La crítica semana que pasó el gobierno nacional tras los resultados electorales fue mucho más profunda que una autocrítica estridente y expuesta. Puso en jaque a una coalición inédita del peronismo con un jefe -jefa en este caso- y un poder delegado. Tal es así que uno de los tantos artículos que analizaron el estrépito de estos días, tituló con mala intención “Alberto, un Cámpora que no hacía caso”. Fue una obvia relación a 1973, cuando el slogan de la campaña fue “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Y es tal la gratitud a la más histórica de las lealtades políticas argentinas que la agrupación juvenil que nació con el kirchnerismo adoptó precisamente ese nombre: La Cámpora. Pero por más que la analogía entretenga, ni Cristina Kirchner es Perón ni Alberto Fernández es Héctor Cámpora aunque sí representan ambos un ensayo peronista para llegar al poder que no se había dado nunca.

Cristina demostró cuando eligió a Alberto que no sólo no es la bruja malvada detrás de bastidores que muchos quieren describir; sino que es además del cuadro político más gravitante del país, una estratega pragmática capaz de dejar la responsabilidad de una candidatura presidencial en manos de un ex jefe de gabinete con el que nunca simpatizó y que se había vuelto muy crítico de sus gestiones.

Por otro lado, el que crea que Alberto Fernández es un estúpido, no ha revisado bien su calibre político. Es inteligente, hábil negociador y con formación y rodaje en las grandes ligas. Pero no es un líder y eso se nota mucho cuando aparecen los problemas. Y el resultado electoral de las PASO fue tan contundente que se convirtió en un grave problema. El enojo de la vicepresidenta hay que entenderlo en algo que nadie sabía hacia afuera y que ella venía avisando hacia adentro. Cristina avisó con tiempo y reiteración que la gestión se encaminaba a un fuerte señalamiento de la sociedad por la falta de resolución de muchos temas y por una mirada demasiado estrecha sobre lo que estaba pasando. La única manifestación pública de este pensamiento fue cuando en un discurso mencionó a “los funcionarios que no funcionan”.

Se creyó que la gestión de la pandemia con el beneficio de que no haya quedado nadie sin atender y la adquisición de vacunas en tiempo y cantidad contra todos los pronósticos agoreros de la oposición; sería suficiente. Y que con el rescate económico más importante de la historia (unos 320 mil millones de pesos) para empresas y ayudas a determinados sectores, también alcanzaba. Pero estaba pasando otra cosa que la gente no manifestaba porque no le encontraba un nombre y era la crisis acumulada que desde el 2018 venía limando el salario a gran velocidad ayudada por la disparada de precios que no se pudo frenar con ningún acuerdo o plan. Ahí hubo un límite y aunque sea entendible que casi todos los oficialismos sufrieron el impacto de la pandemia, el golpe llegó. Silencioso e inesperado como una bofetada detrás de la oreja, muy pocos o casi nadie lo vio venir.

Pero no es sólo responsabilidad de Alberto. La Junta Electoral del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires rechazó 70 listas que querían anotarse para participar de una interna del Frente de Todos. Ahí también quedaron puentes rotos con intendentes y referentes del conurbano que no habrán “trabajado” el voto del oficialismo con mucho entusiasmo. 

Y en Santa Fe, donde hay más gimnasia de PASO y donde a pesar de los chispazos iniciales la interna transcurrió con determinada calma; también se perdieron votos. Como a nivel nacional Juntos por el Cambio conservó lo que tenía y el Frente de Todos perdió muchos puntos. Son los que se esperan recuperar en noviembre teniendo en cuenta que no fueron a las urnas casi 12 millones de personas el pasado 12 de septiembre.