La anulación de las condenas contra el expresidente profundizó la incertidumbre en el país y en la región con la mirada puesta en las elecciones presidenciales del próximo año.

El pasado lunes el juez del Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil, Edson Fachin, adoptó en soledad un fallo controvertido que causó un tembladeral político y judicial en el país, con repercusiones en toda Latinoamérica. La principal consecuencia de esa decisión judicial es que el expresidente Luiz Inacio Lula Da Silva recuperó sus derechos políticos y -de no mediar un sinnúmero de eventualidades- podría disputar la presidencia a Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales previstas para octubre de 2022.

El fallo

Fachin no se expresó sobre la cuestión de fondo, es decir, si Lula es inocente o culpable de las acusaciones de corrupción que recaen sobre su persona, sino que concluyó que hubo vicios en los procesos que concluyeron en las dos condenas contra el exmandatario, una a 12 años y otra a 17 años de prisión. Recuérdese que Lula estuvo más de un año y medio preso en cumplimiento de la primera de esas condenas. Fachin concluyó que el juez de primera instancia que investigó, juzgó y condenó a Lula, Sergio Moro, no tenía competencia para hacerlo. Es por eso que envió los casos a un tribunal federal con asiento en la capital del país, Brasilia.

Fachin tenía la potestad de decidir como lo hizo de manera individual e independientemente de la sorpresa que su decisión causó tanto en la opinión pública como entre sus pares del alto tribunal. A comienzos de 2017 fue elegido por la Corte mediante un sorteo electrónico para oficiar como relator en el marco de la investigación Lava Jato, el mayor escándalo de corrupción en la historia brasileña, que involucró a políticos y empresarios en una trama de pagos sistemáticos de sobornos a cambio de contratos públicos.

La pregunta que emerge es ¿por qué Fachin adoptó esta decisión? Algunas especulaciones apuntan a que el juez provocó una explosión controlada para evitar que la operación Lava Jato sucumbiera totalmente y que el beneficio a Lula no sería más que un daño colateral en el afán por salvar la investigación. Detrás de las consecuencias políticas inmediatas que pueden observarse, el juez buscaría proteger a Moro. El temor de Fachin sería que, si Moro fuera condenado por no haber sido imparcial en el caso Lula, eso podría causar un efecto contagio sobre toda la labor realizada en el marco de la investigación y podría desatar una catarata de recursos y pulverizar los avances alcanzados en materia anticorrupción. Para complicar aún más el asunto, la principal prueba son los mensajes intercambiados en Telegram por Moro con los fiscales que obtuvo un pirata informático y entregó a The Intercept, que los publicó junto a otros medios. No está claro que sean admitidos como prueba. Pero en cualquier caso, el Tribunal Supremo parece inclinado a condenar a Moro.

La realidad es que el fallo de Fachin se mantendrá vigente siempre y cuando la Procuraduría General de la República (PGR) no presente una apelación. Algunos trascendidos sostienen que el organismo ya se encuentra trabajando en ese tema, para que el fallo se vea sometido a una votación de ratificación o desestimación por los 11 miembros del alto Tribunal. Aún en caso de ratificación, las causas por presunta corrupción de Lula serán investigadas de todas maneras por el Poder Judicial federal.

Reacciones

Como era de esperar, el presidente Jair Bolsonaro acusó al juez Fachin de ser parcial y tener fuertes vínculos con el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. Pero si bien el expresidente en libertad,  ahora con condenas anuladas y en modo precandidato supone un desafío para Bolsonaro, algunos analistas entienden que esta nueva situación podría beneficiar las aspiraciones reeleccionistas del actual mandatario.

El gobierno se ha enfrentado a numerosas críticas en las últimas semanas por la gestión -o más bien por su ausencia- de la pandemia de Covid-19, que ha matado ya a más de 270 mil brasileños y ha contagiado a más de 11 millones, con toda la red hospitalaria en una situación crítica. Sin embargo, la intención de voto del presidente se encuentra en torno a los 38 puntos porcentuales, aunque su imagen negativa escala al 56 por ciento. Por otra parte, el mismo sondeo, realizado por el instituto IPEC publicado en O Estado de Sao Paulo, revela que Lula alcanza un 50 por ciento de intención de voto frente a un 44 de rechazo.

Una campaña electoral absolutamente polarizada favorecería las aspiraciones reeleccionistas de Bolsonaro porque le permitiría concentrar prácticamente la totalidad de los votos del espectro ideológico del centroderecha reactivo a Lula. De esa manera podría alcanzar un ballotage pero con la ventaja que supone contar con todos los recursos del Estado a su favor.

La población se encuentra al borde de un ataque de nervios, acosada por el virus pero también por ese otro mal, el de la polarización política que tanto rinde electoralmente pero que tanto daño provoca en el entramado de las relaciones humanas. A eso se le agrega la desconfianza que indefectiblemente se ha sembrado en la ciudadanía respecto del sistema de justicia, como consecuencia de su actuación como actor político. Si las causas contra Lula estaban viciadas procesalmente desde su origen, entonces su anulación llega cinco años tarde, con el impedimento para competir en las elecciones presidenciales de 2018 y con la privación de la libertad que no debería haber ocurrido.

Una variante que hay que tener en cuenta respecto del futuro de Lula es lo que sucedería en el caso de que el Poder Judicial federal avanzara en las causas en su contra. ¿Lo hará con los tiempos habituales o lo hará con inusitada celeridad como lo hizo en su momento el juez Moro para dejar al expresidente -una vez más- fuera de la carrera electoral?

A pesar de que aún faltan un año y siete meses para las elecciones presidenciales el duelo entre Lula y Bolsonaro va tomando forma, aunque en Brasil no conviene descartar las sorpresas. Esa incertidumbre tiene muy nerviosos a los mercados que ven alejarse las perspectivas de que Bolsonaro lleve a cabo las reformas para liberalizar la economía que prometió. En un escenario de de tanta incertidumbre el crecimiento que Brasil y la región necesitan para salir del atolladero económico podrían verse postergados.

Conviene recordar en estas circunstancias aquel proverbio africano que reza: cuando dos elefantes se pelean, el que se perjudica es el pasto.