La Convención Nacional Demócrata finalmente consagró a Hillary Clinton como la primera mujer candidata a la presencia de los Estados Unidos. Pero lejos de la fiesta soñada por ella, la Convención estuvo empañada por la polémica.

La filtración de más de 19 mil correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata, hecha pública por Wikileaks, dejó al descubierto como la cúpula  partidaria -supuestamente imparcial- favoreció a Clinton en las primarias y buscó desacreditar a su contrincante, el senador por Vermont, Bernie Sanders. Una de esas acciones fue poner énfasis en los orígenes judíos de Sanders y en su agnosticismo para lograr que los votantes demócratas sureños -mayoritariamente cristianos protestantes practicantes- inclinaran sus preferencias hacia Clinton.

El escándalo producto de las filtraciones estalló la misma mañana en que se iniciaba la convención, y tuvo el propósito evidente de empañarla. Pese que el propio Sanders pidió a sus seguidores el voto por Clinton, el malestar fue notorio. Ni siquiera la renuncia de la presidente del Comité Nacional logró calmar a los convencionales del senador. Los que se quedaron, abuchearon a Hillary en repetidas oportunidades. Otros, abandonaron el encuentro. Y, para ofrecer una apariencia de unidad en la Convención, se contrataron "ocupa-asientos" (seat-filler en inglés), que habrían recibido un pago de 50 dólares cada uno. Otro escándalo, sumado al anterior.

La división entre los demócratas es notoria. Sanders logró imponer algunos cambios con una profunda impronta progresista en la plataforma partidaria a cambio de pedir a sus seguidores el voto por Clinton y alentando el temor sobre la figura de Donald Trump. Sin embargo, muchos de los seguidores de Sanders -especialmente los más jóvenes- optarán por votar a alguno de los candidatos independientes antes de hacerlo por Hillary Clinton. Algunos sondeos de opinión expresan que una de cada cinco de las 13 millones de personas que sufragaron por Sanders en la interna, no lo harán por Clinton el 8 de noviembre.

La influencia de Vladimir Putin en la elecciones estadounidenses

Desde el comando de campaña de Hillary Clinton sostienen que el supuesto de que fueron hackers rusos quienes obtuvieron los emails y se los ofrecieron a Wikileaks, es falso. Las sospechas conducen a que en realidad fueron los servicios de inteligencia rusos quienes suministraron los emails a los hackers y luego ellos se los brindaron al sitio web de Julian Assange. El FBI está investigando el tema pero, en definitiva, existe la sospecha de que el gobierno ruso se encuentra detrás de una operación tendiente a potenciar las posibilidades de Donald Trump de convertirse en presidente. Desde la campaña de Clinton van todavía más allá y sostienen que existe la posibilidad de que el gobierno ruso haya inyectado dinero en la campaña de Trump para ganar la interna de su partido y que ahora intentaría influir en la compulsa presidencial para que el candidato republicano logre imponerse.

El canciller Ruso, Sergei Lavrov consideró insultante este tipo de sospechas. Era lo que le correspondía hacer, aunque siempre hay una distancia entre lo que la diplomacia dice y lo que un gobierno hace.

Lo cierto es que el presidente ruso nunca se entendió con Barack Obama ni con Hillary Clinton mientras fue Secretaria de Estado. Putin no oculta su convicción de que el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados europeos conspiraron contra los intereses rusos en Georgia, Ucrania, Libia y Siria. En las antípodas de esa visión, estadounidenses y europeos entienden que Putin busca restablecer el prestigio mundial de Rusia a expensas de Occidente, y por eso intentan permanentemente cercar y aislar a Rusia. La dinámica de los hechos parecen demostrar que ambas visiones son ciertas y se complementan.

Lo que es indudable es que, voluntaria o involuntariamente, la influencia de Vladimir Putin en la campaña presidencial estadounidense es un hecho. La sola percepción de la existencia de esa influencia la hace real, independientemente de la voluntad de quien supuestamente influye.

Algo personal

Algunas versiones sostienen que entre Putin y Clinton existe un problema personal. El presidente ruso estaría convencido de que en su paso como jefa de la política exterior estadounidense, Hillary Clinton orquestó una operación contra él que puso en peligro su continuidad en el poder. Sería por ese motivo que Putin guardaría por ella un rencor personal.

Siendo primer ministro, Putin denunció públicamente a la entonces Secretaria de Estado por condenar las elecciones parlamentarias rusas como fraudulentas sin tener pruebas y la acusó de incitar las protestas contra el gobierno. En aquel entonces, la administración Obama consideró absurdas las acusaciones.

Las operaciones políticas o las sospechas de ellas, son moneda corriente entre Rusia y los Estados Unidos y llevaron a que en la actualidad las relaciones diplomáticas entre ambos países se encuentren en su punto más bajo desde la Guerra Fría.

Vladimir y Donald, un solo corazón

Putin y Trump intercambian elogios desde hace meses. Pero más interesantes que las palabras de afecto es interesante comprender qué planea hacer Trump respecto de Rusia en caso de llegar a la presidencia. Independientemente de los exabruptos ya clásicos del empresario, algunas de sus propuestas sobre política exterior merecen ser analizadas.

Trump inició un debate acerca de si los Estados Unidos deben o no seguir desempeñando el rol de "policía global". Esta idea sorprendió tanto a partidarios republicanos como demócratas que  afirman que los Estados Unidos es la nación "indispensable” del planeta al momento de garantizar paz y seguridad.

Sin embargo, un balance de las intervenciones de las tropas estadounidenses en Irak y Libia, arrojan un resultado de 40 mil soldados estadounidenses y cientos de miles de civiles de esos países muertos, dándole sustento a la duda que Trump plantea.

El candidato republicano propone revisar las condiciones en las que actualmente participa su país en muchas alianzas internacionales. Especialmente en "la obsoleta OTAN" y en la relación con Japón. En el primer caso las pretensiones de Trump están orientadas a forzar a los europeos a pagar por su propia defensa. En tal sentido, entiende que la OTAN es un organismo que solamente beneficia a los europeos temerosos de las ambiciones rusas pero cuya estructura depende en gran medida del aporte financiero y militar estadounidense. En el segundo caso, el candidato insiste en la revisión  de las relaciones con Japón, un aliado que supone una potencial fuente de disputas con China. Tanto Rusia como los Estados Unidos tienen intereses cruzados con China pero simultáneamente desconfían del Gigante Asiático.

Trump y Putin coinciden en otros temas. El más importante de ellos es la postura contra el terrorismo, especialmente contra el Estado Islámico (ISIS). En buena medida fueron las acciones adoptadas por europeos y estadounidenses en el pasado reciente las que facilitaron el surgimiento de grupos terroristas en Medios Oriente y en el Norte de África, al avalar la insurgencia contra los gobiernos dictatoriales de Gadafi en Libia y de al-Asad en Siria. Trump y Putin por el contrario, prefieren convivir con dictadores tradicionales y no con grupos de fanáticos imprevisibles. Además de coincidir respecto del terrorismo y la guerra civil en Siria, ambos políticos hicieron público su deseo -al menos nominal- de prevenir la expansión de armas nucleares. Y para que todas esas coincidencias se tradujeran en hechos, sería necesario que la Casa Blanca cambiara la relación confrontativa que mantiene con el Kremlin.

Distintos analistas políticos coinciden en que un eventual gobierno de Trump sería menos beligerante que uno de Clinton, quien ya demostró en el pasado cierta facilidad para llevar a su país a realizar acciones militares en distintos puntos del planeta.

Hillary Clinton es una política tradicional y, como tal, es proclive a aceptar los dictados del complejo industrial-militar que conduce la política del país desde la Segunda Guerra Mundial. Trump podría revelarse en alguna medida a ese poder por tratarse de un político que no le debe nada a las estructuras políticas tradicionales estadounidenses. Putin es un líder carismático, caprichoso y autoritario que gobierna uno de los países más complejos del mundo.

Las elecciones del 8 de noviembre determinarán si será Hillary o Donald quien deba lidiar con Vladimir. De la relación resultante, emergerá en buena medida la estabilidad o inestabilidad futura del planeta.