Nadie esperaba que el final fuera así. Que la “década ganada” quedara sometida a la crítica fatal de las imborrables imágenes de José López revoleando bolsos con dólares por encima de los muros de un convento.

Una cosa era aceptar el final de un ciclo político permanentemente atacado por el establishment y otra muy distinta es poder explicar esto que pasó. Precisamente, en todo este tiempo el esfuerzo mayor de dirigentes, militantes y comunicadores pasaba por tratar de imponer un discurso que despejara el contaminado escenario político para debatir la sustancia: el proyecto del gobierno que pasó contrapuesto al modelo actual.

Analizado racionalmente, nunca un modelo de sustitución de importaciones, acento en el mercado interno, desendeudamiento para recuperar soberanía económica y política, fomento a la industria con medidas favorables a la creación genuina de empleo, podría haber perdido en sectores bajos y medios de la sociedad argentina contra la idea del ajuste y la pérdida del empleo.

Pero fue así, porque las decisiones políticas de una sociedad nunca son totalmente racionales. El voto –como la mayoría de las decisiones en la vida- se hace con el corazón y después se justifica con la cabeza. Y la sociedad sintió que quería un cambio político sin ver que lo que se venía no era un cambio sólo de formas, sino que sería totalmente otro el fondo y que afectaría el bolsillo y el futuro de todos los argentinos.

Estas posiciones venían dando pelea, entre los convencidos de que el camino era el que se había trazado en los últimos diez años y entre aquellos que habían optado por Mauricio Macri, pero que empezaban a dudar por los tarifazos, la escalada inflacionaria y la pérdida de empleos en todos los sectores.

Pero ahora, ante cualquier crítica que pretendan formular sectores vinculados al gobierno anterior, aparecerá el tsunami López para neutralizar esos posicionamientos. Sin embargo, algo hay que tener en claro: la corrupción obscena de un funcionario de la gestión anterior nunca hará mejor al gobierno actual que tendrá que recurrir a sus propias decisiones para impedir un deterioro político acelerado. Cuando llegue la segunda factura de los servicios básicos con sus aumentos exorbitantes, nadie pensará en José López y sus bolsos.

Una cosa es ver que hay un empresario quizás favorecido por el sobreprecio de la obra pública y sospechar que desde allí se financió parte de la política de un sector, y otra muy distinta es ver a alguien arrastrando bolsos con casi 9 millones de dólares. Es como una mujer que sospecha que su marido es un pícaro y otra que encuentra al suyo desnudo metido en la cama con una señorita. La comprobación de semejante hecho implica la ruptura total, el final abrupto.

Ante ese escenario se encuentra el kirchnerismo. Si ya venía creciendo el sector del PJ que pretendía alejarse de los dirigentes más vinculados al gobierno anterior, ahora el proceso se aceleró con fuerza.

El caso López fue un golpe de nock out para el kirchnerismo. Roza con fuerza al Justicialismo en su conjunto, pero más temprano que tarde afectará a toda la política. Eso debe ser ahora sopesado por los dirigentes que tienen responsabilidad en algún cargo y que deben hacer su mejor papel para salvaguardar la institucionalidad en la Argentina.