Finlandia se convirtió en el 31° miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) -la alianza militar más poderosa del mundo- luego de sortear el veto de Turquía. El gobierno de ese país fue el último en ratificar el ingreso de Finlandia y utilizó durante meses la reticencia como mecanismo de presión sobre su gobierno para que calificara al Partido de los Trabajadores del Kurdistán como “organización terrorista” y procediera a la extradición de miembros de esa agrupación que se encuentran en suelo finlandés.

El gobierno turco, que mantiene una larga pugna con las organizaciones kurdas que persiguen la independencia del Kurdistán y la constitución de un Estado propio, utilizan la misma estrategia de presión con Suecia, y es por ese motivo que dicho país aún no logró incorporarse a la OTAN.

Con su ingreso a la Alianza Atlántica, Finlandia tiene ahora los mismos derechos que el resto de los socios, incluido el de la defensa colectiva. Es decir que, si un país atacara a Finlandia, la OTAN en pleno asumiría la agresión como bloque.

El ingreso a la OTAN se produjo además en un momento clave a nivel interno, dado que las elecciones parlamentarias del último domingo concluyeron con la caída de la actual primera ministra socialdemócrata, Sanna Marin, debido al triunfo conservador.

El tiro por la culata

Si lo que se propuso al ordenar la invasión a Ucrania era mantener una distancia fronteriza prudencial con la OTAN y con la Unión Europea (UE), Vladimir Putin consiguió exactamente lo contrario. Porque Finlandia y Rusia comparten 1340 kilómetros de frontera. Antes de la invasión, el país nórdico ya era miembro de la UE pero era militarmente neutral. Ahora dejó de serlo y Rusia deberá atender una frontera casi tan grande e igualmente preocupante en el norte como la que trataba de evitar en el oeste, además de ver incrementada sensiblemente la vigilancia de la OTAN sobre el Mar Báltico, relevante desde el punto estratégico dado que es el único en el frío norte por el cual sus barcos pueden navegar en invierno. Y fue precisamente la invasión rusa a Ucrania lo que disparó el temor en la ciudadanía finlandesa y la hizo abandonar su tradicional neutralidad para abrazar mayoritariamente el ingreso a la OTAN. 

En suma, el tesón y la preparación de la resistencia ucraniana, la prolongación del conflicto y ahora esta ampliación de la frontera directa con la OTAN, hacen pensar seriamente en la existencia de “inteligencia” en los servicios de inteligencia rusos que dieron luz verde a la decisión de Putin.

¿Por qué ganó la derecha en Finlandia?

Pese al momento histórico que vive el país, el debate político durante la campaña electoral en Finlandia estuvo concentrado en un tema económico puntual: la deuda pública. Mientras estuvo al frente del Poder Ejecutivo, pero especialmente durante la competencia electoral, Marin movió a su partido más a la izquierda en temas de gasto público. Mientras tanto, sus adversarios de derecha prometieron recortarlo para reducir la deuda, que actualmente se sitúa en un 73 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), una cifra irrisoria si se la observa con perspectiva latinoamericana o incluso desde la óptica de muchos de los socios de Finlandia en la UE. 

Para entender por qué una deuda pública no especialmente abultada se convirtió en el factor electoral decisivo, hay que prestar atención al vencedor de las elecciones, el conservador Petteri Orpo. El líder de Coalición Nacional y exministro de finanzas mantiene posiciones casi idénticas a las defendidas por Marin. Ambos apoyan a Ucrania en la guerra y están enfrentados al gobierno ruso, postura que además respalda el 90 por ciento de la ciudadanía. Los dos respaldaron activamente la incorporación de Finlandia a la OTAN, al igual que las tres cuartas partes de la población. Más aún, la coincidencia en torno a estos dos temas en el país es tal, que prácticamente todas las fuerzas políticas mantuvieron el mismo discurso durante la campaña. Tan es así, que 184 de los 200 legisladores del Parlamento saliente votaron a favor del ingreso de Finlandia a la Alianza Atlántica. Esa postura políticamente unificada entre los principales partidos políticos y sus líderes impuso como contrapunto, como tema discordante, como estrella de la campaña electoral a la deuda pública. Con una economía ralentizada y una alta inflación, los opositores de Marin la acusaron de no controlar el gasto público. La primera ministra, por su parte, se negó a efectuar recortes y sostuvo que el crecimiento económico debía ser la prioridad. En definitiva, el tema de la deuda pública se trasladó al debate ideológico y se convirtió en “el” tema de campaña. En ese sentido, está claro que para hacer un ajuste fiscal no hay nadie mejor que un conservador. Además, es probable que el propio discurso progresista de Marin la traicionara, dado que dio indicios de que podría incluir impuestos más altos sobre los ingresos y las herencias. Orpo, por su parte, vendió la ya conocida fórmula de la “austeridad”, asegurando que Finlandia corría el riesgo de socavar su Estado del bienestar por la falta de rigor fiscal de Marin.

Corresponderá a Orpo la responsabilidad de formar gobierno. Habrá que observar si lo hace junto al ultraderechista Partido de los Finlandeses. Como esa posible alianza es cuestionada principalmente desde los medios de comunicación extranjeros, el líder conservador se limita a decir que “en Finlandia no hay partidos de extrema derecha“, lo que podría indicar que la coalición gobernante estaría próxima a constituirse. Vale decir que los conservadores de Orpo y la ultraderecha liderada por Riikka Purra comparten una misma visión económica, pero mantienen grandes discrepancias en asuntos como la inmigración irregular, la UE y las leyes ambientales. Además, necesitaría el apoyo de otros partidos más pequeños para formar efectivamente gobierno, una tarea complicada dada la negativa de la mayoría de los otros partidos a pactar con la extrema derecha.

Debe destacarse que el caso finlandés requiere atención porque es muy representativo de dos tendencias que se repiten en buena parte del mundo occidental y democrático. La primera se refiere a las enormes dificultades de los poderes ejecutivos que debieron gobernar en el contexto de la pandemia para mantenerse en el poder. La segunda, es la del corrimiento del espectro ideológico-político hacia la derecha. Las fuerzas políticas de la derecha moderada tienden a imitar cada vez más a la ultraderecha para no perder votos. Las progresistas, a imitar a la derecha tradicional por la misma razón.