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Surgió espontáneamente y está causando estragos en la vida política francesa. El movimiento de los chalecos amarillos, constituye una reacción popular heterogénea e inorgánica en protesta por el aumento en el precio de los combustibles impulsado por el gobierno de Emmanuel Macron. Pero las demandas de los chalecos amarillos exceden el aumento en los combustibles, son dispares y no pueden englobarse a priori en un ideario político específico, a pesar de que algunos de los que han ido surgiendo como portavoces del movimiento y que se pasean por los medios de comunicación tienen un pasado estrechamente vinculado con la extrema derecha. El movimiento carece de un liderazgo identificable y ha ganado impulso a través de las redes sociales, con una amplia gama de participantes desde la extrema izquierda anarquista a la extrema derecha nacionalista, así como muchos moderados. En sus reclamos surge el sentimiento de abandono de las clases populares, el hartazgo fiscal y las consecuencias negativas de la globalización.

La medida

El aumento suponía 7,6 céntimos de euro más sobre el precio del litro de diésel y 3,9 en el caso de la gasolina. Tuvo por objetivo encarecer el uso de las energías tradicionales -petróleo, gas, leña, carbón y recursos hidráulicos- para impulsar el uso de las energías alternativas -solar, eólica, minerales radioactivos, nuclear y geotérmica-, de manera tal de cumplir con los compromisos asumidos en el Acuerdo de París suscripto en 2015. Dicho documento estableció medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a través de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas respecto de los efectos del Calentamiento Global, y está pautado que entre en vigencia en 2020.

El problema es que el aumento de los combustibles fue anunciado en un marco social adverso caracterizado por la implementación de políticas de ajuste fiscal. El eje del plan del gobierno de Macron es la modernización de la economía francesa para hacerla más competitiva. Eso implicó en poco más de un año, recortes del gasto público, reducción de empleo público y la ya conocida flexibilización laboral. Se trató de un conjunto de medidas muy impopulares, adoptadas de una manera tan verticalista que hay quienes directamente califican al presidente de autoritario, y que, como consecuencia, lo enfrentaron con los sindicatos y con una parte creciente del electorado, especialmente de quienes están en una situación vulnerable y lo acusan de gobernar para los ricos. Algunas cifras ilustran el contexto en el cual el gobierno anunció el aumento de los combustibles, hecho que impacta sobre toda la cadena productiva y llega al conjunto de la sociedad: la popularidad de Macron cayó al 23 por ciento, mientras el apoyo social al movimiento de los chalecos amarillos supera el 75 por ciento. 

Las protestas

Desde que comenzaron las protestas el 17 de noviembre, cientos de miles de personas se manifestaron en todo el país aunque lo hicieron con mayor intensidad en París. Cuatro personas han muerto en incidentes de violencia, incluyendo una mujer de 80 años que, al intentar cerrar las persianas de su ventana fue golpeada por una lata de gas lacrimógeno. Hubo cientos de heridos, incluidos miembros de las fuerzas de seguridad, y más de 400 personas fueron arrestadas.

Pero el movimiento demostró su poder de convocatoria y su virulencia. Automóviles quemados, pintadas sobre el famoso Arco del Triunfo, calles tomadas, ilustran el panorama.

Ante semejante escenario de adversidad el gobierno, que hasta entonces no había dado nunca un paso atrás en las medidas de ajuste adoptadas, decidió suspender el aumento por seis meses primero, y por todo 2019 después. Demasiado tarde, demasiado poco, fue la respuesta de los chalecos amarillos, cuyos reclamos no sólo no se ven satisfechos, sino que son cada vez mayores y más duros.

Desde las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia advierten con preocupación sobre las características antisistema del movimiento, especialmente desde que se descubrieron armas y se registraron amenazas en las redes sociales por parte de algunos militantes. El fin de semana pasado en París un grupo de manifestantes robó un fusil a un policía que trataba de escapar del incendio de su furgón, y que recibió una paliza.

A río revuelto

Frente a este cuadro, emerge la pregunta ¿quién capitalizará el descontento de los chalecos amarillos, teniendo en cuenta las próximas elecciones europeas? Desde distintos partidos políticos opositores se han empeñado por llevar agua para su molino, pero todo parece conducir a que la gran beneficiada sea Marine Le Pen y Reagrupación Nacional (RN, el antiguo Frente Nacional). El perfil casi insurreccional del movimiento -o al menos de una parte de él-, la falta de líderes con los cuales negociar políticamente, la penosa comunicación que ha llevado a cabo el Poder Ejecutivo y la proliferación de noticias falsas dentro del movimiento de los chalecos amarillos, está creando el caldo de cultivo perfecto para que el partido del presidente Macron desbarranque en las elecciones europeas y Le Pen capitalice la cólera de sus compatriotas.

Un sondeo publicado por Paris Match y Sud Radio justo antes de la violenta manifestación del sábado 2 de diciembre, refleja el ascenso en la popularidad de la líder de la extrema derecha francesa. La encuesta le otorgaba al partido de Le Pen un ascenso de 5 puntos hasta alcanzar el 33 por ciento, lo que significa que es la agrupación con mejor performance de la oposición. Justo por detrás se encuentra La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, en el extremo ideológico opuesto. Desde el inicio de la crisis no se han publicado encuestas sobre intención de voto para las elecciones europeas, aunque los analistas auguran que la RN será la mayor beneficiada de la revuelta. En las últimas elecciones europeas de 2014 ya había sido la primera fuerza con el 26 por ciento de los votos y un tercio de los escaños alcanzados.

Fuera de Francia, también hay quienes esperan obtener rédito de la situación. Matteo Salvini en Italia, Donald Trump en los Estados Unidos, Geert Wilders en Holanda, y los alemanes del movimiento germano Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA por su sigla en alemán), entre otros, han animado a los chalecos amarillos en las redes sociales. Todos ellos ven en la Unión Europea (UE) un problema en vez de una solución.

Aunque en principio no parece que el movimiento fuera a extenderse a otros países europeos por las características propiamente francesas de la crisis y porque varios países europeos ya le dieron acceso al gobierno a partidos de extrema derecha, como Italia o Austria, los efectos del debilitamiento de Macron y su proyecto europeo pueden causar un terremoto en las próximas elecciones de renovación del Parlamento Europeo.

Con el liderazgo de Angela Merkel debilitado en Alemania y el de Emmanuel Macron lacerado en Francia, la UE aparece entonces la víctima propiciatoria de la furia popular en un mundo que no parece encontrar el camino para la reformulación del sistema capitalista en un proyecto inclusivo y con rostro humano.