En noviembre de 2019, ya desatado el golpe de Estado en Bolivia, el por entonces presidente Mauricio Macri declamaba su aparente preocupación por "los hechos que padecen nuestros hermanos bolivianos", y exhortó al diálogo como única manera de solucionar diferencias políticas. Mientras tanto, bajo cuerda, su gobierno entregaba 40 mil balas antitumulto para escopeta y granadas de gas a la facción golpista para reprimir la resistencia popular en las calles de La Paz.

Macri, con su habitual tono parsimonioso e impostado, llamaba a "elecciones libres y justas" para resolver "la crisis" boliviana, luego de que una entente de militares derrocara al presidente democrático Evo Morales y pusiera en su lugar a la hoy detenida Jeanine Añez.

Macri decía esto el mismo día en que el mandatario depuesto anunciaba su viaje a México para exiliarse ante el peligro de muerte que corría en su país.

"Creemos en el diálogo como único mecanismo de salida de cualquier crisis que pueda tener una nación. Entendemos que las elecciones son la mejor manera de transparentar la voluntad del pueblo boliviano, y que sus mecanismos previstos en su Constitución son los que van a permitir resolver esta cuestión", decía Macri en un congreso de abogados. Tal su manera de justificar el arrebato del gobierno constitucional, sin confesar que apoyaba en los hechos esa violencia contra el voto popular. Y por si no bastara, prometió entonces que "Argentina trabajará por una región en paz, con instituciones fuertes e independientes que renuncien a la violencia y consoliden la unidad de los pueblos".

Y no se puso colorado.