El año termina en América latina con fuerte anclaje en algunos de los temas que dominaban la escena en el comienzo, como la crisis en Bolivia devenida del golpe de Estado contra Evo Morales que al final de 2020 devolvió al MAS al Gobierno mediante elecciones, y los altibajos en la gestión de dos lideres tan disímiles como el brasileño Jair Bolsonaro y el mexicano Andrés López Obrador, que comenzaban en enero su segundo año con la idea de consolidar un modelo y proyectarlo hacia el futuro pero sufrieron duras consecuencias humanas y económicas en el manejo de la pandemia, con pronósticos imprevisibles para sus futuros políticos.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, muy cuestionado por su gestión de la pandemia.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, muy cuestionado por su gestión de la pandemia.

Por otra parte, con 20 días de Gobierno de 2019 el presidente Alberto Fernández iniciaba en enero su gestión luego del mandato de Mauricio Macri, en un cambio de signo político que era mirado con atención en el continente, mientras en Uruguay el 1° de marzo Luis Lacalle Pou protagonizaba un fenómeno inverso: accedía al Gobierno a partir del apoyo de un bloque de partidos de centroderecha y derecha y le ponía fin a 15 años de liderazgo de la centroizquierda, sector que sobre el final del año perdería a uno de sus símbolos, Tabaré Vázquez, abatido por el cáncer.

El país vecino iba a mostrar en este año tan particularmente dañino para todo el mundo una política sanitaria que lo distinguió del resto de la región con un balance de alrededor de un centenar de muertos por el coronavirus, y además le regaló al mundo una bonita estampa de convivencia democrática con el abrazo entre los expresidentes José Mujica y José María Sanguinetti, adversarios a lo largo de 50 años, cuando ambos se retiraban de su carrera política o al menos abandonaban su banca en el Senado.

Luis Lacalle Pou asumió la Presidencia de Uruguay en una ceremonia en el Palacio Legislativo.
Luis Lacalle Pou asumió la Presidencia de Uruguay en una ceremonia en el Palacio Legislativo.

Bolivia termina el año con la expectativa puesta en el nuevo Gobierno, surgido de las elecciones del 19 de octubre con un contundente triunfo superior a 50%, que encabezan Luis Arce y David Choquehuanca, del Movimiento Al Socialismo (MAS), la fuerza liderada por Evo Morales, quien había abandonado precipitadamente el país a fin de 2019 luego de sufrir un golpe encabezado por la oposición, la policía, el ejército y hasta los sindicatos.

Morales, quien luego de permanecer un mes en México había llegado a la Argentina en condición de refugiado, pudo volver a Bolivia el 9 de noviembre -a 364 días de su partida- en una multitudinaria y colorida caravana que había arrancado desde La Quiaca, Jujuy, con una despedida de Alberto Fernández.

Alberto Fernández viajó hasta Bolivia para felicitar a la ganadora Arce-Choquehuanca.
Alberto Fernández viajó hasta Bolivia para felicitar a la ganadora Arce-Choquehuanca.

En Brasil Bolsonaro tuvo por delante un año en el que su decisión de negar la potencialidad de la pandemia iba a llevar al país a convertirse en el segundo del mundo en mayor cantidad de muertes y a él a mantener sordos enfrentamientos con sus propios ministros de Salud y varios gobernadores, algunos exaliados como el paulista Joao Doria, uno de los ganadores de las elecciones estaduales de noviembre, en las que el bolsonarismo y el lulismo fueron en general castigados por el electorado.

No obstante, Bolsonaro -denunciado por otro exliado como Sérgio Moro por pretender manipular a la policía federal para evitar que investigue a sus hijos, señalados por corrupción- llega a fin de este año tan particular con un tercio de apoyo popular, basado en gran parte por la ayuda económica que le da a la población más empobrecida y ahora aliado con sectores de la "vieja política" a los que criticó para llegar al poder.

López Obrador, en tanto, desdibujó notablemente su figura como emblema de la centroizquierda en la región con una gestión frente a la pandemia cuyos resultados en víctimas habla por sí solo: México es el cuarto país del mundo en cantidad de muertes (unas 115.000), producto de una política negacionista del presidente, quien desautorizó el uso del barbijo en una actitud que lo acercó a la evidenciada por Bolsonaro o Donald Trump.

López Obrador desdibujó notablemente su figura como emblema de la centroizquierda en la región.
López Obrador desdibujó notablemente su figura como emblema de la centroizquierda en la región.

Perú, en tanto, que también tuvo una errática política sanitaria que lo llevó a ser por ahora el tercer país del mundo en cantidad de muertos por cada 100.000 habitantes (114,24), detrás de Bélgica (157,16) y el diminuto San Marino (150,95), sufrió una crisis institucional luego del juicio político y destitución de Martín Vizcarra por corrupción el 9 de noviembre, que se tradujo en una ola de protestas que llevó al país a tener tres presidentes en una semana, con una breve gestión de Manuel Merino y la posterior y por el momento actual de Francisco Sagasti.

Venezuela, a su vez, llegó a fin del año envuelta en las ya tradicionales polémicas acerca de la legitimidad del Gobierno de Nicolás Maduro, objetado desde su reelección en mayo de 2018 y con la debilitada figura de Juan Guaidó como "presidente encargado" que no ejerció jamás el poder real.

El último capítulo fue la elección de renovación del parlamento -la unicameral Asamblea Nacional- a la que la mayoría de la oposición no se presentó para denunciar probables condiciones de fraude electoral, con lo que el Gobierno bolivariano logró ahora hacerse del control del único estamento estatal que le era adverso, aunque sólo participó del comicio alrededor de 30% del electorado.

Guaidó -junto al resto de la oposición que no fue a las elecciones- prefirió convocar a una consulta popular virtual y presencial de una semana para enfrentar en un pulso al chavismo, pero sólo logró concitar la atención de unos seis millones de venezolanos, una cantidad muy similar a la de los que fueron a las urnas. El 40% de la población no respondió a ninguno de los dos llamados.

Chile fue otro caso de un país que había entrado al nuevo año soportando una crisis profunda originada en las protestas populares de octubre de 2019, cuando una gran cantidad heterogénea de ciudadanas y ciudadanos salió a reclamar la renuncia del presidente Sebastián Piñera, quien, jaqueado por la situación, sobre el final de aquel año convocó por decreto a un plebiscito para saber si la ciudadanía apoyaba o no una reforma de la Constitución Nacional vigente, de la época del dictador Augusto Pinochet.

Chile en una de las jornadas en que una gran cantidad heterogénea de ciudadanas y ciudadanos salió a reclamar la renuncia del presidente Sebastián Piñera.
Chile en una de las jornadas en que una gran cantidad heterogénea de ciudadanas y ciudadanos salió a reclamar la renuncia del presidente Sebastián Piñera.

La consulta, primero postergada por la pandemia, que en el segundo trimestre también causó enorme daño en el país, se concretó el 25 de octubre -a un año de la marcha más grande posdictadura, en medio del estallido social- y arrojó un abrumador 79% por el sí a la reforma constitucional, resultado que se leyó como una derrota para el mandatario, quien llega a fin de 2020 con apenas 7% de imagen positiva y tiene mandato hasta marzo de 2022.

Paraguay, gobernado por el histórico Partido Colorado, enfrentó una gestión un tanto errática de la pandemia y mostró al mundo una postal un tanto antigua respecto de las guerrillas históricas del continente, como las de Colombia o de los países centroamericanos: en septiembre de 2020 volvió a asestar un duro golpe el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) con el secuestro del exvicepresidente Óscar Denis, de cuyo paradero hasta el fin de este año no se supo más nada.

Pero además, y en los días previos a ese secuestro ocurrido el 9 de septiembre, un operativo de la llamada Fuerza de Tareas Conjuntas en un campamento abandonado de la guerrilla terminó con dos niñas de 11 años y origen argentino asesinadas por balas militares, en un episodio que nunca se terminó de dilucidar y provocó controversia diplomática entre los dos países.

A cuatro años de la firma del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, Colombia no pudo en 2020 acotar los focos de violencia que sigue padeciendo, en algunos casos por la desprotección que líderes sociales sufrieron por la desarticulación de la insurgencia, a punto tal que la ONU registró 66 masacres durante el año, con 255 muertes y el asesinato de 120 defensores de los derechos humanos.