una clase media y media baja que se sentía estancada tras años de avances sociales entre otras causas, el macrismo midió mal el sufrimiento por la pobreza, el desempleo, la caída del poder adquisitivo y un consumo pinchado. El conjunto de convencidos regidos por el antiperonismo y por aquellos a los que les pasó por al lado la crisis, no alcanzó para el oficialismo. Y allí es donde estuvo la capacidad del peronismo de acobijar a quienes plebiscitaron un ajuste que apretó demasiado.

Semejante ola de adhesión hacia Alberto generó imprevistamente una nueva forma de construcción de poder en el Frente de Todos y en el vínculo entre sus dirigentes. La unidad fue la clave del espacio. Primero, Cristina relegando su protagonismo. Luego, Alberto sumando a los gobernadores para construir la intensidad de la fórmula opositora. Y ese perfil anclado en los provincialismos parece ser que será el de su gobierno si gana en octubre.

Una victoria con tamaña diferencia lo empoderó más de lo que él se imaginaba. También más de lo que imaginaba Cristina, la hacedora. No es lo mismo ganar por cuatro puntos y tener que pelear en octubre a lograr la legitimidad de un presidente electo en las Paso. Ni hablar si en la primera vuelta se termina acercando al 54% histórico que logró justamente Cristina.

Y así se abre una nueva relación de poder que bregará por no desvirtuarse, por más que 'nunca más se peleen' como dijo Alberto en el cierre de campaña en el Monumento a la Bandera. 

Crisis y juego de reacciones

El lunes los agentes del mercado de capitales estremecieron el escenario generando una frenética suba del dólar y, por ende, derrumbe del peso. El pulso de la economía fue más que nunca el ánimo de la divisa. Esta reacción no fue sólo consecuencia, como atribuyó el gobierno, a la casi asegurada presidencia del candidato de Cristina Fernández.

Leyeron, sobre todo, que el plan económico y político no tenía más legitimidad con un languidecido Macri. Este viernes el ex titular del Banco Central, Martín Redrado, habló de una orden presidencial de dejar correr el dólar para contrarrestar la derrota y asignarle responsabilidad al 'cuco del kirchnerismo'. 

En medio de la neurosis del oficialismo tras la abultada diferencia, se pasó de un Macri roto y mal parado a uno afiebrado y mal dormido. Del reconocimiento aparentemente sincero de la derrota el domingo al discurso desafiante del lunes.

Macri terminó tomando el camino más desacertado: evitó la empatía que conlleva admitir culpas y tensó la cuerda señalando al kirchnerismo de la devaluación, representando un tiro por elevación al electorado que votó a Fernández. Una reacción sorda, acusatoria y hasta corrida de las bondades de la democracia. Tu loca voluntad humeando/Quemás tu vida en este día, cantaba Solari en Los redondos.  

Por otro lado, Fernández descansó en el 47% sin querer meterse de lleno en la crisis desatada por una simple razón: no poner energías ni capital de gobernabilidad antes de su hora prevista. Sin poder de lapicera ni decisiones, se mantuvo en stand by hasta que llegó el desquicio institucional y económico.

No sólo el tipo de cambio o el riesgo país marcaron la temperatura, la sociedad sintió que habían llegado demasiado lejos las sacudidas y tácitamente pidió soluciones antes del precipicio. Las crisis le dieron a los argentinos la percepción justa para saber dónde frenar, por más que no se sepa cómo o no se pueda.   

El gobierno terminó entendiendo la gravedad luego de dos jornadas apabullantes con críticas a sus modos. Quizás refrescó los motivos por los cuales la dirigencia oficialista se introdujo en la política a principio de los ’00: justamente se nutrió del malestar y consecuencias pos2001.

Así, a mitad de semana Macri ofreció un discurso mesurado. Pidió perdón por su desbocada conferencia del lunes y reconoció por primera vez en su gestión que el aguante solicitado a los argentinos no tuvo parangón. La alegoría macrista sobre el cruce del río hacia una orilla promisoria se hundió hacia el fondo junto al programa del FMI. El pragmatismo al que apeló fue el que su impronta liberal no hubiese permitido en momentos de bonanza: populismo de inyección de dinero y eliminación del IVA.  

Cuando Alberto Fernández clavó las dos tildes celestes al WhatsApp que le envió Macri, el mercado se acomodó y con la llamada entre ambos y posterior conferencia de prensa del ganador de las Paso, llegó una armonía inicial.

Mínimamente se busca asegurar la gobernabilidad pero mientras tanto la dinámica electoral irá tomando forma. La que parece dársela de manera desencajada es Elisa Carrió. La prudencia que asomaba por parte del gobierno se vio abofeteada por un nuevo discurso beligerante de la diputada. “Nos van a sacar muertos de Olivos”.

Representa el ala dura de un oficialismo encabezado por el jede fe Gabinete, Marcos Peña, centrifugado por las críticas de la estrategia electoral y poselectoral del lunes furioso. Carrió asumió ese soporte ofensivo que piensa más en las elecciones que en la estabilidad del país, ocupando quizás el rol “gurú” de Durán Barba que ya se encuentra fuera del país.

“Marcos Peña es un mártir, todos tenemos que sostener a Marcos, porque le pegan a él para pegarle a Mauricio”, dijo como forma de abrochar la confianza de Peña. Esto indefectiblemente puede despertar diferencias hacia dentro del gobierno con quienes profesan el objetivo inverso: terminar lo mejor que se pueda la gestión. Los analistas ponen en esta lista a Horacio Rodríguez Larreta, único ganador del domingo y con aspiraciones personales.

La cara parca de Macri en primera fila lo decía todo. El poco capital político que le queda, no sólo para las elecciones sino para llegar a diciembre, puede detonar si no ajustan las voluntades. Algo difícil de maniobrar para un gobierno que tiene el cabello incendiado. Por ahora no alcanzan ni los dólares, ni las recetas, ni los deseos, para salvar a este pez en el lodo que es la Argentina.