POR LORENZO BARRIOS*

Tras el impeachment a Dilma en 2016, el Partido de los Trabajadores (PT) fue despojado del gobierno y hoy, tras el interinato de Temer y el fin del período de Bolsonaro, parece estar a punto de volver al poder. El oficialismo se encuentra muy debilitado tras una pésima gestión de la pandemia, una situación económica muy débil y los conflictos dentro de las alianzas gubernamentales que llevaron a una fragmentación importante.

Jair Bolsonaro llegó al poder en el año 2018, tras vencer en segunda vuelta al petista Fernando Haddad, prefecto de Sao Paulo entre 2013 y 2017 y hoy favorito para la gobernación del Estado homónimo. En ese entonces, Lula se encontraba preso por un supuesto caso de corrupción vinculado a un departamento que habrìa obtenido como soborno, lo cual fue desmentido y la causa cerrada. El impulsor del proceso contra el ex presidente fue Sergio Moro, un juez que luego fue ministro de justicia y ahora pasó a la oposición.

El entonces nuevo gobierno impulsó una política económica liberal, la cual, en líneas generales, significó una reducción del sector público vía privatizaciones/concesiones, austeridad en el gasto público con techos de gastos, desregulación de varios sectores y recortes presupuestarios en vastas áreas. Tras el paso de la pandemia, el área económica es una de las más débiles, ya que actualmente se puede ver un nivel de inflación récord (incluyendo la canasta básica), incumplimiento de las metas fiscales ( se aprobaron excepciones para aumentar el gasto público) y un aumento sostenido de la pobreza.

La moneda de Brasil sufrió una importante devaluación desde la llegada de Bolsonaro, con sus respectivas consecuencias sobre la economía interna. En cuanto a la asistencia social, se mantuvo el programa Bolsa Familia pero luego reformulado bajo la denominación Auxilio Brasil, el cual consiste en una suma de dinero entregada a las familias. Debido a la situación actual, es cada vez más demandado y en muchas ciudades el número de beneficiarios supera  a los empleos formales registrados, lo cual muestra la fragilidad económica de estos días. Los llamados “moradores de rua”, personas que ni siquiera cuentan con viviendas precarias en las favelas, aumentaron significativamente, sobre todo en las grandes urbes como San Pablo y Río de Janeiro.

Es difícil hacer un balance breve de todo lo acontecido durante esta administración, pero hay tres aspectos que no pueden ser dejados fuera de análisis: la Amazonía, la pandemia y la violencia política.

El gran pulmón verde, hogar de numerosos pueblos originarios, además de la gran diversidad de fauna y flora, es un tesoro muy codiciado por la abundancia de recursos de todo tipo, destacándose los mineros, forestales y el uso del suelo para la expansión de la frontera agropecuaria. Si bien la deforestación data de largos años, en este período su ritmo se intensificó y se han deteriorado las políticas oficiales para los habitantes del área, con personas no idóneas a su cargo.

El resultado, cerca de finalizar el mandato, es el crecimiento de actividad económica ilegal, aumento de la violencia en un contexto de disputas por las tierras, mayor vulnerabilidad de los habitantes de la zona y escaso desarrollo económico. El conflicto por la selva tropical tuvo repercusión internacional en los momentos en los cuales los incendios consumían grandes porciones de tierras, generando repudio de mandatarios y organismos internacionales.

En relación a la pandemia del coronavirus, Bolsonaro fue uno de los principales negacionistas de la gravedad de la nueva enfermedad, caracterizándola con la tristemente célebre caracterización de “gripezinha” y promoviendo medicamentos no aprobados por la comunidad científica. Nunca se estableció una cuarentena general, y cuando los gobiernos estatales y/o locales decidían medidas de distanciamiento o aislamiento, eran desafiados por el poder central, el cual, además, no pudo sostener un ministro de salud estable y, mucho menos, una política sanitaria acorde al momento.

Las cifras de contagios y muertes fueron muy alarmantes, lo cual repercutió en la saturación de los servicios sanitarios y del sistema fúnebre. En los peores momentos, era un problema disponer de una parcela de tierra para enterrar a los fallecidos.

Por último, el nivel de violencia política creció a niveles preocupantes. El caso icónico es el de Marielle Franco, concejala de la ciudad de Río de Janeiro asesinada en el año 2018 por un arma de fuego. Su asesinato evidenció un clima tenso y difícil, el cual llega hasta hoy con el reciente asesinato de Marcelo Arruda, un dirigente del PT de la ciudad de Foz do Iguazú en manos de un policía simpatizante del presidente.

El largo camino de Lula

En abril de 2018, tras un proceso ahora considerado irregular, Lula fue preso tras ser acusado de recibir un departamento en Guarujá, una  lujosa zona de San Pablo, como soborno. El caso fue llevado adelante por el entonces juez Sergio Moro, quien luego fue ministro de justicia de Bolsonaro y, recientemente, rompió con el gobierno primero apostando por una candidatura presidencial pero luego reduciendo sus expectativas a un cargo legislativo.

El ex presidente pasó 580 días en prisión mientras la causa se iba debilitando y las evidencias no aparecían. Luego de ese período pudo recuperar su libertad y su figura política fue creciendo a medida que la gestión de Bolsonaro iba mostrando cada vez mayores debilidades.

Desde hace unos meses que la estrategia del PT consiste en abarcar a sectores antes considerados adversarios, de “centro”. En este sentido, la fórmula presidencial lleva como vicepresidente a Gerardo Alckim, ex gobernador del Estado de San Pablo y ahora segundo en el binomio que espera llegar al poder este año. Las diferentes encuestas divulgadas recientemente, destacándose las de Datafolha, les otorgan una amplia ventaja con grandes chances de ganar en primera vuelta.

Qué le espera al nuevo gobierno.

Quien gane los comicios de este año deberá enfrentar un Brasil muy complejo. En lo económico, la inflación está generando grandes problemas en el sector productivo y en la economía doméstica. Los productos básicos aumentaron descontroladamente y también los diferentes insumos productivos, también influenciados y condicionados por la actual situación energética internacional. En lo político, gobernar y recomponer ciertos consensos será una tarea ardua y, en lo social, los niveles de conflictividad influenciados por la economía, la violencia y las actividades ilícitas constituyen un combo difícil.

La región en general y el mundo atraviesan un período de inestabilidad e incertidumbre. Eso dificulta las gestiones de los gobiernos y canaliza el descontento social sobre los gobiernos de turno. Pero en el caso de Brasil la administración nacional fue incapaz de dar respuestas o generar respuestas coyunturales que, al menos, apacigüen los efectos de la crisis. Lo poco que se ha hecho (como el programa social Auxilio Brasil) no alcanzó y la sociedad, que hasta hace unos meses apoyaba en su mayoría al presidente, hoy muestra una postura muy distinta.

* Estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales (UNR). Miembro del Observatorio Internacional de la Fundación Igualar de la ciudad de Rosario.