Otra Cumbre de las Américas pasó y quedó flotando la sensación de que no sirvió de mucho. El detalle de color estuvo dado por la ausencia del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Su justificación para faltar al encuentro fue que el gobierno de los Estados Unidos no invitó a los presidentes de Cuba, Venezuela y Nicaragua por considerarlos "dictadores".

La cumbre

La ciudad de Los Ángeles, California, fue la sede del encuentro que reunió a los jefes de Estado y de gobierno elegidos democráticamente de todo el continente, desde el 6 hasta el 10 de junio. La elección de la ciudad no fue azarosa: Los Ángeles tiene la mayor comunidad latina del país. Recuérdese que la minoría latina es la más importante en los Estados Unidos y supera los 50 millones de habitantes. Pero no sólo eso, la población de la ciudad, de características cosmopolitas, brindaba un entorno inclusivo para quienes asistieran.

El objetivo nominal de estas reuniones que se efectúan cada tres años aproximadamente, es debatir y definir acciones frente a problemas y desafíos compartidos en el hemisferio y avanzar en la integración continental.

Pero la realidad suele ser un poco distinta. Instaurada en 1994, pocos años después de la caída de la Unión Soviética, la desaparición del sistema político internacional bipolar y la instauración del neoliberalismo como ideología hegemónica, la Cumbre de las Américas nació como una manera de ejercer poder en el continente por parte de los Estados Unidos, con el intento de buscar consensos y de evitar oposiciones frontales de los actores con alguna cuota de poder como México y Brasil. Asimismo, cuando se habla de “integración continental” debe interpretársela en sentido estadounidense, es decir, como integración económica acorde a sus intereses, sin importar demasiado el desarrollo institucional, social ni cultural de los participantes.

Cada cumbre cuenta con un lema en el que se postulan los temas de agenda a seguir. “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo” fue el de la actual, caracterizada por el escenario novedoso que abrió la pandemia de Covid-19 y las enormes inequidades e injusticias que dejó al descubierto en materia social, económica, ambiental y de acceso a derechos.

Sin embargo, ni la realidad que desnudó la pandemia fue suficiente para acercar posiciones entre el liderazgo estadounidense, siempre expulsivo con los autoritarismos que no le resultan afines, y aquellos regímenes reñidos con la democracia que se regodean en enfrentamientos ideológicos con la potencia dominante mientras los pueblos que gobiernan, sufren.

La ausencia

AMLO no fue el único ausente. La misma actitud adoptaron los presidentes de Bolivia, Luis Arce, y Honduras, Xiomara Castro. Otro ausente fue Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien instauró el estado de excepción en su país para impulsar una política de “mano dura” en seguridad que, según organizaciones como Amnistía Internacional, genera “violaciones masivas” de los derechos humanos.

Más allá de la sobreactuación del gobierno estadounidense cuando se trata de condenar a los regímenes autoritarios adversos y hacer la vista gorda con los que le son afines, no puede dejar de señalarse que los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua deberían constituir una preocupación para el resto de los países del continente, en tanto han avasallado los derechos de sus propios pueblos. Que en Latinoamérica no se cuestione a los autoritarismos con la severidad que amerita, constituye una clara muestra de la descendente valoración de la democracia en la región. Los estudios que señalan la creciente asociación de amplios sectores de la población entre democracia y fracaso económico en Latinoamérica no son una novedad.

También AMLO sobreactuó con su ausencia. Viajará en julio para mantener una reunión bilateral con Joe Biden, por lo tanto, sabía de antemano que la “relación especial” entre México y los Estados Unidos no sufriría consecuencia alguna debido a su actitud desafiante.

En definitiva, la característica sobresaliente de la 9ª Cumbre de las Américas fue que se trató de la que menos jefes de Estado y gobierno recibió desde que comenzó a celebrarse en 1994. Y las ausencias reflejan, en alguna medida, una pérdida de peso específico del poder de los Estados Unidos y -lo que es más preocupante- del compromiso con la democracia en la región.

La Cumbre había sido concebida por la administración que encabeza Joe Biden como una oportunidad para impulsar una nueva agenda regional, luego de años de indiferencia o de lo que algunos analistas conciben como una era de castigos y amenazas hacia Latinoamérica, en referencia a la presidencia de Donald Trump.

Biden apuntó a la creación de una “Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica” sobre la base de los tratados comerciales que ya existen en el hemisferio y a buscar acuerdos de colaboración en temas migratorios. Es este último el que asunto que más preocupa y no solamente a los Estados Unidos.

Respecto de eso y, pese a que la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, afirmó que hay compromisos del sector privado por unos 1900 millones de dólares para crear oportunidades económicas en los países del Triángulo Norte centroamericano -El Salvador, Guatemala y Honduras- que es de donde sale la mayor cantidad de migrantes, cabe preguntarse cuál es el compromiso real en la materia si los líderes de los países cruciales en el tema -Honduras, Guatemala y México- estuvieron ausentes.

Lo cierto es que, con varias de sus embajadas en Latinoamérica sin embajadores y un anunciado paquete de 4 mil millones de dólares de ayuda a Centroamérica estancado en el Congreso, Biden tuvo serias dificultades para lograr cambios sustanciales en la política hacia la región tras lo que significó la era Trump.

Y no se trata solamente de mala suerte o de mala voluntad de la oposición. El mes pasado los Estados Unidos aprobaron en tiempo récord un paquete de 40 mil millones de dólares de ayuda a Ucrania para su lucha contra la invasión de Rusia. Evidentemente, a esta administración estadounidense -como a sus predecesoras- le interesa más la guerra en Europa que los padecimientos históricos en Latinoamérica que condujeron a los flujos migratorios actuales que tanto escozor producen.

Un detalle no menor que revela la merma de la influencia estadounidense es el esfuerzo que tuvo que realizar el gobierno para asegurarse la participación de los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Brasil, Jair Bolsonaro, a quienes ofreció sendas reuniones bilaterales con Biden.

El futuro

En medio de la controversia abierta sobre las ausencias y los gobernantes no invitados, aparecieron sugerencias de reconsiderar la convocatoria a nuevas cumbres de las Américas, en virtud de su ya inocultable ineficacia.

Tal como sucediera en las ocho cumbres anteriores, el intento por establecer consensos entre países con problemas, recursos, poderes y realidades tan dispares condujo inexorablemente a un encuentro vacío de contenido.

Las mayores ausencias fueron, una vez más, las de la comprensión, el diálogo y, en definitiva, la de la política de alto nivel que tanto escasea en la actualidad en todo el globo.