El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, culminó su gira más importante desde que asumió el cargo en enero, en la cual mantuvo tres reuniones de alto nivel. En una semana, Biden protagonizó los encuentros del G-7, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y el esperado cara a cara con el líder ruso Vladimir Putin. 

Pese a la diversidad de temas abordados en esas reuniones cumbre, el hilo conductor fue en realidad uno solo: la construcción de China como enemigo de la civilización occidental y democrática. 

Los siete magníficos

El G-7 reúne a las siete democracias más desarrolladas del mundo, a saber: Alemania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido. Además, la Unión Europea (UE) cuenta con representación política. Para graficarlo sencillamente, se trata del vértice del poder político, económico y militar global, a excepción de China -segunda potencia económica planetaria- y Rusia -secunda potencia militar global- ambas puntillosamente excluidas. ¿Las razones? Más que los déficits en materia de valores democráticos y de respeto por los derechos humanos, el problema es que los dos países disputan poder al más alto nivel y son una permanente fuente de desconfianza.

Entre los temas abordados en la reunión de la semana pasada en Inglaterra, el G-7 se comprometió a donar mil millones de vacunas contra el Covid-19, prevenir futuras pandemias, reducir la huella de carbono y contrarrestar la influencia de China en el mundo a través de un ambicioso plan de financiamiento destinado a países menos desarrollados.

Mil millones de vacunas parecen insuficientes frente a los 11 mil millones que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera necesarias para vencer al virus. Respecto de las propuestas climáticas, se desconocen los detalles, tan necesarios para hacer a las planificaciones viables. 

Se hace notorio entonces que lo más importante del encuentro era el plan para contrarrestar la influencia creciente de China sobre los países en vías de desarrollo. El propio Biden anunció que este plan, conocido como Build Back Better World (B3W), será una alternativa a la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda que China tiene en ejecución desde hace varios años y que consiste en financiar a los países de bajos y medios ingresos para construir mejores infraestructuras. Esos países contraen deudas multimillonarias con China que, como es sabido, generan dependencia.

La propuesta estadounidense consiste entonces en buscar el apoyo de las mayores democracias occidentales para contrarrestar el ascenso de la influencia de China en el mundo. Un ascenso que le disputa poder de manera directa a los Estados Unidos. 

La construcción del enemigo

OTAN 2030

La OTAN es el exclusivo club de países que cuenta con la mayor maquinaria bélica del globo. En la última reunión cumbre, sus 30 miembros deliberaron acerca de cómo renovar el bloque y cómo mejorar las relaciones entre Europa y América del Norte, debilitadas durante el gobierno de Donald Trump. Biden anunció que su país “está de vuelta” y con ello la OTAN aspira a incrementar la financiación conjunta de sus operaciones. Además, se propone un plan a largo plazo denominado OTAN 2030 cuyo objetivo es abordar las amenazas transnacionales como el terrorismo, los ataques cibernéticos y las implicaciones para la seguridad acarreadas por el cambio climático. En suma, la OTAN se propone defender el espacio terrestre, marítimo y el ciberespacio de quienes considera sus mayores oponentes, Rusia y China. 

La ciberdefensa en particular se convirtió en un tema vital luego de que los Estados Unidos sufrieran un hackeo que bloqueó el Colonial Pipeline, el sistema de oleoductos más grandes del país.

Con Rusia, país con el que existen innumerables diferencias, Biden intenta limar asperezas. Las potencias occidentales tienen claro que Rusia supone un peligro, pero carece del potencial necesario para disputar poder en el ámbito económico, en un mundo en el que reina el capitalismo. Más aún, no es descabellado pensar que estadounidenses y europeos intenten seducir a Putin para que se aleje cada vez más de China.

Putin y Biden, cara a cara

Rusia y los Estados Unidos tienen una larga lista de diferencias por zanjar que obedecen a intereses contrapuestos. Ucrania, Bielorrusia, Siria, Irán, Corea del Norte, son algunos de los conflictos que podrían considerarse “fronterizos” entre ambos países, heredados en buena medida de la Guerra Fría. Hay muchos otros. 

El encuentro frente a frente entre Biden y Putin el 16 de junio sirvió para “volver a empezar” un vínculo que el tiempo dirá si prospera o no. En los hechos se avanzó lo mínimo y en el terreno más sencillo: ambos mandatarios decidieron que los embajadores de los dos países volvieran a ocupar sus puestos en Moscú y Washington, después de la crisis diplomática desatada en marzo, cuando el presidente estadounidense llamó "asesino" al ruso. 

China es un aliado de Rusia en el ámbito del grupo de países emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Pero lo cierto es que ambos comparten una frontera extensa. Rusia tiene mucho territorio y poca población. China tiene el problema inverso, mucha población para un territorio que no alcanza. En definitiva, las autoridades rusas siempre recelarán de China. 

Las potencias occidentales tienen con qué presionar a Rusia y también tienen con qué satisfacer algunas de sus apetencias. Si la UE y la OTAN moderaran su afán expansionista y se levantaran las sanciones económicas y comerciales que pesan sobre Rusia, sería mucho más probable poner una cuña en la relación chino-rusa. 

Hay otros medios, menos evidentes, pero no por ello menos efectivos. Biden expresó que busca trabajar conjuntamente con Rusia en temas como cambio climático y ambiente. Como los Estados Unidos anunciaron su regreso al Acuerdo de París sobre cambio climático, un trabajo conjunto con Rusia en el tema pondría en evidencia a la superpotencia más contaminante del planeta: China. 

Algo similar sucede con los derechos humanos, enarbolados menos por la auténtica convicción en torno a la garantía de su ejercicio, como por el dolor de cabeza que supone una China con mano de obra cuasi esclava que le permite alcanzar costos comerciales irrisorios contra los que resulta prácticamente imposible competir. Sin embargo, en torno a derechos humanos es poco probable que se alcance algún acuerdo con Rusia. 

Biden sabe perfectamente que no existen garantías de que ni la OTAN, ni él ni nadie puedan modificar las conductas de Putin. 

La construcción del enemigo

Construir al enemigo

Está claro que la política exterior de Biden continúa y profundiza la Donald Trump. Biden va más allá de la mera guerra comercial con China. Sabe que en una carrera de regularidad, los Estados Unidos tarde o temprano perderán la primacía global frente al Gigante Asiático. Pero opondrá la mayor resistencia posible. El camino es peligroso. No es lo mismo un enemigo que un adversario. El gobierno chino lo entiende y pide que no se exagere con la estigmatización. 

Muchas de las acusaciones estadounidenses contra China -la mayoría seguramente- son ciertas. Pero los Estados Unidos tienen también una larga lista de deudas pendientes. También tienen una extensa experiencia en presentarse ante la opinión pública como un país confiado y traicionado en su buena fe. Es la justificación necesaria para pode actuar con soltura y -más aún- con el apoyo de la opinión pública. Lo ha hecho por lo menos desde la guerra con España a fines del siglo XIX y lo logró magistralmente en Pearl Harbour, lo que le permitió ingresar en la II Guerra Mundial. Lo repitió con la Unión Soviética. Lo sobreactuó en Irak y la mentira de las “armas de destrucción masiva” puso en evidencia el modus operandi. 

A esta altura, sería sensato reclamar a los Estados Unidos que en vez de construir al enemigo, invirtiera las energías en entender al adversario, dialogar, negociar, y actuar con sensatez para contrarrestar aquellas acciones que sean a todas luces reprochables.