Pese a que hay 12 fórmulas presidenciales inscriptas para competir, todo se definirá en un mano a mano entre el expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, y el actual mandatario, Jair Bolsonaro. Si se suma la intención de voto ambos, supera el 75 por ciento del electorado. Esa es la traducción en cifras de la extrema polarización que atraviesa el país. 

La semana pasada, ambos candidatos participaron en una ceremonia en Brasilia, junto a los integrantes del Tribunal Superior Electoral (TSE), organismo fiscalizador que tendrá la última palabra, especialmente ante la eventualidad de que Bolsonaro cuestione el resultado. Los dos candidatos estuvieron frente a frente y la foto recorrió el mundo. Aún no se ha confirmado si volverán a verse las caras en un debate presidencial.

Los sondeos de opinión arrojan una ventaja de Lula sobre Bolsonaro que oscila entre los 14 y los 18 puntos porcentuales cuando resta menos de un mes y medio para la primera vuelta, prevista para el 2 de octubre.

En esa fecha el electorado votará también para renovar la totalidad de la Cámara de Diputados, un tercio del Senado, los gobernadores y vicegobernadores y todas las Cámaras legislativas estatales. 148 millones de personas de entre 16 y 70 años estarán habilitadas para emitir el sufragio.

Polos opuestos

Lula tiene una sólida base electoral entre los pobres y la juventud. Bolsonaro tiene la suya entre los hombres y los evangélicos. De algún modo la polarización les sirve a ambos. A Lula porque intenta ganar en primera vuelta. A Bolsonaro para convertirse en el referente indiscutido de la derecha para forzar a buena parte del sistema de partidos a negociar siempre con él. Es un buen discípulo de Donald Trump. 

Cada candidato quiso imprimirle su sello particular a la campaña desde el primer día. El primer acto de Lula fue en el ingreso de la fábrica de Volkswagen en São Bernardo do Campo, al sur de São Paulo, una señal para el movimiento obrero y sus luchas históricas que lo condujeron a la arena política hace cuarenta años. 

El discurso de Lula apela al legado de sus dos gobiernos (2002-2010). El expresidente insta a sus seguidores a movilizarse en los dos terrenos donde se libra la contienda electoral. “Ocupemos las calles y las redes”, pidió. Y apeló a la esperanza: “somos una idea, y nadie puede aprisionar una idea. Han matado muchas flores, pero no detendrán la primavera. Estamos vivos y fuertes. Con amor conquistaremos el odio”.

La campaña de Lula se articula en esos dos ejes, la nostalgia, la de recordar los años dorados en los que millones de personas que vivían en la miseria prosperaron hasta dejar atrás la pobreza, y la esperanza, la de un Brasil capaz de recuperar la felicidad.

El primer acto de Bolsonaro fue en Juiz da Fora, la ciudad de Minas Gerais donde fue apuñalado por un demente en la campaña de 2018. Allí el mandatario apeló al tono mesiánico que empleó hace cuatro años. El discurso del mandatario apela al miedo. “Brasil estaba al borde del colapso, con problemas éticos, morales y económicos, y marchaba a grandes pasos hacia el socialismo”, proclamó Bolsonaro rodeado de pastores evangélicos tras una marcha de motos. A su lado estaba su esposa, Michelle, encargada de buscar el voto más conservador y de suavizar al mismo tiempo la imagen de su marido entre las mujeres, sobre las que más rechazo suscita.

Estrategias de campaña

Si ninguno de los candidatos logra una mayoría absoluta de los votos válidos, habría una segunda vuelta el 30 de octubre. Con las cifras de las encuestas a favor, Lula está poniendo todo su empeño para intentar ganar en primera vuelta, algo que ninguno de sus antecesores ha logrado desde la última reforma constitucional en 1988. Para eso, eligió como compañero de fórmula a Geraldo Alckmin, exgobernador de São Paulo al que derrotó en la elección presidencial de 2006 y que en 2018 encarnó la estrepitosa derrota del centroderecha tradicional ante la derecha radical representada por Bolsonaro. De esa manera, intenta atraer a votantes moderados del centro del espectro ideológico y a independientes. Eso disgustó a los votantes de la izquierda radicalizada que, de todas manera no tiene demasiadas alternativas diferentes a Lula. Cabe recordar que ninguno de los diez candidatos restantes supera el 8 por ciento de intención de voto.

El protagonismo de WhatsApp, Twitter, Facebook, Telegram, YouTube, y el resto de las redes sociales es decisivo en la campaña debido a que son el principal medio por el cual millones de brasileños y brasileñas se informan. Es por ese motivo que, con la experiencia de la demostrada influencia de las fake news (noticias falsas) en la campaña electoral de 2018, el combate a la desinformación se ha intensificado por parte de las autoridades electorales. 

Sin embargo, la cantidad de información dudosa o directamente falsa es enorme y se disemina velozmente. Una de las noticias falsas que más está calando en las últimas semanas, agitada por un diputado bolsonarista, es que en caso de ganar las elecciones Lula desatará una caza de brujas contra las iglesias evangélicas. Es por eso que en su primer acto oficial de campaña, Lula respondió acusando a Bolsonaro de querer “manipular la buena fe de los hombres y las mujeres evangélicos que van a la iglesia”.

Bolsonaro por su parte utiliza sin pudor la ventaja de conducir los resortes del gobierno. Distribuye fondos públicos para disputar a Lula el voto de las personas en situación de pobreza y refuerza permanentemente el miedo y la desconfianza. Pero no solamente contra el candidato opositor, sinó contra el sistema en sí mismo. 

La campaña del actual presidente para sembrar dudas sobre el sistema electoral puso al TSE, integrado por jueces de la Corte Suprema, en el centro del debate político. Y ha encendido las alertas de tal manera que un manifiesto en defensa de la democracia ha logrado unir a banqueros, empresarios, representantes de la sociedad civil y activistas de distintas causas. El escrutinio al que esta vez están sometidas las urnas electrónicas es máximo y Bolsonaro impulsa que las Fuerzas Armadas estén implicadas en la supervisión e incluso en el recuento de votos.

Fue precisamente el acto de asunción del nuevo presidente del TSE lo que propició esa foto inédita hasta ahora de Lula y Bolsonaro juntos, encuentro en el que también estuvieron presentes la expresidenta Dilma Rousseff, y su sucesor, Michel Temer, de centroderecha, a quien la izquierda responsabiliza -aunque no fue el único- de haber propiciado la traumática expulsión del Partido de los Trabajadores del poder en 2016. 

Si el electorado confirma en octubre lo que apuntan las encuestas, Lula regresará al poder en la primera potencia Latinoamericana. Pero no será sin costo. La extrema polarización de la sociedad más tarde o más temprano se paga y muy caro.